Lectio Divina Primer Domingo de Adviento B. Ojalá, Señor, rasgaras los cielos y bajaras.
El Señor nos mostrará su misericordia y nuestra tierra producirá su fruto.
Isaías: 63, 16- 17.19; 64,2-7. 1 Corintios 1,3-9. Marcos 13,33-37
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías: 63, 16- 17.19; 64,2-7
Tú, Señor, eres nuestro padre y nuestro redentor; ése es tu nombre desde siempre. ¿Por qué, Señor, nos has permitido alejarnos de tus mandamientos y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte? Vuélvete, por amor a tus siervos, a las tribus que son tu heredad. Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia.
Descendiste y los montes se estremecieron con tu presencia. Jamás se oyó decir, ni nadie vio jamás que otro Dios, fuera de ti, hiciera tales cosas en favor de los que esperan en él. Tú sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista tus mandamientos.
Estabas airado porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos éramos impuros y nuestra justicia era como trapo asqueroso; todos estábamos marchitos, como las hojas, y nuestras culpas nos arrebataban, como el viento.
Nadie invocaba tu nombre, nadie se levantaba para refugiarse en ti, porque nos ocultabas tu rostro y nos dejabas a merced de nuestras culpas.
Sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos.
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor.
El momento más intenso de este fragmento del libro de Isaías es ciertamente la invocación acuciante del v. 19: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!» La invocación, a su vez, es una inserción del redactor profético en una serie temática que le imprimen densidad y vigor. Aparecen claramente tres temas principales.
Ante todo aparece el conocimiento profundo que tiene el pueblo del propio pecado; no importan tanto las desgracias en las que se encuentra inmerso Israel (entre las que cabe mencionar la profanación del templo, omitida en la perícopa litúrgica), cuanto el pecado sentido como una prisión de la que no logra liberarse el pueblo: « ¿Por qué nos extravías de tus caminos?» (v. 17); «Nos entregabas a nuestras maldades» (v. 6); «Nuestra justicia era un paño inmundo» (v. 5), es decir, no logran librarse de las cadenas del pecado.
Es de notar que en esta situación el pueblo se dirige a Dios invocándolo como «nuestro Padre», término raro en el Antiguo Testamento pero que aparece en contextos importantes. El que Dios sea “Padre” de Israel es el motivo que justifica la liberación de Egipto (Ex 4,23: «deja salir a mi hijo»), a su vez Israel se dirige a Dios insistiendo en el vínculo de parentesco para conmover el corazón de Dios.
Finalmente, la invocación a Dios para que rasgue los cielos utiliza los términos basados en la memoria de las obras de Dios. Es como si Israel dijera Señor: no recuerdes nuestras acciones, Señor, sino recuerda lo que tú has hecho y continúa haciéndolas hoy.
SEGUNDA LECTURA
De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios: 1,3-9
Hermanos: Les deseo la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor. Continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por medio de Cristo Jesús, ya que por él los ha enriquecido con abundancia en todo lo que se refiere a la palabra y al conocimiento; porque el testimonio que damos de Cristo ha sido confirmado en ustedes a tal grado, que no carecen de ningún don, ustedes, los que esperan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Él los hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento. Dios es quien los ha llamado a la unión con su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel.
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor
Dirigiéndose a la comunidad de Corinto, Pablo describe la situación de los cristianos. Éstos se encuentran entre dos tiempos: el pasado, en el que los corintios han podido experimentar la abundancia de los dones divinos, y el futuro, es decir, el día de la «manifestación de nuestro Señor Jesucristo.» De esta realidad surgen dos actitudes: la acción de gracias y la esperanza.
Los comienzos de la predicación en Corinto se señalaron por una efusión copiosa de los dones del Espíritu. Nació una Iglesia particularmente activa y el Apóstol no se planteó tanto el problema de estimular la participación cuanto orientar al bien común la riqueza de los particulares. Los dones y manifestaciones de la gracia, indica Pablo, no se han concedido como adorno o motivo de vanagloria, sino como tarea y responsabilidad, para ayudar a que los creyentes se mantengan firmes «en el testimonio de Cristo».
Así, llenos de gracia, los creyentes pueden caminar confiados hacia la manifestación final del Señor Jesús (v. 7), cuando lograrán la plena comunión con él. Pero, aun antes de su compromiso de espera vigilante, Pablo prefiere subrayar que será el mismo Dios quien los conducirá a este encuentro definitivo con su Hijo. Los cristianos, sabedores de su propia debilidad, pueden contar con la fidelidad de Dios, que quiere a toda costa llevar a buen término la "vocación” que les ha dirigido.
EVANGELIO
Velen, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa.
Del santo Evangelio según san Marcos: 13, 33-37
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento. Así como un hombre que se va de viaje, deja su casa y encomienda a cada quien lo que debe hacer y encarga al portero que esté velando, así también velen ustedes, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa: si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la madrugada. No vaya a suceder que llegue de repente y los halle durmiendo. Lo que les digo a ustedes, lo digo para todos: permanezcan alerta".
Palabra del Señor.
R/. Gloria a ti, Señor Jesús.
El relato evangélico comienza y concluye con la misma invitación: «Vigilen» (v. 33.37). Siguen dos enseñanzas, la primera indica el “porqué” de la vigilancia: «Vigilen, pues no sabéis cuándo es el momento preciso» (v. 33). Una lectura superficial podría parecernos como una imposición tiránica: Jesús no revela el día y la hora, para que los cristianos vivan en continuo temor. Al contrario, no se indica la hora porque todas las horas son buenas para abrirse al evangelio de suerte que comprometa la existencia. Jesús desea vitalizar a una comunidad para que no esté obsesionada con el deseo de conocer el final, sino que se preocupe por vivir y discernir tiempos y momentos en la escucha y la obediencia. Y esto en la espera de la última cita que nos introducirá definitivamente en el Reino; ciertamente es una espera continua e intensa, pero no ansiosa ni temerosa, sino que rebosa confianza.
La segunda enseñanza está en el "estilo" de la vigilancia. Marcos, al narrar la parábola del hombre que se marcha de viaje lejos, indica que deja su «casa» al cuidado de sus criados (v. 34). Es posible ver en la casa una imagen de la comunidad cristiana. Cualquier creyente
es, en su fidelidad cotidiana al Señor, responsable de su construcción. La vigilancia se caracteriza como "vigilancia de la casa", de la que, mientras espera a su Señor, el cristiano debe cuidar desempeñando la tarea que Dios ha confiado a cada uno.
MEDITATIO
La esperanza es la virtud por excelencia de adviento. Nos hace mirar al mañana con confianza y valentía. Sin embargo, correría el riesgo de ser una esperanza ilusoria, vana, que se disiparía en la nebulosa de nuestra fantasía si no fuese capaz de mirar con realismo la situación presente y si no estuviese arraigada en el recuerdo de las cosas buenas conocidas y vividas. Ésta es la temática común de las lecturas de hoy.
En particular, la primera se fija en los beneficios realizados por Dios como base para esperar de nuevo su venida. La lectura comienza hablando de Dios, no del hombre: «Tú eres nuestro Padre, nuestro redentor» (Is 63,16); parte de la certeza de que Dios se ha vinculado a nosotros y que no puede quedarse lejos. Por lo demás, en la historia de toda relación (bien sea dentro de una pareja, entre amigos, en el seno de una comunidad...) el recuerdo de los momentos felices vividos juntos y de las dificultades afrontadas en armonía y solidaridad, puede ser fuente de fortaleza para afrontar nuevas dificultades. Lo mismo ocurre en la relación con Dios, donde nunca podemos renunciar a la memoria.
Pero además la esperanza debe ser una palabra que sea verdadera y creíble en el presente. Por esta razón se conjuga con la vigilancia y la laboriosidad. En la "casa" que es la Iglesia, todos los criados tienen su tarea, y todos se llaman “siervos". Siervo es una persona que pertenece a otro, que no tiene dominio ni sobre su propia vida. En la casa de este Señor, todos tienen esta condición de no pertenecerse a sí mismos, sino sólo a Él y a los demás. El ejemplo de los discípulos que se durmieron en vez de velar con Jesús en el huerto de Getsemaní muestra a las claras que esta vigilancia no es una actitud más, sino que coincide sustancialmente con la capacidad de dar la vida, como fue la actitud de Jesús.
ORATIO
La mejor sugerencia como oración, en este caso, es volver a leer el texto de la primera lectura, ya que el mismo texto es una súplica. «Tú, Señor, eres nuestro Padre». Mientras vamos acercándonos a ti, Padre, sentimos estas palabras en toda su fuerza. Te has comprometido con nosotros, te has expuesto por nuestro “rescate”, y así podemos apelar a este para llamar a tu corazón. No recuerdes quiénes somos, recuerda quién eres tú, ya que nosotros somos barro y tú el alfarero. No olvides la obra de tus manos.
Señor Jesús, que nos has confiado tu casa, la Iglesia y todos nuestros hermanos para que cuidemos unos de otros en espera de tu vuelta, no dejes que decaigan nuestros brazos abatidos por el cansancio o por el sueño. No nos abandones al poder de nuestro pecado y nuestra iniquidad. Tú que nos llamas “siervos” concédenos reconocernos en ti, ya que te has hecho siervo nuestro.
«Esten alerta, vigilen», es lo que nos mandas: como quien pasa la noche de guardia atento a cualquier ruido nocturno porque puede ser precursor de algo inesperado, haz que tengamos el ojo avizor y el oído atento para percibir dónde estás y dónde nos llamas a colaborar contigo.
CONTEMPLATIO
Una pregunta seria. Vigilar: ¿Qué significa para Cristo? Estar vigilantes. No se trata solamente de creer, sino de estar alerta. ¿Saben lo que significa esperar a unamigo, esperar que llegue cuando se retrasa? ¿Estar ansiosos por algo que puede suceder o no? Vigilar por Cristo se asemeja algo a todo esto. Vigilar con Cristo es mirar hacia delante sin olvidar el pasado. No olvidar lo que ha sufrido por nosotros es perdernos en contemplación atraídos por la grandeza de la redención. Es renovar continuamente en el propio ser la pasión y agonía de Cristo, es revestirse con gozo del manto de aflicción que Cristo quiso llevar y luego dejarlo subiendo al cielo. Es separación del mundo sensible y vivir en el mundo invisible con el móvil de que Cristo vendrá como dijo. Es deseo afectuoso y agradecido de esta segunda venida de Cristo: esto es vigilar (J. H. Newman, Diario spirituale e meditazioni, Novara s.f., 91-93).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La espera no es una actitud muy común. No se suele pensar con mucha simpatía en la espera. De hecho, la mayor parte de la gente piensa que la espera es una pérdida de tiempo..., quizás porque la cultura que nos ha tocado vivir dice «¡Venga!, ¡haz algo! ¡Demuestra que eres capaz de actuar! ¡No te quedes sentado esperando!»
Sin embargo, esperar es una actitud enormemente radical en la vida. Es confiar en que sucederá algo que supera con mucho nuestra imaginación. Es abandonar el control de nuestro futuro y dejar que sea Dios quien determine nuestra vida. Es vivir con la convicción de que Dios nos va formando con su amor divino y no con nuestros temores. La vida espiritual es una vida en la que esperamos, estamos a la espera, activamente presentes en el momento actual, esperando la novedad que acontecerá, novedad que va más allá de nuestra propia imaginación o previsión. Esta actitud, ciertamente, es muy radical en la vida en este mundo preocupado en controlar los acontecimientos (H. J. M. Nouwen, The Path of Waiting, Nueva York 1995).
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