Tentaciones
25
de abril
Las tentaciones y las tempestades que rondan en tu cabeza
son signos seguros de la predilección divina. El temor que tienes a ofender a
Dios es la prueba más segura de que no le ofendes.
Confía con confianza ilimitada en la bondad divina, y,
cuanto más intensifique el enemigo los ataques, más debes abandonarte
confiadamente en el pecho del dulcísimo esposo celestial, que no permitirá
jamás que seas vencida. El mismo Dios lo ha proclamado solemnemente en la
Sagrada Escritura: «Fiel
es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien,
con la tentación os dará fuerzas suficientes para superarla».
Convencerse de lo contrario es una infidelidad, y Dios
nos guarde de caer en semejante aberración. También san Pablo se inquietaba y
pedía ser liberado de la dura prueba de la carne: también él temía intensamente
sucumbir, ¿pero acaso no se le garantizó que la ayuda de la gracia le bastaría
siempre?
Nuestro enemigo, juramentado en daño nuestro, quiere
persuadirte de todo lo contrario, pero desprécialo en nombre de Jesús y ríete
con ganas de él. Este es el mejor remedio para hacerle batirse en retirada. Él
se hace fuerte con los débiles, pero con quien se le enfrenta con el arma en la
mano se vuelve un bellaco. Teme no obstante, pero con temor santo, quiero decir
con el temor que no está nunca separado del amor. Cuando ambos, el temor y el
amor, están unidos entre sí, se dan mutuamente la mano, como dos hermanas, para
mantenerse siempre en pie y para caminar seguros por los caminos del Señor.
(25 de abril de 1914,
a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 76)
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