Lectio Divina Domingo XXX del Tiempo Ordinario A. Nos alegraremos en tu victoria y cantaremos alabanzas en el nombre de nuestro Dios (Cfr. Sal 19, 6).
El que me ama, cumplirá mi palabra, dice el Señor; y mi Padre lo amará y vendremos a él.
Éxodo 22,20-26. 1 Tesalonicenses 1,5-10. Mateo 22,34-40
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Del libro del Exodo 22, 20-26
Esto dice el Señor a su pueblo: “No hagas sufrir ni oprimas al extranjero, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto. No explotes a las viudas ni a los huérfanos, porque si los explotas y ellos claman a mí, ciertamente oiré yo su clamor; mi ira se encenderá, te mataré a espada, tus mujeres quedarán viudas y tus hijos, huérfanos. Cuando prestes dinero a uno de mi pueblo, al pobre que está contigo, no te portes con él como usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes de que se ponga el sol, porque no tiene otra cosa con qué cubrirse; su manto es su único cobertor y si no se lo devuelves, ¿cómo va a dormir? Cuando él clame a mí, yo lo escucharé, porque soy misericor- dioso”.
Palabra de Dios.
R./ Te alabamos, Señor.
La venganza -o, dicho con otros términos equivalentes, el «rescate» o la «redención» (véase la raíz hebrea g¢i)- era en el Antiguo Testamento un deber moral y un modo de practicar la justicia en una sociedad sin estructuras jurídicas adecuadas; sin embargo, y con frecuencia, degeneraba y resultaba incontrolable. A pesar de los prejuicios, incluso la ley del talion (Ex 21,23-25) expresa el espíritu del «código de la alianza» (Ex 20,22-23,33), que es una ley de misericordia.
El presente texto es una prueba de esta afirmación. Su lectura muestra que la Ley debe ser entendida como signo de la presencia del Señor, que es misericordioso con su pueblo (cf. v. 26) y cuida especialmente, con esmero y amor, de aquellos miembros más desasistidos e indigentes, desprovistos de defensor, «vindicador» o «redentor»: de quienes carecen y están faltos de un «clan» los extranjeros; de un padre o marido, el huérfano o la viuda; de un abogado, el pobre. De estas personas Dios se presenta como el defensor, o sea, como abogado, marido, padre y familia.
Las relaciones entre los hombres -si no empañasen la verdad del Dios que se ha revelado a Israel- no deberían impregnarse ni de criterios egoístas ni de intereses económicos personales o grupales (v. 24), sino de espíritu de solidaridad, compasión y comprensión, como Israel ha podido experimentar con Dios. El versículo inicial de la lectura trae a la memoria la liberación de la esclavitud de Egipto (v. 20) y continúa con unas enseñanzas que transpiran este espíritu de misericordia. No son simples normas de filantropía interracial o interclasista, sino expresiones de una exigencia teológica: quien ha conocido a Dios debe actuar conforme a la verdad de este Dios misericordioso y cariñoso que sale a su encuentro como liberador.
SEGUNDA LECTURA
De la primera carta del apóstol san Pablo a los tesalonicenses 1, 5-10
Hermanos: Bien saben cómo hemos actuado entre ustedes para su bien. Ustedes, por su parte, se hicieron imitadores nuestros y del Señor, pues en medio de muchas tribulaciones y con la alegría que da el Espíritu Santo, han aceptado la palabra de Dios en tal forma, que han llegado a ser ejemplo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya, porque de ustedes partió y se ha difundido la palabra del Señor; y su fe en Dios ha llegado a ser conocida, no sólo en Macedonia y Acaya, sino en todas partes; de tal manera, que nosotros ya no teníamos necesidad de decir nada.
Porque ellos mismos cuentan de qué manera tan favorable nos acogieron ustedes y cómo, abandonando los ídolos, se convirtieron al Dios vivo y verdadero para servirlo, esperando que venga desde el cielo su Hijo, Jesús, a quien él resucitó de entre los muertos, y es quien nos libra del castigo venidero.
Palabra de Dios.
R./ Te alabamos, Señor.
La comunidad de Tesalónica es una iglesia muy joven. Hace poco tiempo que ha recibido el mensaje del Evangelio y vive la frescura y la novedad de la vida de Cristo resucitado. Pablo se siente orgulloso y ve revivida su propia experiencia en la de esta comunidad (v. 6).
Bajo la acción del único Espíritu, Jesús y los apóstoles, Pablo y sus comunidades, están embarcados en el mismo destino y se encuentran unidos por la misma vocación; son solidarios en el camino de la cruz y coparticipes de la alegría de los frutos de la resurrección. Por esta razón, como Pablo, la iglesia de Tesalonica «ha llegado a ser modelo», punto de referencia y foco de irradiación del Evangelio. Es una iglesia que imita de Pablo la «alegría» de vivir según el Evangelio: la alegría es un don del Espíritu, del Espíritu Santo que ha guiado a Jesús hasta la entrega de sí mismo y que ahora conduce a Pablo en medio de las pruebas y tribulaciones. La comunidad también imita la entereza con la que Pablo acoge la persecución y los contratiempos por causa del Evangelio. Y justo por esto, los tesalonicenses se han convertido en un ejemplo a imitar para los cristianos de Grecia: «De esta manera habéis llegado a ser modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya» (v. 7).
La iglesia de Tesalónica ha seguido de Pablo el ejemplo de la misma acogida entusiasta del Evangelio y se ha encargado de evangelizar al resto de Grecia con palabras y hechos, con la propia vida: «Y no sólo en Macedonia y Acaya habéis hecho resonar la Palabra del Señor» (v. 8). Cuanto ha sucedido en la conversión de los tesalonicenses es un poco el paradigma del kerygma cristiano a los paganos: pasar del politeísmo idolátrico al monoteismo confiado, «abandonar los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero» (v. 9) y adherirse a la revelación cristológica, que espera su pleno cumplimiento en la parusía, es decir, el regreso glorioso de Cristo (v. 10). Este argumento constituirá uno de los temas fundamentales de la carta.
EVANGELIO
según san Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, habiéndose enterado los fariseos de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se acercaron a él. Uno de ellos, que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?”.
Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fúnda toda la ley y los profetas”.
Palabra del Señor
R./ Gloria a ti, Señor Jesús.
La pregunta del escriba, «experto en la Ley» (v. 34), no es sólo un recuerdo histórico de la confrontación entre Jesús y sus adversarios, siempre dispuestos a acabar con él, sino un reflejo de las preocupaciones de la comunidad a la que se dirige Mateo. La comunidad a la que Mateo escribe el evangelio quiere saber qué precepto resume todas las enseñanzas de la Ley y los profetas y evitar la confusión que supone el cumplimien to de una miríada de obligaciones y deberes. Los interlocutores de Jesús no le preguntan, como en Marcos, cuál es el primer mandamiento, sino cuál es «el más grandes (v. 36), un semitismo para expresar «el más importante».
La respuesta de Jesús a la pregunta del escriba se articula en dos momentos: primero, se refiere al shema Israel («Escucha, Israel», Dt 6,4ss.), la oración cotidiana de los judíos; después, la asocia con el precepto del amor al prójimo (Lv 19,18). Al final, añade: «En estos dos mandamientos se basa toda la Ley y los profetas», (v. 40). El amor es la única respuesta verdaderamente adecuada que el creyente puede darle al Dios que lo ha amado primero y que le ofrece su amistad. Un amor, como ya enseñaba el Antiguo Testamento, único e indiviso, aglutinador de todos los componentes del ser: la inteligencia, la voluntad y las fuerzas vitales. Un amor así necesita salir de la dispersión y encontrar la integración, una unidad de vida consciente y libre.
El verdadero amor a Dios, síntesis de la Ley, posee un nexo inseparable con el amor al prójimo: «El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo» (v. 39). En caso contrario, hay que denunciar el carácter hipócrita, tal como lo han hecho con insistentes avisos los profetas de Israel, de un culto formalista que no practique la justicia y la misericordia con el prójimo. La unidad inherente entre los dos mandamientos es indudablemente el corazón de la predicación profética y de la Torah, como muestra, por ejemplo, la primera lectura, tomada del antiguo código de la alianza.
MEDITATIO
La respuesta de Jesús al escriba con la cita del «Escucha, Israel» nos ayuda a aclarar que conlleva a mar a Dios, una actitud que no puede entenderse como el mero sentimiento con el que una persona ama a otra para hacerle el bien. En el Antiguo Testamento, «amar a Dios» es escucharlo, es confiar en su palabra prometedora, es condicionar la vida a la Palabra. Amar a Dios equivale a decidirse por Dios con la totalidad del ser, sin reservas. La actualidad de la respuesta de Jesús a la cuestión propuesta por el escriba sobre el precepto más importante de la Ley ilustra aspectos de hoy día. Por ejemplo, numerosos bautizados vacilan y se preguntan qué hacer en situaciones particulares, y todo porque no han decidido en realidad qué es lo más urgente o conveniente en la vida. Sólo Dios es la causa por la cual vale la pena invertir todos los recursos vitales, la única en la que tiene sentido gastar la existencia.
La verdad del primer mandamiento depende de cómo se viva el segundo, el amor al prójimo. ¿Y qué es amar al prójimo según la perspectiva de Jesús? Jesús introduce una novedad en el concepto del prójimo que supera toda barrera: no es sólo el amigo o el consanguíneo, sino también el extraño o extranjero, e incluso el enemigo (cf. Mt 5,43-48). El prójimo no viene determinado ni definido por un listado de principios generales, sino por el amor concreto que descubre al otro y lo que puede hacer por él. Jesus nos enseña la realización perfecta de este amor concreto con su profunda compasión por cualquier persona necesitada, sana o enferma. En Jesús descubrimos el modelo supremo para hacernos próximos, el ejemplo donde inspirarnos en las situaciones de «proximidad». Podemos enumerarlas bajo una triple tipología: el amor al prójimo como atención solicita ante las necesidades del otro, como perdón y reconciliación con el enemigo, y como servicio al amigo o al hermano.
ORATIO
Señor, te bendecimos porque nos muestras el sendero de la vida con el mandamiento del amor, cuya práctica nos acerca cada vez más a ti y nos conforma mejor con Jesucristo, tu amadísimo Hijo.
Ayúdanos a amarte, destronando de nuestro corazón los idolos y dejando que tu Palabra plasme en nosotros la criatura nueva, que te pertenece por entero. Te hacemos hueco en nuestra vida. Queremos amarte, Dios nuestro, como el Único y reconocer que eres el guía de la vida. Tú nos permites superar las indecisiones en las pequeñas y grandes elecciones y nos ayudas a vencer nuestro pequeño yo «autárquico», que continuamente nos dice que para vivir basta con nuestros propios recursos y que somos autónomos para amar. Que tu Palabra nos libere de la seducción de este yo «diminuto», chato de ideales, encorvado sobre sí mismo y privado de amor y solidaridad con el prójimo.
Te pedimos que nos concedas la gracia de tu Espíritu para que podamos servirte fielmente amando a nuestros hermanos, especialmente a los necesitados y humildes, tus preferidos.
CONTEMPLATIO
¿Qué pensáis, hijas, que es su voluntad? Que seamos del todo perfectas; que para ser unos con Él y con el Padre, como su Majestad le pidió, mirad qué nos falta para llegar a esto. Acá solas estas dos que nos pide el Señor: amor de su Majestad y del prójimo; es en lo que hemos de trabajar; guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidos con Él. Mas ¡qué lejos estamos de hacer como debemos a tan gran Dios estas dos cosas, como tengo dicho! Plega a Su majestad nos dé gracia para que merezcamos llegar a este estado, que en nuestra mano está si queremos.
La más cierta señal que -a mi parecer- hay de si guardamos estas dos cosas es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se pue de saber (aunque hay indicios grandes para entender que lo amamos), mas el amor del prójimo, sí. Y estad ciertas que mientras más en éste os vieres aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios; porque es tan grande el que Su Majestad nos tiene que en pago del que tenemos al prójimo hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por mil maneras; en esto yo no puedo dudar (Teresa de Jesús, «Moradas del castillo interior, V, 3.7-8. en Obras completas de santa Teresa, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1962, 380-381).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y al prójimo como a ti mismo» (cf. Mt 22,37.39).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Antes de la venida de Jesús, las imprecaciones de los profetas recordaban que los sacrificios no le agradaban a Dios y que era imposible darle culto sin un corazón humilde que no practicara la justicia con el prójimo [...]. Un par de frases salidas de los labios de Cristo nos bastan para que sepamos qué meditar y qué hacer hasta el final del mundo: «Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros». ¡Y es todo! ¿Por qué este mandamiento es nuevo? Antes de pronunciar estas palabras, a la pregunta: «¿Cuál es el mandamiento más importante de la Ley?», Jesús no hace otra cosa que recordar la Ley: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primer mandamiento y el más importante. El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se basa toda la Ley y los profetas». Después de recordar que en el Antiguo Testamento está escrito: «Amarás a tu prójimo, odiarás a tu enemigo», «Ojo por ojo, diente por diente», Jesús añade: «Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen; a quien os abofetee en la mejilla derecha presentadle también la otra». Entiendase: esto no es una aplicación, sino una consecuencia.
Lo nuevo en el mandamiento de amarnos unos a otros es, desde ahora, amar a nuestros hermanos como Jesús nos ama (...). Y aún hay otro aspecto de este mandamiento del Señor, no siempre bien comprendido, sobre el que debemos reflexionar brevemente. En efecto, en el mandamiento de la Ley tenemos que amar al prójimo «como a ti mismo». Se ha visto en esta fórmula una especie de «minimización» del amor a los otros y casi la justificación de una solapada prudencia egoísta. Y, ciertamente, no estamos obligados a amar a nuestros hermanos más que a nosotros mismos. No tenemos que pretender excesivas cosas con los otros, ya que es necesario empezar por nosotros mismos. Y se acaba con una filosofía de la vida muy mediocre y con una concepción muy humana y egoísta del amor al prójimo. El Señor repite este mandamiento y lo asume como propio (R. Voillame, Con Gesù nel deserto, Brescia 1969,103ss.).
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