In Persona Christi


Hermanos: todo sumo sacerdote es un hombre escogido entre los hombres y está constituido para intervenir en favor de ellos ante Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. Por eso, así como debe ofrecer sacrificios por los pecados del pueblo, debe ofrecerlos también por los suyos propios. Nadie puede apropiarse ese honor, sino sólo aquel que es llamado por Dios como lo fue Aarón. De igual manera, Cristo no se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote; se la otorgó quien le había dicho: Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec. Precisamente por eso, durante su vida mortal ofreció oraciones y súplicas con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen y fue proclamado por Dios sumo sacerdote, como Melquisedec. (Hebreos 5,1-10)

Querido Hijo e Hija: Paz y Bien

Volvemos a encontrarnos hoy a través del ciberespacio, el cual está significando para la humanidad y para los cristianos un excelente espacio de evangelización y presencia de Dios. Hoy en nuestra sencilla reflexión en torno a la Carta a los Hebreos me brota del corazón el Espíritu de expiación. ¡Sí de expiación! Te suena raro, ¿verdad? Es lógico. En la actualidad en nuestro mundo hedonista en todos los sentidos no somos generosos de sacrificarnos por el otro, menos por el Otro. Esto ha dejado vacíos nuestros corazones y nuestras vidas. También ha significado el perder de vista la presencia de Dios en todos nuestros ambientes.

La Carta a los Hebreos en sus primeros versículos del capítulo quinto se encarga de recordarnos a todos que el Sacerdote, sea el que fuere y como fuere es un hombre que ha gozado del privilegio de la mirada especial de Dios para constituirlo en su amigo íntimo, personal, en su mensajero, en su apóstol y en su instrumento de salvación. Qué magnifica dignación de Dios. Es Dios que ha querido tener por amigo y compañeros muy cercanos a pobres hombres, débiles, frágiles, ¡pecadores! Para que intercedan ante Dios mismo no a favor propio, sino a favor de los hombres, sus hermanos. Todos los seres humanos que están tan dolidos por la herida del pecado, por el sufrimiento, por la ausencia de Dios. El sacerdote pues, es y ha de ser el hombre de oración: la oración significa y realiza la cercanía, el encuentro diario e íntimo con Dios su Maestro. Sin la oración el sacerdote se muere y deja de convertirse en intercesor. Sin la oración el sacerdote deja de ser signo para los demás y se convierte en un hombre ordinario. Sin la oración el contacto personal y transformante que Dios puede realizar se ve obstaculizado por la falta de disponibilidad y apertura en el Espíritu. La oración es pues ese diálogo intimo de corazón a corazón. Es el diálogo entre dos enamorados, los cuales ambos necesitan de silencio, de intimidad de soledad prolongada para poder acceder el Uno en el otro. Además de la oración, nos encontramos con lo más sublime del Ser del Sacerdote: ¡representante de Cristo en la tierra! Y por lo tanto intermediario e intercesor. El sacerdote tiene la necesidad de convertirse en el hombre expiatorio, por los propios pecados y por los de la humanidad entera, pero sobre todo por los pecados de aquellos hombres y mujeres que acuden a él para encontrarse con la misericordia y el amor de Dios. Así pues el sacerdote se convierte en “Alter Christus” desde la Pasión y la muerte en cruz por la salvación de las almas. Cristo es el único y eterno Sacerdote y en él todos aquellos que han sido elegidos de entre los hombres para este ministerio sacratísimo.

Así pues es necesario que oremos intensamente por todos y cada uno de los sacerdotes, pero sobre todo y ante todo por los más cercanos a nosotros. Por el sacerdote que nos acompaña espiritualmente. Por el sacerdote que nos administra el Sacramento de la Confesión. Por el sacerdote que celebra la Misa todos los días y nos da la oportunidad de comer el Cuerpo y beber la Sangre del Señor. Por el sacerdote misionero y por el sacerdote débil e infiel para que su Espíritu se fortalezca y experimente el retorno a la casa paterna.

Paz y Bien

Fort Worth Texas 17 de enero de 2011

Con mis oraciones:

Fray Pablo Capuchino Misionero.

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