Yo, padre mío, deseo ardientemente esta agua


6 de febrero
Quiera el Señor, fuente de toda vida, no negarme esta agua tan dulce y tan preciosa, que él, en la exuberancia de su amor a los hombres, prometió a quien tiene sed de ella. Yo, padre mío, deseo ardientemente esta agua; se la pido a Jesús con lamentos y suspiros continuos. Pídale también usted que no me la oculte; dígale, padre, que él conoce la gran necesidad que tengo de esta agua, la única que puede curar a un alma herida de amor.
Consuele este tiernísimo esposo del Cantar de los Cantares a un alma que tiene sed de él; y la consuele con aquel mismo beso que le pedía la sagrada esposa. Dígale que, hasta que un alma no haya llegado a recibir ese beso, no podrá nunca firmar con él un pacto en estos términos: «Yo soy todo para mi amado y mi amado es todo para mí».
¡Quiera el Señor no abandonar a quien ha puesto sólo en él toda su confianza! ¡Ah!, que esta esperanza mía no quede nunca defraudada, y que yo le sea siempre fiel…
(10 de octubre de 1915, al P. Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 666)

La gracia de Dios se derrama a raudales en aquella alma que aunque pecadora, reconoce humildemente su pecado y se acerca al Torrente de agua viva nacida del Corazón de Jesús.
Él no podrá nunca negar a quien se la pida para calmar la sed del camino de la vida. Cuando la andadura del camino se convierte en aridez, desasosiego, infortunio y desesperación, el buen Padre Dios conforta al alma que en Él confía. Confía, pues, siempre en el Señor, desahoga ante Él tus afanes y Él te reconfortará.
Puebla, 6 de Febrero de 2020
Fray Pablo Jaramillo, OFMCap.

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