Lectio Divina Santos Ángeles Custodios. Condúcenos, Señor, por tu camino.
Santos ángeles custodios
2 de octubre
Los ángeles -criaturas puramente espirituales y dotadas de inteligencia y voluntad- son servidores y mensajeros de Dios. «Contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial» (Mt 18,10). Son «poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su palabra» (Sal 103,20). Dios les confía el encargo de proteger a la humanidad.
El pueblo de Dios ha sentido siempre espontáneamente la exigencia de corresponder a su silenciosa y benévola compañía honrándoles de una manera especial. Esta celebración dedicada a ellos entró en el calendario romano en el año 1615
Que bendigan al Señor todos sus ejércitos, servidores fieles que cumplen su voluntad.
Éxodo 23,20-23. Mateo 18,1-5.10
LECTIO
Primera lectura: Éxodo 23,20-23
Así dice el Señor: Yo enviaré mi ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te introduzca en la tierra que yo te he preparado. Préstale atención y escucha su voz; no te rebeles contra él, porque mi autoridad reside en él y no perdonará tu infidelidad. Si le obedeces siempre y haces todo lo que yo te diga, seré enemigo de tus enemigos y opresor de tus opresores; porque mi ángel irá delante de ti y te guiará a la tierra de la promesa.
Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
El Señor, como conclusión del código de la alianza (Ex 20-23), da instrucciones a Moisés para la entrada del pueblo en Canaán y promete su asistencia particular y contemplar la realidad de un modo más penetrante y más conforme con el suyo. La lógica humana tiene sed de grandezas y de prestigio, se liga a las apariencias y su protección a través de un ángel. Éste hará presente al mismo Dios, porque - dice el Señor- «mi autoridad reside en él» (v. 21). El ángel es, por tanto, una criatura espi ritual enviada por el Señor para prestar un servicio a los hombres con fuerza y eficacia divinas. Se trata de una presencia que guía y custodia, a fin de que el designio de Dios llegue a su cumplimiento (v. 20). Con todo, se re quiere la colaboración del hombre, una colaboración compuesta de respeto y delicadeza, de escucha y obediencia. El ángel habla con la autoridad de Dios (v. 21a) o en su nombre, como proponen otras traducciones, y por eso sus indicaciones son vinculantes para el hombre.
Seguirle significa ponerse victoriosamente del lado de Dios y entrar, finalmente, en su alegría (vv. 22b-23).
Evangelio: Mateo 18,1-5.10
En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: -¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos? Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: Les aseguro que si no cambian y se hacen como los niños no entrarán en el Reino de los Cielos. El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial.
Palabra del Señor
R/ Gloria a Ti, Señor Jesús.
En este fragmento, Jesús nos invita y nos enseña a contemplar la realidad de un modo más penetrante y más conforme con elsuyo. La lógica humana tiene sed de grandezas y de prestigio, se liga a las apariencias y pisotea lo que no se muestra con bella apariencia. La lógica del Reino de los cielos va en una dirección opuesta y para acogerla es preciso cambiar de mentalidad, o sea, convertirse. Es verdaderamente grande quien es sencillo, inocente y carece de pretensiones; quien se confía con gratitud al cuidado y al amor de Otro. Estos «pequeños son los predilectos del Señor: sus ángeles custodios -de apariencia invisible- ven siempre el rostro de Dios y están muy próximos a él. Dado que el Padre rodea a los niños dándoles los ángeles más espléndidos, los discípulos de Jesús deberán abstenerse de despreciar a los pequeños e intentar más bien llegar a ser como ellos.
MEDITATIO
A comienzos del mes de octubre, la Iglesia nos hace celebrar en la liturgia la memoria de los ángeles custodios, como para recordar al hombre perdido y desanimado que no está solo en su camino. Existe, en efecto, una creación visible que podemos ver, al menos en parte, con los ojos de la cara; existe, a continuación, una creación invisible -y, sin embargo, realísima- que sólo podemos percibir con los sentidos espirituales, mediante la fe, la oración y la iluminación interior que nos viene del Espíritu Santo.
¿Qué son, pues, los ángeles? Son, en primer lugar, un signo luminoso de la divina Providencia para nosotros, un signo de la bondad paternal de Dios, que no deja que falte a sus hijos nada de cuanto es necesario. Como intermediarios entre la tierra y el cielo, son criaturas invisibles puestas a nuestra disposición para guiarnos en el camino de retorno a la casa del Padre. Vienen del Cielo para volver a llevarnos al Cielo y para hacernos pregustar, ya desde ahora, algo de las realidades celestiales.
En ocasiones es posible experimentar de manera concreta y sensible la custodia de los ángeles, con tal que sepamos reconocerla. Se trata de encuentros «casuales» (que se vuelven,
no obstante, fundamentales y determinantes en la vida de una persona) o de una ayuda imprevista e inesperada que recibimos en una situación de peligro; o de una intuición fulminante que nos permite darnos cuenta de un error, de un olvido... ¿cómo no sentirnos guiados, protegidos y amablemente socorridos? Los ángeles nos protegen de muchos peligros de los que ni siquiera nos damos cuenta. Sobre todo, del peligro de volvernos impíos, de no escuchar al Señor y de no obedecer a su Palabra; nos sugieren siempre pensamientos rectos y humildes, buenos sentimientos.
También nosotros estamos llamados a prestarnos los unos a los otros un servicio semejante al de los ángeles y a hacernos buena compañía a lo largo del camino de la vida, para llegar juntos a contemplar el rostro de Dios.
ORATIO
Santos ángeles, custodios nuestros, quitad el velo de los ojos de nuestro corazón, para hacernos capaces de recibir vuestra silenciosa presencia en nuestra vida. Sed para nosotros guías seguros y amables compañeros a lo largo del cotidiano peregrinar por la tierra. Encended en nosotros un vivo deseo de contemplar el rostro de Aquel que brilla en su bienaventuranza infinita. Que vuestra protección nos libere del mal, que vuestro consejo nos sugiera cuanto ayuda a la verdadera vida, que vuestro consuelo nos sostenga para que, con el corazón colmado de dulzura, nada pueda separarnos de tender incesantemente a la eterna morada; y enseñadnos a ser también nosotros unos para otros amables compañeros de viaje. Amén.
CONTEMPLATIO
Los ángeles velan no sólo sobre toda la Iglesia tomada en su conjunto, sino también sobre cada uno de nosotros.
De ellos habla el Salvador cuando dice: «Sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial» (Mt 18,10). Hay dos Iglesias: la de los hombres y la de los ángeles. Si lo que decimos es conforme al pensamiento divino y a la intención de las Escrituras, los ángeles gozan con ello y ruegan por nosotros... Se trata de ángeles que asisten a los santos y se alegran en la Iglesia, ángeles que nosotros no vemos, porque el fango del
pecado nos cubre los ojos, pero que ven los apóstoles de Jesús, a los que dice el Señor: «Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (Jn 1,51) (Orígenes, Comentario a Lucas XXIII, 8, Roma 1969).
ACTIO
Repite a menudo hoy esta oración de la tradición cristiana:
«Ángel de Dios, bajo cuya custodia me puso el Señor con amorosa piedad, a mí que soy tu encomendado, alúmbrame hoy, guárdame, rígeme y gobíername. Amén».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Pocas verdades de la religión producen tanto alivio como ésta, humanísima, del ángel custodio, una alegre invención de Dios. Y el saber que lo tiene muy cerca el rey cuando escribe la ley, sentado en el trono de oro, y que lo tiene el pelagatos sentado en la piedra del cementerio para comer el pan de la caridad, es cosa que ennoblece la vida y la exalta. La poesía pagana apenas lo ha entrevisto. La literatura hebrea está llena de mensajeros alados, y sus páginas se estremecen de escalofríos luminosos. La teología cristiana, que es la profundización de aquélla, es toda ella un fresco estremecido. Nadie sabe los aspectos que puede tomar su ángel custodio según los tiempos y las necesidades de su vida. Entras en un camino solitario y un tipo te acompaña y hace el camino contigo, intercambiando palabras con aire familiar. Tal vez sea él tu ángel, que, tomando forma humana, quiere hacerte compañía...
No todos los aleteos que oyes a lo largo de las filas o bajo el alero de casa son pajarillos y palomas; y el murmullo que te agita en ciertos momentos imprevistos no es siempre el viento que tienes delante. En la divina economía del bien en que está establecido el mundo, hemos de esperarnos siempre que sea ésa la revelación sensible del alado asistente. Como la experimenté yo mismo una vez, al caer la noche, en el umbral de una vieja abadía, al oír cantar por aquellos monjes graves el oficio de completas; y oí al padre prior recitando la oración final, que es un himno a los ángeles: «Visita, Señor, esta habitación y ahuyenta
de ella todas las asechanzas del enemigo. Estén aquí tus santos ángeles, que nos guarden en paz». En ese momento, bajo el toque de la última campana, me pareció ver muchos ángeles que, saliendo de lo alto, se recogían en todas las familias como la última bendición de la jornada. Y vuelto a mi habitación desnuda como una celda, al cerrar la puerta y entornar los postigos, me estremeci por la alegría que me proporcionaba saber, casi ver, que había un ángel encerrado todo para mí (C. Angelini, «Discorso con l'angelo custode», en Ritorno degli angeli?, Vicenza 1988, pp. 43-46, passim).
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