¡Cuánta guerra, Dios mío, me hace ése!



31 de octubre

Si no fuera, padre mío, por la guerra que el demonio me hace de continuo, estaría casi en el paraíso; me encuentro en las manos del demonio, que se esfuerza por arrancarme de los brazos de Jesús. ¡Cuánta guerra, Dios mío, me hace ése! En algunos momentos, poco falta para que pierda la cabeza por la violencia continua que debo hacerme. Padre mío, ¡cuántas lágrimas, cuántos suspiros elevo al cielo para ser liberado de esta situación! Pero no importa, yo no me cansaré de orar a Jesús. Es verdad que mis oraciones son más dignas de castigo que de premio, porque he disgustado demasiado a Jesús con mis incontables pecados; pero, al final, Jesús se apiadará de mí, o sacándome del mundo y llamándome a él, o librándome; y, si no quisiera concederme ninguna de estas dos gracias, espero al menos que querrá continuar concediéndome la gracia de no ceder a las tentaciones. Jesús, que no ha medido su sangre al derramarla por la salvación del hombre, ¿querrá acaso medir mis pecados para perderme como consecuencia de los mismos? Creo que no. Él se vengará, pronto y santamente, con su santo amor hacia la más ingrata de sus criaturas.

¿Y usted que me dice sobre esto? Dígaselo también usted a Jesús, que le mantendré la promesa de no disgustarlo más, que incluso me esforzaré por amarlo siempre.

(20 de diciembre de 1910, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 208)

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