Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo
(Hebreos 7,23-28. 8,1-6)
Queridos Hijos e Hijas. Hermano y Hermanas: Paz y Bien
La reflexión sencilla que hemos venido haciendo en torno a La Carta a los Hebreos gira alrededor de la naturaleza del sacerdocio de Cristo. Éste es el fundamento teológico y al mismo tiempo nos presenta la eficacia de dicho sacerdocio. Hoy hemos de destacar que la diferencia existencial y radical entre el sacerdocio de Cristo y el sacerdocio levítico se basa en el hecho único e irrepetible de que Cristo se ofreció a sí mismo sobre el ara de la Cruz como ofrenda agradable al Padre. Así fue como entró en el santuario del cielo, de donde había venido y allá tenía que volver. Con su entrada en el Reino del Padre, abrió el acceso a todos los que confían en Él, permitiendo que todos los redimidos con su Sangre preciosa a través de su Sacerdocio Regio, puedan entrar y penetrar en el océano inmenso de su misericordia infinita.
Por otro lado hemos de darnos cuenta que con respecto a lo del “Santuario”, sucede exactamente lo mismo. Hay una analogía entre el “Santuario del Cielo” y el Santuario o mejor dicho: Iglesia de la tierra. El santuario terreno debe reflejar necesariamente la realidad del santuario eterno. De aquí brota la importancia de vivir todos juntos como miembros del cuerpo de Cristo y templos vivos de su Espíritu Santo. El verdadero templo de Dios, el verdadero santuario, es la Jerusalén celestial a donde todos podemos ingresar porque Cristo no ha hecho merecedores del Reino de nuestro Padre Dios a través de su Sacerdocio único y eterno. Todos pues debemos aspirar a este magnífico don y dejar las ataduras de la tierra, donde todo es pasajero, para que libres podamos acceder a la plenitud de la vida eterna.
Paz y Bien
Fort Worth, Tx 20 de enero de 2011.
Fray Pablo Capuchino Misionero.
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