Abandónate tranquilamente en los brazos del Padre del cielo.



8 de febrero
Tengámonos por lo que somos de verdad: nada, miseria, debilidad; una fuente de perversidad sin límites ni atenuantes, capaces de convertir el bien en mal, de abandonar el bien por el mal, de atribuirnos el bien que no tenemos o aquel bien que hemos recibido en préstamo, y de justificarnos en el mal y, por amor del mismo mal, despreciar al Sumo Bien.
Con este convencimiento grabado en la mente, tú:
1º no te complacerás nunca en ti mismo por algún bien que puedas acoger en ti, porque todo te viene de Dios y a él debes dar honor y gloria;
2º no te lamentarás nunca de las ofensas, te vengan de donde te vinieren;
3º perdonarás todo con caridad cristiana, teniendo bien presente el ejemplo del Redentor, que llegó incluso a excusar ante su Padre a los que le crucificaron;
4º gemirás siempre como pobre delante de Dios;
5º no te maravillarás de ningún modo de tus debilidades e imperfecciones; pero, reconociéndote por lo que eres, te avergonzarás de tu inconstancia y de tu infidelidad a Dios; y, ofreciéndole tus propósitos y confiando en él, te abandonarás tranquilamente en los brazos del Padre del cielo, como un tierno niño en los de su madre.
(19 de agosto de 1918, a Fray Gerardo de Deliceto – Ep. IV, p. 25).

Teniendo siempre en cuenta la dignidad de hijo de Dios, al mismo tiempo puedes constatar la inclinación al pecado, y, por lo tanto a cometer actos pecaminosos. Ciertamente, no es fácil sobreponerse a esta realidad que habita en nosotros, por eso es necesario que la reconozcamos para poder estar más atentos no solamente a no pecar, sino sobre todo, y ante todo a hacer el bien. Solamente esta actitud práctica en la vida podrá transformar de raíz la maldad que existe en el fondo del corazón humano y, por ende exterminar el pecado que todos somos capaces de cometer. Si bien es cierto, que el pecado no podrá ser erradicado del todo, más cierto es que la misericordia de Dios es mayor. Solamente siendo conscientes de dicha misericordia y del Amor de Dios en la propia vida, hemos de realizar todo, bien sea de palabra y de obra, para bien de nuestros hermanos. El actuar con esta conciencia de procurar el bien, al mismo tiempo nos lleva a entender y sopesar, que dicha actitud proviene de la inspiración y asistencia del Espíritu Santo. Por tanto sé libre para hacer el bien, no te apropies de él, practica la caridad fundamentalmente perdonando de corazón todo y a todos  aquellos que te han aleja de Dios, y al mismo tiempo date la oportunidad de ser libre y feliz. Confía así en el Amor y la Misericordia de Dios y arrójate en sus brazos, como si te lanzaras a la inmensidad del mar. 

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