En el peligro grité al Señor y Él me escuchó.


Paz y Bien

Estamos en la recta final de nutro recorrido. A una semana del Viernes Santo, el primer día del Triduo Pascual, aparece nuevamente Jeremías como figura de Cristo Jesús en el camino de la pasión, cargando con su cruz.

El profeta jeremías tiene que anunciar desgracias y catástrofes, si no se convertían. Su mensaje fue mal recibido por todos, por el pueblo, por sus familiares, por las autoridades. Por eso tramaron matarlo y él era muy consciente de ello. Sin embargo, en la primera lectura de hoy sale triunfante con la oración confiada en Dios: “El Señor está conmigo… mis enemigos no podrán conmigo… el Señor libró la vida del pobre de manos de los impíos. En Jeremías vemos a tantas y tantas personas que les tocas sufrir muchas veces de manera injusta en esta vida, pero que ponen su confianza en Dios y siguen adelante en su camino.

En el Evangelio podemos constatar que contra Jesús reaccionan más violentamente que contra Jeremías. Sus enemigos nuevamente agarran piedras y quieren lapidarlo, matarlo a pedradas. Es el acoso y derribo en contra de Jesús.

Pero ¿por qué quieren matar a Jesús? Le acusan de blasfemo. Blasfema contra Dios, porque siendo un hombre, se dice Dios. Por eso lo quieren apedrear. Jesucristo mismo les responde, diciéndoles que está escrito: sean como Dios. Los razonamientos de Jesús están cargados de ironía: -¿por cuál de las obras buenas que he hecho me quieren matar?, ¿no está escrito en la ley (Sal 82,6): todos son dioses, hijos del Altísimo?-.

Nosotros pertenecemos al grupo de los que sí han creído en Jesús, o al menos eso pensamos aunque muchas veces dejamos mucho que desear por nuestro comportamiento y sentimientos tan poco cristianos.

Se supone que nosotros le acogemos a Jesús en su totalidad, con todo su estilo de vida que nos ofrece, incluida la cruz que va a presidir nuestra celebración los próximos días. Y cuando decimos incluso la cruz, esto significa que estamos dispuestos a cargar con ella, que estamos dispuestos a dejarnos crucificar, es decir que estamos conscientes y dispuestos a subir a la cruz con Jesús y morir a nosotros mismos para que Él nos resucite.

Seguramente todo conocemos y hemos vivido el sufrimiento, y al igual que Jeremías no siempre hemos tenido éxito en lo que realizamos, porque nos toca sufrir por la situación de nuestro pueblo: ¿A quién no le duele ver un País ten bello y bendecido como México, debatiéndose entre la vida y la muerte? ¿A quién no le duele ver tanta injusticia y tanta maldad? ¿A quién no le duele el ver a la humanidad camino a la muerte y al sinsentido? ¿A quién no le duele descubrir tanta y tanta gente alejada de Dios?.

Sin embargo nos cuesta luchar contra el desaliento, contra el pecado, contra la injusticia. Nos cuesta luchar contra el mal. Tal vez más de uno de nosotros está viviendo una etapa dramática en su vida y puede exclamar con el salmo: -Me cercaban olas mortales, torrentes destructores-

Pareciera que todo camina al caos, hacia la muerte, hacia el sin-sentido, sin embargo no es así. Ojalá y todos avivemos nuestra fe. Ojalá que no perdamos la confianza en Dios y digamos con sinceridad: -en el peligro invoqué al Señor y él me escuchó… yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, mi roca, mi baluarte, mi libertador… desde su templo Él escucha mi voz y mi grito llega a sus oídos-

Como tuvo confianza Jeremías. Como la tuvo Jesús, que experimentó en carne propia el sufrimiento, y no lo aprendió de oídas, sino que lo vivió totalmente en sí mismo, pero se apoyó en Dios su Padre: -Mi alma está triste hasta la muerte… no se haga mi voluntad sino la tuya… a tus manos encomiendo mi espíritu.

Es el Dios de la esperanza. El Dios de la fe. El Dios de la confianza infinita en los brazos del Padre. Es el Dios que ha salido triunfante contra todos sus enemigos y que ha vencido a la muerte y ha resucitado y ahora vive glorioso por los siglos de los siglos. ¡Amén!

Paz y Bien

Fort Worth, Texas

Abirl 15 de 2011.

Fray Pablo Capuchino Misionero.

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