Dios no juzga por apariencias.


Paz y Bien

Estimados lectores estamos prácticamente en la recta final de la cuaresma. Es necesario que ante esta realidad, nos examinemos seriamente si de verdad hemos hecho este camino, este proceso de conversión y vamos avanzando a la muerte para resucitar renovados en la Pascua con Jesucristo. Este es el gran reto, pero ate todo este es el gran don que Dios nos hace, ¿lo aceptamos?.

La liturgia de hoy pone delate de nosotros dos ejemplos de la realidad de las personas. Se nos presentan dos mujeres. Se trata de un juicio contra dos personas diferentes, pero personas al fin. Dos mujeres una inocente y otra pecadora. Susana (primera lectura) y la adúltera (segunda lectura) fijémonos en un detalle que aparentemente no tiene ninguna importancia, sin embargo es trascendental: la mujer inocente tiene nombre. Es decir tiene una identidad concreta. Tiene rostro y corazón. Es también el rostro de la dignidad y del anhelo ferviente de ser fiel a Dios y a sí misma. En cambio la “adúltera” no tiene nombre, no tiene identidad. Es como si su dignidad se le haya arrancado, o ella misma la haya desechado. Carece de rostro y corazón, no porque no los tenga, sino porque el pecado la envuelto con un manto de sufrimiento y de dolor a tal grado que ella cree o piensa que sólo vale para “pecar”.

La joven Susana es presentada y acusada ante los “tribunales” por dos ancianos viciosos que no han conocido nunca la pureza de corazón. Primero quieren destrozarle la vida, ella no se los permite y por ello la llevan a juicio. Aparece allá un testigo veraz: Daniel (que quiere decir <> para impedir que se dicte un veredicto y con él una sentencia injusta contra aquella mujer.

La adúltera en cambio, aunque es culpable y sorprendida en fragrante adulterio, también es llevada a juicio y se la presentan a quien juzga rectamente, porque juzga según el corazón y no según las apariencias. Jesús, el nuevo Daniel, que no sólo defiende al que es justo, sino que va más allá: Es el rostro encarnado de la misericordia infinita y sin medida de Dios incluso para los pecadores. No hay ninguna duda, ésta vez, la mujer a la que se le acusaba era culpable, pero Jesús no vino a este mundo a condenar, sino a salvar lo que estaba perdido. Y aquí también son lo más viejos, los ancianos los que empiezan a desaparecer en el momento de la sentencia.

Es de admirar y de imitar el ejemplo de Susana: una mujer valiente que lucha y se resiste contra el mal, esta vez de carácter sexual, como tantas veces nos toca luchar en el mundo de hoy. En la actualidad el mundo está casi totalmente erotizado y eso ha dañado la integridad de la persona, la integridad de las familias, la integridad del Espíritu de Dios que habita en nosotros. La integridad de la sociedad. Es lamentable constatar a cada momento como este pecado, este vicio va permeando desde los jóvenes adolescentes, hasta las personas maduras de ambos sexos. No son capaces de renunciar a estos signos de muerte que siempre van dividiendo y destruyendo, concretamente todo lo que va en contra de la pureza de corazón va arrancando la dignidad del ser humano y lo hace incapaz de amar verdaderamente. Es necesario empeñarnos por el camino del bien. La fidelidad a los caminos del bien puede costarnos, pero es el único modo de seguir siendo buenos discípulos de Jesús, que es fiel a su misión, hasta la muerte.

Es necesario que hagamos un examen de conciencia, y podamos descubrir nuestra relación y el modo de tratar a los demás en nuestros juicios ¿les juzgamos precipitadamente? ¿Damos ocasión a las personas para que se puedan defender si se les acusa de algo? ¿Nos dejamos llevar por las apariencias?.

Paz y Bien

Fort Worth Texas. Abril 11 de 2011.

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