Lectio Divina Sábado XXX del Tiempo Ordinario A. Me llamarán dichosa todas las generaciones, porque Dios puso sus ojos en la humildad de su esclava (Cfr. Le 1, 48).
Bendita eres tú, Virgen María, por obra de Dios Altísimo, sobre todas las mujeres de la tierra; porque tu nombre ha sido engrandecido para que la boca de los hombres no cese de alabarte (Cfr. Jdt 13, 18-19).
Fílipenses 1, 18-26. Lucas 14, 1. 7-11
LECTIO
PRIMERA LECTURA
De la carta del apóstol san Pablo a los fílipenses 1, 18-26
Hermanos: El hecho de que se predique a Cristo me alegra y me
seguirá alegrando, porque sé que esto será para mi bien, gracias a las oraciones de ustedes y a la ayuda del Espíritu de Jesucristo. Pues tengo la firme esperanza de que no seré defraudado y, ahora como siempre, estoy plenamente seguro de que, ya sea por mi vida, ya sea por mi muerte, Cristo será glorificado en mí. Porque para mí, la vida es Cristo; y la muerte, una ganancia. Pero si el con- tinuar viviendo en este mundo me permite trabajar todavía con fruto, no sabría yo qué elegir. Me hacen fuerza ambas cosas: por una parte, el deseo de morir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; y por la otra, el de permanecer en vida, porque esto es necesario para el bien de ustedes.
Convencido de esto, sé que me quedaré y los seguiré ayudando a todos ustedes para que progresen gozosos en la fe. Así tendrán en mí, cuando me encuentre de nuevo entre ustedes, un motivo de gran alegría en Cristo Jesús.
Palabra de Dios. R./ Te alabamos, Señor.
Pablo es informado en la cárcel de que muchos cristianos anuncian la Palabra de Dios (cf Flp 1,14ss). Algunos lo hacen por envidia y desacreditando al apóstol (vv. 15a. 17), pero esto le duele menos que lo que le alegra la predicación del Evangelio, que es lo que cuenta de verdad (v. 18b). El Espíritu del Señor y la oración de los fieles de Filipos le sostienen y le confirman en la viva esperanza de que esas situaciones dolorosas no serán para él ocasión de decepción, sino de salvación (vv. 19-20a), ya que cree firmemente que Cristo recibirá gloria tanto en el caso de que él siga vivo y continúe la evangelización como si muere (v. 20b).
Por otra parte, Pablo considera la muerte como la ganancia suprema, porque le introduce en la plena comunión con Cristo, que ya desde ahora es su vida (v. 21; cf. Jn 14). De ahí que el apóstol se sienta como tenso entre dos realidades que le atraen y motivan profundamente: el deseo de la unión total con Cristo, sólo posible después de la muerte, y la constatada necesidad de su presencia y de su palabra en las comunidades cristianas (vv. 22-24). Si bien Pablo, por su parte, optaría por la primera posibilidad (v. 23b), considera, sin embargo, más probable que se realice la segunda. La fe de los filipenses recibirá así un nuevo impulso y crecerá su alegría gracias a la presencia del amado apóstol, cuya visita será para los filipenses un motivo para gloriarse de la comunión que les ha sido dada en Cristo (vv. 25ss).
EVANGELIO
según san Lucas 14, 1. 7-11
Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola:“Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: 'Déjale el lugar a éste', y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate a la cabecera'. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.
Palabra del Señor.
R./ Gloria a ti, Señor Jesús.
Jesús toma pie en la vida cotidiana, con las ocupaciones que la caracterizan y con los acontecimientos que marcan su curso, para hacer comprender unas verdades que abren, a quienes las acogen, los horizontes de la «vida nueva» de los hijos de Dios. Así ocurre cuando, habiendo sido invitado a casa de un jefe fariseo (cf. Lc 14,1), nota el afán que anima a los invitados por ocupar los primeros puestos (v. 7).
El relato-parábola propuesto por Jesús (vv. 8-10) es una enseñanza de buena educación, de respeto de las precedencias según la escala social. Quien ocupa un puesto que no le corresponde se expone al ridículo y a la vergüenza (vv. 8ss): la ambición, alterando el justo concepto de sí mismo, es un obstáculo para las relaciones con los otros. En cambio, el que no presume de ser digno de honores particulares puede encontrarse con la sorpresa feliz de recibir atenciones imprevistas por parte del señor de la casa (v. 10). El don de Dios es gratuito y no consecuencia matemática de méritos humanos, y Jesús advierte que deben recordarlo los que ambicionan recibir reconocimientos y gratificaciones. La humildad, es decir, la confianza total puesta en Dios y en su amor, es la condición que permite recibir la gloria y el honor que concede el mismo Dios (cf. 1,46-48.52; Sal 21,6-8), que consisten en estar unidos a él en la obra de salvación (cf. Lc 22,28-30; Mc 10,35-40).
MEDITATIO
La Palabra del Señor nos invita hoy a llegar a ser conscientes de nosotros mismos, a formarnos una conciencia realista, que nos haga ver el puesto que ocupamos, la responsabilidad que se nos ha confiado, la tarea que, congruentemente, estamos llamados a desarrollar. El presuntuoso, que suele mirarse en un espejo que dilata las proporciones, viene a situarse con facilidad «fuera de su sitio», en situaciones desagradables, cuando no deletéreas, para él mismo y para los que están cerca. ¡Qué provechoso, en cambio, es estar en el sitio que nos corresponde! Fuera de las lógicas de los que aspiran a hacer carrera, lejos de los delirios de protagonismo -tan en boga en nuestros días-, se experimenta que la humildad auténtica no es una mal soportada reducción de nuestras propias cualidades, sino, más bien, un ponerlas al servicio de los otros con generosidad, sin autoexaltaciones.
Hoy siento que se me dirige una pregunta: ¿Qué es lo que estás buscando? Si busco un puesto bien vistoso, si busco el predominio sobre los otros, corro el riesgo de verme catapultado al final de la fila: construyo mi historia sobre la nada. Si busco el crecimiento del bien y la promoción de los demás, entonces -como Pablo- aprendo a celebrar todo aquello que pueda ayudarles, aunque suponga un sacrificio para mí. ¿Qué es lo que estoy buscando?
ORATIO
¿Cuál es hoy mi sitio, Señor? ¿Cómo puedo orientarme en las decisiones importantes, esas que expresan de modo claro mi identidad de hombre o mujer creyente? El mundo me sacude a derecha e izquierda: con mil enseñas brillantes me atrae a sus redes, imponiéndome tomar posición. Cada una compite para hacerse con mi atención, con mi tiempo, con mi consentimiento, con mi inteligencia, con mis brazos, con mis votos y, sobre todo, con pedazo de mi cartera... Con sonrisas amis casi tosas, la vida de hoy me invita con los brazos abiertos a que me acomode en su banquete, hasta tal punto que es imposible sustraerse, hacer valer lo que más cuenta: el bien último, mi salvación y la de mis hermanos. Es más fácil desvincularse de la presa y buscar soluciones de pequeño cabotaje, volar bajo, buscar el compromiso, contentarse con vivir al día. O, incluso, tomar partido de una vez por todas: es mejor un beneficio egoísta inmediato que esperar hasta quién sabe cuándo, que ilusionarse con que un día alguien salga afuera y me diga: «¡Amigo, pasa más adelante! ¡Tú mereces más: eres una
persona valiosa!».
¡Pero tu Palabra no deja escapatoria! Me inquieta, me ilumina, me infunde ánimo. Me impone vigorosamente confrontarme con la verdad de mí mismo -y con la Verdad que eres tú, oh Señor-. Me llama a la humildad (que no es autodenigración), me presenta la promoción
de los hermanos, me ensancha los horizontes hasta los confines escatológicos. Gracias, Señor, por esta luz que no disminuye. Permanece siempre cerca y llévame de la mano a ocupar mi sitio.
CONTEMPLATIO
No es lícito ni es conforme con una inteligencia racional que aquellos que aman a Dios prefieran los males a los bienes. Ahora bien, si algunos de ellos se han visto arrastrados allí a la fuerza con el pueblo, nosotros consideramos que lo han sido no por su propia deliberación, sino inducidos por las circunstancias, para la salvación de aquellos que tenían necesidad de ser llevados de la mano: por eso han dejado la Palabra más elevada del conocimiento y han llegado a la enseñanza relacio nada con las pasiones. Por ese motivo juzgaba el gran apóstol que era más útil permaneciendo en la carne, esto es, en la enseñanza moral, en favor de los discípulos, aunque deseaba plenamente liberarse de la enseñanza moral y estar con Dios, mediante la contemplación simple
y ultraterrena del intelecto (Máximo el Confesor, «Duecento Capitoli, II Centuria, 49», en La filocalia, Turín 1983, II, 149 (edición catalana: Centúries sobre l'amor, Proa, Barcelona 2000]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
A los ojos del judaísmo, toda alma humana es un elemento al servicio de la creación de Dios llamada a ser, en virtud de la acción del hombre, Reino de Dios, de ahí que a ningún alma le haya sido fijado un fin interno a sí mismo, en su propia salvación individual. Es cierto que cada uno debe conocerse, purificarse, llegar a la plenitud, pero no en beneficio de sí mismo, no en beneficio de su felicidad terrena o de su bienaventuranza celestial, sino en vistas a la obra que debe realizar sobre el mundo de Dios. Es preciso olvidarse de uno mismo y pensar en el mundo. El rabi Bunam vio en cierto sentido la historia del género humano en camino hacia la liberación como un acontecimiento que se desarrolla entre estos dos tipos de hombres: el orgulloso, que, tal vez bajo la apariencia más noble, piensa en sí mismo, y el humilde, que en todas las cosas piensa en el mundo. Sólo cuando cede a la humildad es redimido el orgulloso, y sólo cuando éste es redimido puede ser redimido, a su vez, el mundo.
Y el mayor de los discípulos del rabi Bunam, ese que, entre todos los zaddik, fue el personaje trágico por excelencia, el rabi Mendel de Kozk, dijo una vez a la comunidad reunida: «Que lo que os pido a cada uno? Sólo tres cosas: no mirar de reojo fuera de uno mismo, no mirar de reojo dentro de los otros, no debe vigilar y santificar su propia alma en el mundo y en el lugar que le es propio, sin envidiar el modo ni el lugar de los pensar en uno mismo». Lo que significa: primero, que cada uno
Y otros; segundo, que cada uno debe respetar el misterio del almade su semejante y abstenerse de penetrar en él con una indiscreción desvergonzada y con la intención de utilizarlo para sus propios fines; tercero, que cada uno debe abstenerse, en la vida consigo mismo y en la vida con los otros, de tomarse a sí mismo como fin (M. Buber, Il cammino dell'uomo, Magnano 1990, pp. 53-56, passim).
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