Guión para el Tránsito de San Francisco de Asís.
TRÁNSITO DE SAN FRANCISCO
MONICIÓN
Hermanas y Hermanos: Sean todos bienvenidos a nuestra liturgia conmemorativa del Tránsito de nuestro Seráfico padre Francisco, a la Casa del Padre. Una vez más nos reunimos para celebrar la pequeña pascua de San Francisco, como una resonancia humilde y ejemplar de la Pascua de Jesús: el Transito de Francisco el pobre de Asís. Que esta celebración renueve nuestro seguimiento radical de Jesús, unidos a la mano fraternal de San Francisco.
CANTO DE ENTRADA: Ven hermano, ven hermana (Puede ser otro)
LECTOR 1: Cada momento de nuestra vida debe significar y ser un paso hacia nuestra pascua definitiva. En muchas personas se realizó la Pascua de Jesús de forma ejemplar. En otras tantas, desafortunadamente no siempre es así. San Francisco vivió este momento de su tránsito con el mismo espíritu de Jesús, su único Señor, como la total entrega a la voluntad de Dios. Vamos ahora a revivir los últimos pasos del Santo en el tramo final de su vida.
LECTOR 2: Era la primavera de 1226. Francisco está en Siena, donde se sometió a una dolorosa operación de oídos. Su precaria salud se debilita alarmantemente. Emprende el retorno a Asís. El obispo Guido lo hospeda en su palacio. Francisco contaba 45 años, pero la austeridad de vida, las enfermedades y, desde hacia dos años, las Santas Llagas, habían extremado su debilidad. Cuando el médico le manifiesta la gravedad de su estado, Francisco responde con serenidad:
FRANCISCO: ¡Bienvenida, mi hermana muerte!"
LECTOR 3: Y suplica que lo trasladen a su querida capilla de la Porciúncula, porque decía que desde una choza se sube mejor al cielo.
LECTOR 1: Apoyado en sus compañeros, Francisco baja por las empinadas y tortuosas calles de Asís hacia la ermita de Santa María de los Ángeles. Ya en las afueras Francisco pidió que se detuvieran y lo colocaran de cara a la ciudad de Asís, que sus ojos casi ciegos no alcanzaban a ver. Y alzando con dificultad su mano llagada, bendijo a su ciudad nativa con estas palabras:
FRANCISCO: ¡Bendita seas del Señor, ciudad santa, ya que por ti se salvarán muchas almas y en ti habitarán muchos siervos de Dios!
LECTOR 4: Llegados a la Porciúncula, los cuatro compañeros instalaron al Hermano Francisco en la cabaña de la Porciúncula, en pleno bosque, a unos cuatro metros de la capilla de santa María, reparada por sus propias manos. Mandó, pues, que llamasen a todos los hermanos que estaban en el lugar para que vinieran a él, y, alentándolos con palabras de consolación ante el dolor que les causaba su muerte, los exhortó, con afecto de padre, al amor a Dios. Habló largo sobre la paciencia y la guarda de la pobreza, recomendando el santo Evangelio por encima de todas las demás disposiciones. Luego extendió la mano derecha sobre los hermanos que estaban sentados alrededor, y, comenzando por su vicario, la puso en la cabeza de cada uno, y dijo:
"Conservaos, hijos todos, en el temor del Señor y permaneced siempre en Él. Y pues se acercan la prueba y la tribulación, dichosos los que perseveraren en la obra emprendida. Yo ya me voy a Dios; a su gracia os encomiendo a todos"'.
Como los hermanos lloraban muy amargamente y se lamentaban inconsolables, ordenó el Padre santo que le trajeran un pan. Lo bendijo y partió y dio a comer un pedacito a cada uno. Ordenando asimismo que llevaran el códice de los evangelios, pidió que le leyeran el evangelio según San Juan'.
LECTOR 1: Después, Francisco pidió que, por fidelidad a la santa Pobreza, le tendieran desnudo sobre la tierra, pero el hermano Guardián, compadecido, lo exhortó a que por obediencia aceptase el hábito como prestado. El Pobrecillo una vez más obedeció. Cubrió la llaga del costado con la mano izquierda, fue posando lentamente su débil mirada sobre cada uno de los hermanos que le rodeaban entristecidos.
LECTOR 2: Caía la tarde. El recuerdo de la Cena del Señor se avivó en la memoria de Francisco. Pidió que le trajeran un panecillo, lo bendijo, lo fue partiendo en pedazos y entregando un trozo a cada uno. Francisco recuerda la Pasión de Jesús y ruega que le lean su pasaje predilecto del Evangelio de San Juan.
LECTOR 3: Escuchamos este pasaje del Evangelio. Nos ponemos en pie.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN.
Era la víspera de la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir a reunirse con el Padre. Él siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y así los amó hasta el fin.
El diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la idea de traicionar a Jesús. Durante la cena, Jesús, sabiendo que había venido de Dios, que volvía a Dios y que el Padre le había dado toda autoridad, se levantó de la mesa, se quitó la ropa exterior y se puso una toalla a la cintura.
Luego vertió agua en una palangana y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura.
Cuando iba a lavar los pies a Simón Pedro, este le dijo:
– Señor, ¿vas tú a lavarme los pies?
Jesús le contestó:
– Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero más tarde lo entenderás.
Pedro dijo:
– ¡Jamás permitiré que me laves los pies!
Respondió Jesús:
– Si no te los lavo no podrás ser de los míos.
Simón Pedro le dijo:
– ¡Entonces, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!
Palabra del Señor.
R/ Gloria a Ti Señor Jesús
LECTOR 4: Vamos ahora a guardar silencio y a reflexionar sobre nuestra actitud a la hora de servir y de ser servido. (Se coloca la jofaina a los pies de Francisco)
HOMILÍA:
REFLEXIÓN: Con los pies nos erguimos y con los pies caminamos... Lavar los pies significa ayudar al hermano a vivir enderezado y caminar cristianamente... Dejarse lavar los pies por los hermanos evita la autosuficiencia y los individualismos, y hace crecer la comunidad... ¿Es el servicio el valor que guía y dirige mi vida?
CANTO: Un mandamiento nuevo (Opcional)
LECTOR 1: La lectura del pasaje del lavatorio siempre provocaba en Francisco lágrimas de compasión. Ahora, al evocar la muerte de Jesús y sentir tan próxima la suya propia, esboza una dulce sonrisa y habla así a los hermanos:
FRANCISCO: No se pongáis tristes, hermanos. Ahora que nuestro señor tiene a bien llamarme a su lado, alegrémonos y démosle gracias todos juntos, como hicimos tantas veces durante estos años. Hermano León, ovejita de Dios, comienza a recitar el Cántico de las criaturas, que yo humildemente compuse en la choza de San Damián ¿lo recuerdas, Hermano León?
LECTOR 2: Y el sencillo fray León y los demás compañeros, alzando los brazos, comenzaron a desgranar los versos del Cántico del Hermano Sol. Escuchemos. (Se van poniendo objetos que hagan referencia al Cántico)
Omnipotente, Altísimo, Bondadoso Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria, y el honor;
tan sólo Tú eres digno de todo bendición
y nunca es digno el hombre de hacer de Ti mención.
Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra y abre el día y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticias de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
Y las estrellas claras, que tu poder creó
tan limpias, tan hermosos, tan vivas como son,
y brillan en los cielos, ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el Sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana tierra que es toda bendición,
por la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!
Y por los que perdonen y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación:
¡felices los que sufren en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo de la coronación!
AMÉN.
FRANCISCO: No, hermanos; todavía no digáis amén. Hermano León, te ruego que escribas los últimos versos que ahora Nuestro Señor se dignó inspirarme.
LECTOR 3: Y fray León, con mano temblorosa, escribió estos últimos versos al dictado, de Francisco:
FRANCISCO: Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
¡No probarán la muerte de la condenación!
LECTOR 4: Así quedaba terminado el Cántico de las criaturas, Cántico de la Fraternidad Universal, Himno a la Vida, al Amor, a la misma Muerte como parte de esa misma fraternidad, ¡como la última hermana del hombre!
LECTOR 1: Se hizo un silencio denso y sereno. El Cántico de las Criaturas parecía resonar en toda la creación con ecos de gratitud hacia su interprete y cantor. Después el mismo Francisco comenzó a recitar el salmo 141. Los hermanos le acompañaron en el rezo. Leemos juntos este salmo.
LECTOR 2: Finalizado el salmo, el rostro de Francisco quedó inmóvil como en actitud contemplativa. Los Hermanos tendieron su cuerpo en el suelo. La choza se fue llenando de un silencio profundo, trascendente. Francisco se durmió en su Señor. Su nueva vida se encendía en el Cielo. Cumplidos en él todos los misterios de Cristo, voló felizmente a Dios.
LECTOR 3: Guardamos silencio. (Se apagan las luces)
CANTO: A tu encuentro
LECTOR 4: (Se coloca y enciende una antorcha o cirio) En nuestra oscuridad surge una luz y a partir de ella, las personas y los objetos adquieren su verdadera forma, luz que da paso a la esperanza, porque Cristo resucitado y el mismo Francisco, convierten nuestra tiniebla en luz, cada luz que se enciende comunica una nueva esperanza porque nos dan la posibilidad de comenzar una nueva vida.
De la antorcha o cirio se van encendiendo nuevas luces, las de todos los participantes, pasándose la llama de uno a otro. Mientras cantamos “Sal y luz”.
LECTOR 1: Los hermanos, frailes y seglares que habían ido llegando a la Porciúncula, se arrodillaron junto al cuerpo del Santo y rezaron todos el Padrenuestro. Así, lo hacemos también nosotros: Padre nuestro...
CANTO: Rosas de Sangre
BENDICIÓN DE SAN FRANCISCO
CANTO: Evangelio viviente.
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