Lectio Divina Sábado XXVI del Tiempo Ordinario A. ¿No pudiste estar en vela conmigo ni siquiera una hora?

 Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla. 

Job 42, 1-3. 5-6. 12-16



 

LECTIO

 

 

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 42, 1-3. 5-6. 12-16

 

Job le dijo al Señor: “Reconozco quelo puedes todo y que ninguna cosa es imposible para ti. Era yo el que con palabras insensatas empañaba la sabiduría de tus designios; he hablado de grandezas que no puedo comprender y de maravillas que superan mi inteligencia.

Yo lo conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto ya mis ojos; por eso me retracto de mis palabras y me arrepiento, echándome polvo y ceniza”. El Señor bendijo a Job al final de su vida más que al principio: llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil burras.

Tuvo siete hijos y tres hijas; la primera se llamaba Paloma, la segunda Canela y la tercera Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre les asignó una parte de la herencia, al igual que a sus hermanos. Y Job vivió hasta los ciento cuarenta años y vio a sus hijos, a sus nietos y a sus bisnietos. Murió anciano y colmado de años. 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos, Señor.

 

Los últimos versículos del libro de Job constituyen un acto de confianza y de abandono en Dios. Ya ante el espectáculo de la creación y de sus maravillas, había hecho Job una primera confesión a Dios: «Hablé a la ligera, ¿qué puedo responderte? No diré una palabra más. Hablé una vez, pero no volveré a hacerlo; dos veces, pero no insistiré» (40,3-5). Ahora, en esta segunda confesión, Job no sólo reconoce el desorden de su mente, sino que confiesa la sabiduría y la omnipotencia de Dios. Retira todas las acusaciones que había movido antes contra Dios: «Sé que todo lo puedes, que ningún plan está fuera de tu alcance» (42,2).

 

Job ha hecho un largo recorrido. Se ha adentrado, en situaciones de práctica desesperación, a través de la noche de los sentidos y del espíritu, en una experiencia que figura entre las más terribles de la vida. Ha comprendido que Dios se esconde para hacerse buscar y para que podamos encontrarle: este ingreso subraya su camino místico, el gran dinamismo de su vida espiritual. En consecuencia, puede afirmar Job: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). Te conozco, ahora he entrado en lo profundo de tu misterio.

 

El conocimiento de Dios que ahora ha madurado en Job ya no es «de oídas», sino un conocimiento de quien se ha acercado a él y ha buscado asemejarse al Hijo de Dios, que dio su vida por el hombre. Ahora comprendemos bien que el problema de Job es, sobre todo, un

gran problema de amor. El amor de quien, aun sintiéndose rechazado, no desiste a pesar de todo de continuar buscando y gritando a Dios su propia fidelidad. Satán había apostado con Dios que no había ningún amor gratuito. Job ha conseguido probar que, cuando el amor del

hombre es atraído por el de Dios, es capaz de alcanzar una entrega total.

 

EVANGELIO 

según san Lucas 10, 17-24

 

En aquel tiempo, los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.

Él les contestó: “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les sometan. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.

En aquella misma hora Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Elijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.

 

Palabra del Señor. 

R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

 

El evangelio nos pone hoy de manifiesto el significado de la misión de los «setenta y dos discípulos». Vuelven éstos «llenos de alegría» (v. 17) y Jesús les descubre el contenido profundo de lo que han realizado.

 

El tema está desarrollado en dos secciones ligeramente diferentes, aunque unitarias (vv. 17-20 y v. 21-24). Éstas incluyen: a) en primer lugar, la misión, considerada como una victoria que consiguen los setenta y dos en la lucha contra Satanás (v. 18); b) en segundo lugar, la victoria sobre Satanás, que pone de manifiesto que los discípulos son capaces de vencer al mal que hay en el mundo; por eso se les considera en el evangelio «dichosos» (v. 23) y sus nombres están escritos en el Reino de los Cielos (cf. v. 20); c) en tercer lugar y prosiguiendo, el evangelio hace observar que los «sencillos» (v. 21) están abiertos al misterio y reciben la verdad de Jesús; d) por último, Jesús alaba al Padre por el don concedido a los «sencillos» y revela la unión de amor entre él y el Padre: «Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre... » (v. 22).

 

Puede afirmarse que la misión es concebida en el evangelio como irradiación del amor que une al Padre y al Hijo. Este amor revelado a los «sencillos» es la fuerza que destruye el mal. Los discípulos son considerados «dichosos» porque ven y gustan ya desde ahora el amor

del Padre y del Hijo.

 

MEDITATIO

 

Hemos llegado al final del libro de Job. Al principio habíamos reflexionado sobre la apuesta lanzada por Satanás sobre el hombre. Según la opinión de Satanás, el hombre es incapaz de un amor gratuito. Sin embargo, hemos concluido que, si bien no sabemos si tenemos o no el amor gratuito por Dios, una cosa es segura: Dios nos ama y dilatará nuestro corazón probándolo con el fuego incandescente de su amor. Por lo demás, Dios espera de nosotros que nos entreguemos a él con confianza y perseverancia, como Job, poniéndonos por completo a su disposición. Si de verdad amamos a Dios, nuestro amor encontrará en sí mismo su riqueza. Este amor increíble y atrayente es el que nos comprometerá y nos llevará a saborear el don inaudito del amor trinitario.

 

En el Cantar de los Cantares se lee que aquel a quien buscamos sin cansarnos existe y nos ama. Un día lo encontraremos, si hemos perseverado en esta búsqueda contemplativa, y nos colmará de alegría. Pero lo debemos buscar ya desde ahora sin desanimarnos. En el fondo, también Job puede decir al final: «Ahora te han visto mis ojos» (42,5). Sólo quien ama -dice H. U. von Balthasar- puede hablar del amor. No es posible hablar ni siquiera de los más pequeños problemas del mundo espiritual sin haber tenido una experiencia directa. Del mismo modo, tampoco un cristiano puede hacer apostolado a no ser anunciando, como hizo Pedro, lo que ha visto y oído (cf. 2 Pe 1,16-19). Todo lo que podamos atestiguar sobre Dios procede de la contemplación: la de Jesús, la de la Iglesia y la nuestra. Gracias a este amor, que le ha puesto en una auténtica relación con Dios, obtiene Job su bendición, mucho mayor que la primera

 

Durante estos días hemos meditado sobre el misterio de la prueba y del amor. Ante María santísima pidamos poder penetrar con mayor profundidad en este misterio.

 

ORATIO

 

Oh Dios, tú eres nuestro Señor, eres tú quien se anticipó a nosotros y nos amó cuando todavía ni siquiera te conocíamos y no te podíamos pagar tu amor con el nuestro. Eres tú quien sigue amándonos y preparaste para nosotros bienes invisibles de los que no tenemos ninguna visión intuitiva. También nosotros te amamos y nos movemos hacia ti, precisamente en la dirección que tú nos has prefijado. Pero estamos sumergidos en un montón de cosas y de obstáculos que nos impiden buscarte; nos impulsan lejos de ti; nos impiden gozar de tu intimidad. Concédenos, oh Padre, la gracia de comprender el grito lacerante de nuestro corazón.

 

Ayúdanos a entender mejor el sentido de las pruebas que nos apremian por todas partes; de la noche de nuestros sentidos, de la noche del espíritu y de la noche honda de la fe, donde nos agitamos en un estado de casi desesperación. Infunde en nuestros corazones el afecto de tu amor. Infúndelo profundamente. Conviértete tú mismo para nosotros en una corriente que fluya, para que nuestro discurrir nos conduzca hasta ti.

 

Tú, oh Dios, nos has hecho comprender que nos es necesario entrar en los sufrimientos y en las pruebas de Jesucristo. Ayúdanos ahora, oh Padre, a meditar su pasión a fin de participar en sus sufrimientos y conocer así la fuerza de la resurrección.

 

 

CONTEMPLATIO

 

El amante no entra en el reino del amor con la alegría de haber encontrado por fin la culminación de todos sus propios deseos, sino en silencio y con humildad, porque el amor ha sobrepasado todas sus expectativas y a él mismo. Tiene que soportar lo insoportable: la presencia del amor. Sería poco dar a esta imposibilidad de soportar el nombre de bienaventuranza, de éxtasis de amor. En efecto, el amor es demasiado grande, y en este «demasiado» se incluye una especie de dolor, que sólo conoce quien ama, pero que es la flecha, la espina de toda felicidad espiritual. Sería asimismo poco describir este dolor como el límite de la propia respuesta, como desilusión respecto a la propia realidad, que incluso en el momento de la máxima entrega no ofrece nada verdaderamente digno del amor. En efecto, el amor demasiado grande no rebosa sólo en relación con el yo, a la persona a la que beneficia; ni siquiera un yo más grande, más digno, conseguiría contener este desbordamiento; tal prerrogativa, en efecto, está insita en el amor mismo, que, confrontado consigo mismo, resulta demasiado grande, y todo el que se vea herido por su maravilla у arrollado por sus olas debería caer en adoración frente a su extremo poder y a su victoria radiante.  (H. U. von Balthasar, Sorelle nello Spirito. Teresa di Lisieux e Elisabetta di Digione, Milán 1974, p. 310).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«¿Conque no habéis podido estar en vela conmigo ni siquiera una hora?» (Mt 26,40).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

He aquí una de las páginas más bellas que escribió santo Tomás Moro en la cárcel antes de ser ejecutado: «Cristo sabía que muchos, por su misma debilidad física, se habrían dejado aterrorizar por la sola idea del suplicio... y quiso confortar su ánimo con el ejemplo de su dolor, de su tristeza, de su angustia, de su miedo. Y a quienes estuvieran constituidos físicamente de este modo, o sea, a los débiles y a los miedosos, les quiso decir casi hablándoles directamente: "Ten valor, tú que eres tan débil; aunque te sientas cansado, triste, temeroso e importunado por el terror de crueles tormentos, ten valor: porque también yo, ante el pensamiento de la acérrima y dolorosísima pasión que me apremiaba de cerca, me sentí todavía más cansado, triste, temeroso y sometido a una intima angustia... Piensa que te bastará con caminar detrás de mí... Confíate a mí, si no puedes tener confianza en ti mismo. Mira: yo camino delante de ti por este sendero que te da tanto miedo; agárrate al borde de mi túnica y de él obtendrás la fuerza que impedirá que tu sangre se disperse en vanos temores y mantendrá firme tu ánimo con el pensamiento de que estás caminando detrás de mis huellas. Fiel a mis promesas, no permitiré que seas tentado por encima de tus fuerzas" » (A. Sicari, «San Tommaso Moro», en íd., Ritratti di santi, Milán 1993, p. 46 (edición española: Retratos de santos, Encuentro Ediciones, Madrid 1995]).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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