Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con toda tu alma.


Yo soy tu Dios, ¡escúchame!

Estamos ya bien entrados en las entrañas, en el corazón mismo de la cuaresma. Tiempo de reflexión e interiorización. Tiempo de leer y vivir el Evangelio. Tiempo de arrepentimiento, tiempo de volverse al Señor. En una palabra tiempo de Cristificarnos.

La liturgia de este día, hoy, viernes de la tercera semana de cuaresma, de nuevo se nos habla de conversión. Se nos invita a convertirnos de manera radical. Es una exigencia que el Señor nuestro Dios nos está haciendo: ¡“Conviértete al Señor Dios tuyo”! Se trata de ser verdaderamente radicales y no andar regateando la gracia de Dios en nuestras vidas.

Hoy la primera parte del pasaje en la primera lectura es una oración confiada y humilde del pueblo,-Ésta bien puede ser tu oración- prometiendo solemnemente y esto significa verdaderamente su vuelta a Dios. Es Dios mismo quien pone en labios de las personas, las palabras que Él mismo está deseando escuchar: “Perdona nuestra iniquidad, recibe el sacrificio de nuestros labios”. El reconocimiento del pecado de cada uno de nosotros, no proviene de una iniciativa propia, no. Es Dios mismo el que pone los buenos sentimientos en nuestro corazón dañado por el dolor, por el pecado, por el sufrimiento, por la angustia, para que volvamos a Él. ¡Qué maravilloso, la iniciativa es de Dios! Que a través del reconocer nuestros pecados, Él hace uso de su misericordia infinita.

El pecado principal del Pueblo de Israel, y de nuestro tiempo, de hoy, fue y es contra el primer mandamiento, “no tendrás otro Dios fuera de Mí”. Por eso el arrepentimiento en primer lugar se refiere a la idolatría. Es la vuelta de un corazón quebrantado y humillado, que tras haberse prostituido con otros dioses, el verdadero y único Dios le hace capaz de ver su miseria y le concede la gracia de volver al Dios verdadero. ¿Cuáles son nuestros dioses hoy? ¿En qué consiste nuestra idolatría? Tú y yo, cada quien podemos ponerle nombre, rostro y quizá hasta sabor, el hecho es que con cierta frecuencia nos olvidamos del “Único Dios verdadero” y nos tras de otros “diosesillos”, que no hacen sino empobrecernos.

Obviamente, y tan obvio que también lo perdemos de vista. La respuesta amorosa de Dios a la súplica de su pueblo es acogerle de nuevo, como se acoge y se abraza y se llena de besos al hijo pródigo que vuelve después de haberse sentido autosuficiente y sólo se encontró con su miseria, con la inmundicia y con la degradación de sí mismo. Dios es grande. Tan grande como su misericordia, por eso la misericordia de Dios es infinita, no se puede medir, porque la medida es el Amor, por eso Dios mismo te dice y me dice a mí: “Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, seré rocío para Israel”.

Dios está ahí, esperándote con los brazos abiertos, con el corazón dilatado, lleno rebozando de amor, no para castigarte, sino para amarte porque Tú eres lo más importante para Él. Eres la Niña de sus ojos.

Paz y bien

Fort Worth, Texas Abril 1 de 2011.

Fray Pablo Capuchino Misionero.

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