Padre nuestro... venga tu Reino


7 de julio

Te equivocas, y te equivocas de lleno, si quieres medir el amor de un alma a su creador por la dulzura sensible que experimenta al amar a Dios. Ese amor es propio de las almas que se encuentran todavía en la simplicidad de la infancia espiritual: amor que podría ser fatal para el alma que lo busque en demasía. Por el contrario, el amor de las almas que han salido de esa infancia espiritual es aquel que ama sin recibir gusto o dulzura en aquella parte que llamamos alma sensitiva.

La señal segura para conocer si esas almas aman de verdad a Dios es el descubrirlas siempre dispuestas a la observancia de la ley santa de Dios; es el verlas siempre atentas y vigilantes a no caer en pecado; es su deseo habitual de ver glorificado al Padre del cielo y que para ello no dejan, en cuanto depende de ellos, de propagar el reino de Dios; es el verlas continuamente orando al Padre del cielo con las mismas palabras del divino Maestro: «Padre nuestro... venga tu reino».

(29 de diciembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 288)

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