Lectio Divina Viernes XXXIII del Tiempo Ordinario A. Tomé el librito de la mano del ángel y me lo comí

 El cáliz de nuestra acción de gracias, nos une en la Sangre de Cristo; y el pan que partimos, nos une en el Cuerpo del Señor.

Apocalipsis del apóstol san Juan: 10, 8-11. Lucas: 19, 45-48




 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan: 10, 8-11

 

Yo, Juan, oí de nuevo la voz que ya me había hablado desde el cielo, y que me decía: "Ve a tomar el librito abierto, que tiene en la mano el ángel que está de pie sobre el mar y la tierra".

Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito. Él me dijo: "Tómalo y cómetelo. En la boca te sabrá tan dulce como la miel, pero te amargará las entrañas".

Tomé el librito de la mano del ángel y me lo comí. En la boca me supo tan dulce como la miel; pero al tragarlo, sentí amargura en las entrañas. Entonces la voz me dijo: "Tienes que volver a anunciar lo que Dios dice acerca de muchos pueblos, naciones y reyes". 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

El autor del libro del apocalípsis está implicado personalmente en el acontecimiento profético. Oye, en efecto, una voz del cielo que le invita a tomar el libro y devorarlo (vv. 8ss). Sigue la orden con prontitud y, apenas lo ha engullido, siente al mismo tiempo dulzura y amargura (v. 10). Tenemos aquí un símbolo muy claro de la misión profética a la que está llamado no sólo Juan, sino cualquier miembro del pueblo de Dios, La Palabra, que, aunque está sellada en el gran libro, quiere convertirse en una voz que llega a cada uno de nosotros, nos interpela y nos responsabiliza en nuestra tarea de oyentes y de testigos de la misma. A nadie le es licito desatenderla o desconocerla: el bautismo fundamenta en cada uno de nosotros el derecho-deber al apostolado entendido como «servicio» a la Palabra.

Dulzura en la boca y amargura en las vísceras: en este contraste advertimos el drama de quien, en relación con la Palabra, siente no sólo el derecho a la escucha, sino también el deber del testimonio. En efecto, el verdadero profeta no puede dejar de compartir el destino de la Palabra, más precisamente de aquel que es la Palabra. Un destino pascual, como bien sabemos, es decir, abierto al sufrimiento y a la alegría, a las tinieblas y a la luz, a la muerte y a la vida. El mandamiento final: «Tienes aún que profetizar» (v. 11), tiene la función de atestiguar que la misión profética para el creyente no es algo opcional, sino al contrario-objeto de un camino divino y la expresión más genuina de su ser.

 

EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Lucas: 19, 45-48

 

Aquel día, Jesús entró en el templo y comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban allí, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa es casa de oración; pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones".

Jesús enseñaba todos los días en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los jefes del pueblo, intentaban matarlo, pero no encontraban cómo hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras. 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Esta perícopa evangélica está subdividida claramente en dos partes: en primer lugar aparecen unas palabras de Jesús contra los vendedores del templo; en segundo lugar, un apunte recopilador con el que el evangelista Lucas quiere caracterizar los últimos días de la

vida terrena de Jesús.

            «Está escrito: Mi casa ha de ser casa de oración» (v. 45). Sabemos bien que, para Jesús, el templo de Jerusalén no es el único lugar en el que se puede orar; más aún, en algunas ocasiones ha expresado una valoración crítica con respecto a una concepción demasiado materialista de las instituciones religiosas. Ahora bien, sabemos asimismo que el templo, en cuanto casa de Dios, nopuede ser desnaturalizado ni destinado a otras funciones que no sean las litúrgicas. Está prohibido, por tanto, para cualquier intercambio comercial, que transformaría la casa de Dios en una «cueva de ladrones» (v. 46; cf. Is 56,7; Jr 7,11).

            «Está escrito»: esta frase indica en labios de Jesús no que las profecías determinen el comportamiento de Jesús, sino que el comportamiento de Jesús da pleno cumplimiento a las profecías. Para Jesús, la luz plena, que ilumina sus gestos y nos permite reconocerlo por lo que es, proviene ciertamente del mensaje profético, pero sobre todo de su conciencia mesiánica.

La noticia final de Lucas (vv. 47ss) viene a confirmar un hecho bien conocido: los que ejercen el poder siguen estando ciegos ante Jesús y ante la claridad de sus palabras, mientras que el pueblo en su sencillez, reconociendo que tiene necesidad de un Salvador y de un Maestro, está pendiente de sus labios.

 

MEDITATIO

 

Podemos detectar un profundo vínculo entre la misión profética de la que habla la primera lectura y la «casa de oración» de la que habla Jesús en el evangelio. La Palabra de Dios, en efecto, es al mismo tiempo don del que tienen que participar los otros mediante la profecía y don que se ha de asimilar, en íntimo diálogo con Dios, el donante. Se trata de dos aspectos de una misma experiencia espiritual, de dos momentos de un único ministerio. Quien acoge la misión profética con plena conciencia intuye que ésta debe madurar en la oración; por otro lado, quien aprende a orar no puede dejar de sentir la necesidad de evangelizar. La liturgia de la Palabra supone cada día una nueva invitación a no separar lo que en el proyecto de Dios debe seguir estando profundamente unido.

«Casa de oración» y no «cueva de ladrones»: esto es verdad dicho sobre el templo en el que Jesús entró más veces durante su vida terrena, pero también es verdad, hoy, dicho de todo lugar elegido y destinado para el culto. Existe siempre, en efecto, el peligro -más aún, la tentación- de convertir en instrumentos los lugares de oración, para transformarlos en lugares de interés personal.

Se requiere una marcada delicadeza de ánimo para no desnaturalizar el don de Dios y desviarlo de sus funciones originarias. No es, por consiguiente, el templo en sí mismo, sino lo que este significa lo que cuenta para Dios y para nosotros. No resulta agradable a Dios quien dice: «El templo del Señor, el templo del Señor» (Jr 7,4), sino quien cumple su voluntad. No complace a Dios quien piensa en sus propios intereses y sólo en apariencia cultiva los intereses de Dios, sino quien ha unido en su vida la acción y la contemplación. Jesús presentó el templo a la gente de su tiempo como casa de oración y como «casa de enseñanza» (Eclo 51,23): también para nosotros puede y debe convertirse la Iglesia -toda iglesia- en lugar para meditar y para aprender la Palabra de Dios.

 

ORATIO

 

«Si...», dice el Señor:

Si aceptas la invitación a devorar mi Palabra, vivirás.

Si la saboreas en la boca, la encontrarás dulce como la miel.

Si la engulles en tus vísceras, experimentarás una gran amargura.

Si denuncias la ignorancia camuflada, serás alejado.

Si proclamas la libertad contra el poder, serás perseguido.

Si revelas el interés privado contra el bien común, serás criticado.

Si buscas la aprobación de personajes, te verás decepcionado.

Si te confías a tus fuerzas, vacilarás fácilmente.

Si piensas que podrás ver los frutos de lo que siembras, esperarás en vano.

Si el pueblo está pendiente de tus labios, alabarás al Señor.

Si obras prodigios en los corazones, cantarás al Señor.

Si es reconocida tu misión, darás gracias al Señor.

«Éste es mi profeta», dice el Señor.

 

CONTEMPLATIO

 

Se oye decir: «No es tarea mía leer la Escritura. Eso les corresponde a los que han renunciado a este mundo». Pues bien, yo les digo que ustedes tienen más necesidad de la Escritura que los monjes. En cuanto a ellos, lo que les salva es su tipo de vida; ustedes, por el contrario, están en medio de la refriega, están expuestos a nuevas heridas sin tregua.

Por eso tienen necesidad de la Escritura: una necesidad continua para alcanzar la fuerza. Muchos me dirán: «¿Y los negocios... y el trabajo?». ¡Bello pretexto, de verdad! Ustedes discuten con sus amigos, van a los espectáculos, asisten a los encuentros deportivos... ¿Entonces? ¿Piensan que cuando se trata de la vida espiritual es algo sin importancia? ¡Ah, se me olvidaba! Hay otra excusa: «Nosotros no tenemos libros». Este pretexto sólo merece una buena carcajada (Juan Crisóstomo).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Toma el libro, cómetelo. Tienes aún que profetizar» (cf. Ap 10,9-11).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Porque, Sócrates, me parece a mí, y tal vez también a ti, que tener un conocimiento seguro de estas cosas en esta vida es o imposible o extremadamente difícil; pero, por otra parte, no poner a prueba por todos los caminos lo que se dice de ellas, sin desistir de ellas, sin haber hecho antes todo lo posible por examinarlas desde todos los puntos de vista, es cosas de hombres de ánimo sobremanera flojo.

Y es que me parece que en semejantes temas se debe conseguir uno de estos dos fines: o aprender de otros como son o encontrarlo por nosotros mismos; o bien, donde no sea posible, ateniéndose, si no hay otra cosa, al mejor o al más inexpugnable de los razonamientos humanos, y confiándose a él como a una balsa, arriesgarnos nosotros mismos a navegar a través de la vida, cuando no sea posible realizar este viaje con mayor seguridad y menor peligro en una nave más sólida, es decir, sobre alguna palabra divina (Platón, Fedón).

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