¿Quién haría que yo consiga alejar o apagar este fuego que me arde en el pecho, de llamas tan encendidas por ti?



17 de octubre

¿Quién haría que yo consiga alejar o apagar este fuego que me arde en el pecho, de llamas tan encendidas por ti? ¡Ah!, Señor, no quieras acostumbrarte a gozar escondiéndote. ¡Tú comprendes la turbación y la agitación que se apoderan de todas las potencias del alma e incluso de los sentimientos! Tú ves que mi pobre alma no se sostiene ante el cruel desgarro de este abandono, porque la has enamorado demasiado de ti, belleza infinita.

Tú sabes que ella te busca con afán. Este afán no es inferior a aquél que experimentaba tu esposa del Cantar de los Cantares; también ella, al igual que esta sagrada esposa, recorre, fuera de sí, las calles y las plazas, y ruega e insta a las hijas de Jerusalén a que le digan dónde está su amado: «Os suplico, hijas de Jerusalén, si habéis visto a mi amado, decídmelo, que muero de amor».

(17 de octubre de 1915, al P. Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 674)

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