Corazon conquistado
20 de abril
Dios quiere conquistarnos para sí haciéndonos probar dulzuras abundantísimas y consuelos en todas nuestras devociones, tanto en la voluntad, como en el corazón. ¿Pero quién no descubre los graves peligros que amenazan a semejante amor a Dios? Es fácil que la pobre alma se aferre a la accidentalidad de la devoción y del amor a Dios, sin preocuparse nada o casi nada de aquella devoción y de aquel amor sustancial, que son los únicos que la hacen amada y agradable a Dios.
Ante este grandísimo peligro, nuestro dulcísimo Señor acude rápidamente con esmerada solicitud. Cuando ve que el alma se ha fundamentado bien en su amor, y que se ha enamorado y unido a él, viéndola ya apartada de las cosas terrenas y de las ocasiones de pecar, y que ha alcanzado virtud suficiente para mantenerse en su santo servicio sin esas recompensas y esas dulzuras del sentido, queriendo llevarla a una santidad de vida mayor, le quita esa dulzura de afectos, que hasta ese momento ha experimentado en todas sus meditaciones, oraciones y otras devociones suyas; y lo que es más doloroso para el alma en esta situación es el perder la facilidad para hacer oración y para meditar y el ser dejada a oscuras en una aridez total y dolorosa. […].
Dios mío, ¡qué fácil le ha sido engañarse! Lo que la pobre alma llama abandono no es otra cosa que un singularísimo y especialísimo cuidado del Padre celestial para con ella. Este paso suyo no es sino un inicio de contemplación, árida al principio, pero que pronto, si es fiel, porque será llevada del estado meditativo al contemplativo, se le convertirá en suave y gustosa.
(9 de enero de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 291)
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