Lectio Divina Viernes XXXII del Tiempo Ordinario A. El que permanece fiel a la doctrina de Cristo, ése sí vive unido al Padre y al Hijo en el Espíritu Santo.


 Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí, dice el Señor.

2 Juan: 1,4-9.  Lucas: 17, 26-37

 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA


De la segunda carta del apóstol san Juan: 1,4-9

 

Hermanos: Me ha dado mucha alegría enterarme de que muchos de ustedes viven de acuerdo con la verdad, según el mandamiento que hemos recibido del Padre.

Les ruego, pues, hermanos, que nos amemos los unos a los otros. No se trata de un mandamiento nuevo, sino del mismo que tenemos desde el principio. El amor consiste en vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios. Y el mandamiento consiste en vivir de acuerdo con el amor, como lo han escuchado desde el principio.

Ahora han surgido en el mundo muchos que tratan de engañar, pues niegan que Jesucristo es verdadero hombre. Estos son el verdadero impostor y anticristo.

Pongan, pues, atención para que no pierdan el fruto de sus trabajos y puedan recibir la recompensa completa. Quien se aparta de la verdad y no permanece fiel a la doctrina de Cristo, no vive unido a Dios; el que permanece fiel a la doctrina de Cristo, ése sí vive unido al Padre y al Hijo. 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

En esta brevísima carta, el apóstol Juan nos ofrece casi una síntesis de su evangelio, precisamente para recordar a su comunidad las condiciones fundamentales para la salvación: «Caminar en la verdad» y «creer que Jesús es el Hijo de Dios». De este modo, el apóstol se hace portador del mandamiento de Dios; no nos ofrece una hipótesis de vida basada en su sabiduría personal, sino que se hace intérprete del mandamiento nuevo que él mismo ha recibido de su Señor.

Las dos condiciones para la salvación pueden ser reconducidas al único mandamiento por el que llega a nosotros la verdad de Dios, revelada -incluso hecha carneen Jesucristo. Creer en el significa entrar en la verdad de Dios. Caminar por el sendero del amor significa participar en el amor que es Dios. Pero el apóstol Juan está preocupado también por la fidelidad de sus destinatarios: en efecto, siempre hay al acecho algunos, incluso muchos, «seductores» (v. 7) que no reconocen a Jesús y querrían corromper también la fe de los otros. Consecuentemente, sigue abierta la posibilidad de «echar a perder lo que habéis trabajado» (v. 8), esto es, la fe, y la posibilidad de transformar con ella toda nuestra vida.

La fortuna del que cree consiste precisamente en esto: no en conocer una verdad abstracta, sino en tener a Dios (v. 9); no en tender hacia adelante, hacia un futuro incierto, sino en caminar con Cristo hacia Dios; no en ejercer cierta filantropía, sino en amar a Dios a través del prójimo, en nombre de Cristo.

 

EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Lucas: 17, 26-37

 

En aquellos días, Jesús dijo a sus discípulos: "Lo que sucedió en el tiempo de Noé también sucederá en el tiempo del Hijo del hombre: comían y bebían, se casaban hombres y mujeres, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces vino el diluvio y los hizo perecer a todos.

Lo mismo sucedió en el tiempo de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, sembraban y construían, pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Pues lo mismo sucederá el día en que el Hijo del hombre se manifieste.

Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, que no baje a recogerlas; y el que esté en el campo, que no mire hacia atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. Quien intente conservar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.

Yo les digo: aquella noche habrá dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro abandonado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra abandonada". Entonces, los discípulos le dijeron: "¿Dónde sucederá eso, Señor?". Y él les respondió: "Donde hay un cadáver, se juntan los buitres". 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Jesús, a fin de educar a sus discípulos en el ejercicio de la verdadera esperanza, completa el discurso sobre su última venida. Para que la esperanza no se convierta en utópica («sin lugar») y para que no produzca fáciles ilusiones, la conjuga Jesús con la fe: ésta nos liga, en efecto, desde ahora a su persona y nos introduce en su misterio de muerte y resurrección. Si la esperanza se conjuga con la fe, entonces, como creyentes, sabemos a quién esperamos y no nos interesa ya cuándo ni cómo tendrá lugar.

Jesús ilustra esta enseñanza suya con dos ejemplos: el de Noé (vv. 26ss) y el de Lot (w. 28ss). Estos dos hechos históricos ponen de relieve el carácter inesperado y repentino del diluvio, por un lado, y de la lluvia de fuego, por otro, sólo en apariencia. En realidad, Jesús quiere señalar con ellos la necesidad de estar preparados para cuando Dios se manifieste en su divino señorío: preparados para reconocerlo, para ser introducidos por él en el gozo eterno y entrar así en plena comunión con él. La verdadera enseñanza, por tanto, es ésta: no debemos considerar sólo a Noé y a Lot como figuras de los creyentes, sino también a sus contemporáneos, tan bien representados por la mujer de Lot (v. 32). Vivían éstos olvidados de Dios y preocupados sólo por los bienes terrenos, y en esta situación fueron sorprendidos por el castigo de Dios; es su ceguera espiritual, su incapacidad para captar el carácter dramático de los tiempos, lo que atrae la atención de Jesús, del evangelista y también la nuestra.

 

MEDITATIO

 

«Acúerdense de la mujer de Lot.» El discípulo de Jesús debe hacer un buen uso de su memoria: con ella, en efecto, puede volver a aquella historia que, precisamente por haber sido visitada por Dios, se convierte en fuente de sabiduría y, por ello, en maestra de vida. En este caso, la invitación recae directamente sobre el Antiguo Testamento, que, para nosotros los cristianos, constituye una fuente de enseñanzas siempre válidas y actuales.

La memoria del creyente no debe ser considerada como una mina de la que extraer materiales más o menos preciosos. Esta memoria induce más bien al creyente a «captar» en el interior de los acontecimientos históricos esos mensajes de los que Dios no priva a quienes le reconocen como tal. Quien recuerda los hechos históricos del Antiguo Testamento, preocupado por captar los motivos y los modos según los que interviene Dios, aprende no sólo a vivir en el tiempo presente, sino también a orientar la antena de su fe hacia la meta final.

Ésa es la razón de que tal memoria se convierta en criterio de diagnóstico de todo lo que acontece aquí y ahora, de suerte que no marque nunca el paso ni lentifique el ritmo de nuestra peregrinación. Al mismo tiempo, esa memoria nos pide y nos habilita para superar peligrosas distracciones debidas sobre todo a la hipnosis de las cosas y de ciertas personas, y para practicar ese distanciamiento que hace posible un juicio sereno y ecuánime so bre todo y sobre todos. Más aún: esa memoria nos enseña a perder lo que debe ser perdido y a conservar lo que debe ser conservado. Está clara la contraposición que existe entre una vida que sólo en apariencia es tal -y que, en ocasiones, nosotros mismos apreciamos más que la verdadera- y la vida nueva adquirida por quien está dispuesto a sacrificar la propia vida terrestre. La orientación hacia el futuro de Dios es por lo menos clara.

 

ORATIO

 

Señor, tú eres el camino, la verdad y la vida. Pero ¡cuántos semáforos en rojo encuentro en mi camino! Por eso me aferro a los amigos como ancla de salvación; me entierro en mis seguridades personales; me vendo a mi trabajo; me quedo encantado con lo que brilla; me consagro a mi bienestar; me alineo con la superchería de los intolerantes; me distraigo con el estruendo de tantas mentiras; sigo el trajín de una vida sin sentido, dictada por los que me rodean.

Pero tú me avisas: reconoce a Dios como origen común y como creador para recuperar el sentido de lo sagrado. Reconoce a todo hombre para recuperar tu humanidad, con sus valores de fraternidad, de justicia, de libertad. Reconoce la naturaleza como fuerza que hemos de respetar sin intentar someterla, explotarla, poseerla o reproducirla en copias cada vez más desteñidas. Sólo así caminarás conmigo, y mi llegada te encontrará preparado. Sólo en sintonía con los valores del Espíritu te salvarás y la muerte te encontrará preparado.

 

CONTEMPLATIO

 

¡Mucho vale el amor! Fijaos que sólo él sopesa y distingue los hechos de los hombres. Decimos esto en referencia a hechos semejantes. En referencia a hechos diferentes encontramos a un hombre que infiere por motivos de amor y a otro, gentil, que lo hace por iniquidad. Un padre azota a su hijo y un mercader de esclavos, en cambio, los trata con miramiento.

Si te pones ante estas dos cosas -los azotes y las caricias-, ¿quién no prefiere las caricias y huye de los azotes? Si paras mientes en las personas, el amor azota, la iniquidad suaviza. Considerad bien lo que aquí enseñamos, a saber: que los hechos de los hombres no se diferencian si no es a partir de la raíz del amor. En efecto, pueden acaecer muchas cosas que tienen una apariencia buena, pero no proceden de la raíz del amor: también las espinas tienen flores; algunas cosas parecen ásperas y duras, pero se hacen, regidas por el amor,

para instaurar una disciplina.

Se te impone, pues, de una vez por todas, un breve precepto: ama y haz lo que quieras; si te callas, calla por amor; si hablas, hazlo por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Esté en ti la raíz del amor, puesto que de esta raíz no puede proceder sino el bien (Agustín de Hipona).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«El amor consiste en vivir según sus mandamientos» (2 Jn 6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

El obispo no puede limitarse al acto litúrgico, sino que vigilando, debe indicar, guiar y proyectar. Debe ser profeta sentido etimológico del término: pro (antes o delante), phemí (hablar). El obispo tiene, por tanto, la obligación de hablar delante de la gente y, sobre todo, de hablar antes: previendo las consecuencias del obrar humano y anticipando sus efectos. No

es posible tener la prudencia como pastoral. A buen seguro, Jesús habría alcanzado una vejez tranquila si hubiera sido prudente, pero eso habría envilecido su mensaje, que, sin embargo, es muy rico en imprudentes llamadas a la fraternidad y a la solidaridad. Por no hablar de los santos y los mártires que pagaron con el sacrificio el valor arriesgado de la fe. No, Emilio; es preciso ir también, si es necesario, a la guarida del lobo, para demostrar que existe la menos cómoda y practicada via del diálogo y de la razón a la hora de resolver las controversias: debemos afirmar que el odio y la guerra producen sólo frutos mortificantes (T. Bello)

 

 

 

 

 

 

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