Lectio Divina Viernes XXX del Tiempo Ordinario A. Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor; yo las conozco y ellas me siguen.

 Rueguen al Señor de la mies que envíe trabajadores a sus campos, dice Jesús a sus discípulos (Mt 9, 38).

Filipenses 1, 1-1. Lucas 14,1-6



 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los filipenses 1, 1-11 

 

Nosotros, Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, deseamos la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, a todos los hermanos en Cristo Jesús, que están en Filipos, y a sus obispos y diáconos.

Cada vez que me acuerdo de ustedes, le doy gracias a mi Dios, y siempre que pido por ustedes, lo hago con gran alegría, porque han colaborado conmigo en la propagación del Evangelio, desde el primer día hasta ahora. Estoy convencido de que aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre hasta el día de la venida de Cristo Jesús. Por lo demás, es muy justo que yo tenga estos sentimientos para con todos ustedes, pues los llevo en mi corazón, y tanto en mi prisión como en la defensa y consolidación que hago del Evangelio, ustedes participan conmigo de la gracia de mi apostolado. Dios es testigo de cuánto los amo a todos ustedes con el amor entrañable con que los ama Cristo Jesús. Y ésta es mi oración por ustedes: Que su amor siga creciendo más y más y se traduzca en un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual. Así podrán escoger siempre lo mejor y llegarán limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo, llenos de los frutos de la justicia, que nos viene de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios. 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alaba- mos, Señor.

 

La carta que Pablo escribe a los filipenses -durante uno de los períodos que pasó en la cárcel (v. 7c; cf. V. 14ª), pero cuya datación es insegura- figura entre las más afectuosas del epistolario paulino, según el testimonio de sus óptimas relaciones con la primera comunidad cristiana de Europa. En el saludo del envío (vv. 1ss), Pablo, que se asocia a su discípulo Timoteo, no considera necesario explicitar, como sí lo hace, en cambio, en otros lugares (cf. Gal 1,1), su calidad de apóstol, plenamente reconocida por los filipenses. A ellos, Pablo y Timoteo les desean la plenitud de los dones de Dios Padre y de Jesucristo resucitado y glorioso (v. 2). De toda la comunidad de los bautizados, llamados «santos» (v. 1a) porque participan de la santidad del Señor Jesús, menciona específicamente a «los dirigentes y colaboradores» (v. 1b), que es como decir obispos y diáconos, a los que ha sido confiado un servicio particular: probablemente el gobierno y la administración a los primeros, y el cuidado de los pobres y el anuncio del Evangelio a los segundos.

En la acción de gracias que Pablo dirige a Dios por los filipenses, manifiesta el afecto profundo que le une a ellos. El recuerdo que tiene de ellos es constante, así como su oración por ellos, y es motivo de alegría porque los filipenses, desde que acogieron la Palabra de Dios gracias a la predicación de Pablo, se han vuelto miembros activos y solícitos misioneros. Eso refuerza en el apóstol la certeza de que el Espíritu del Señor los anima; el mismo Espíritu los hará perseverantes hasta el momento de la parusía, «el día en que Cristo Jesús se manifieste» (v. 6). El fundamento de la estima de Pablo por los cristianos de Filipos es firme: compartieron su misión y no lo abandonaron durante el tiempo que estuvo en la cárcel, tomando parte activa en la evangelización. Eso ha alimentado en el apóstol la ternura entrañable, arraigada en el amor de Cristo, de la que Dios mismo es testigo (vv. 7ss). De la sobreabundancia de sus sentimientos brotan aún una oración y un deseo: que crezca la caridad que anima a los filipenses y les haga capaces  de comprender la voluntad de Dios en toda circunstancia; al cumplirla, se volverán cada vez más puros, más ricos en obras buenas. Así los encontrará el Señor Jesús a su vuelta al final de los tiempos. De este modo, a través de una vida auténticamente cristiana como la suya, Dios será glorificado y alabado (vv. 9ss).

 

EVANGELIO

según san Lucas 14, 1-6

 

Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Había allí, frente a él, un enfermo de hidropesía, y Jesús, dirigiéndose a los escribas y fariseos, les preguntó: “¿Está permitido curar en sábado o no?”. Ellos se quedaron callados. Entonces Jesús tocó con la mano al enfermo, lo curó y le dijo que se fuera. Y dirigiéndose a ellos les preguntó: “Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su burro o su buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea Sábado?”. Y ellos no supieron qué contestarle. 

 

Palabra del Señor. 

R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

 

La comida en casa de un jefe de los fariseos (v. 1a) brinda a Jesús la ocasión de reafirmar la subordinación de la ley del sábado a la ley del amor (cf. Lc 6,1-11; 13,10-17) y de poner en evidencia la reducción hipócrita que los doctores de la Ley y los fariseos hacían de la misma. El evangelista subraya que la atención de todos estaba centrada en Jesús, dado que «la gente le observaba» (v. 1b). Jesús toma de nuevo la iniciativa, como en el caso de la mujer encorvada (cf. 13,12), pero en esta ocasión es él mismo quien suscita la controversia sobre la observancia del precepto sabático, planteando esta pregunta: «¿Se puede curar en sábado o no?» (v. 3).

Una vez realizada la curación, Jesús interpela otra vez a sus interlocutores con una pregunta retórica, una pregunta en la que subyace su observancia no escrupulosa del reposo sabático cuando se veía comprometido su interés personal (v. 5). El silencio (vv. 4a.6) con el que reaccionan los doctores de la Ley y los fariseos a las preguntas de Jesús pone de manifiesto el carácter irrebatible de los argumentos aducidos por el Nazareno y las insuficientes razones con las que éstos sostenían la interpretación de la Ley de Moisés.

 

MEDITATIO

 

Jesús es el Señor. Todos los aspectos de la vida reciben de él un nuevo significado, un nuevo valor, una nueva forma. Pero es menester nuestra libre adhesión a él para que esta realidad se vuelva «carne» en nuestra historia. Podemos desnaturalizar la Ley de Dios, como los fariseos, adaptándola a nuestros intereses, o bien, como los filipenses, escuchar con sencillez y disponibilidad el anuncio del Evangelio y convertirnos en sus testigos. Son dos modos diferentes de usar la libertad. ¿Cuál es su fruto? Mutismo amargo en el primer caso, puesto que la mezquindad deseca el corazón, pone barreras al encuentro con el otro; alegría profunda en el segundo, puesto que acoger a Jesús como Señor dilata y fecunda el espacio de la comunión.

Descubramos, a despecho de antiguos lugares comunes, que conocer a Jesús, acogerle, seguirle, hace crecer -y no mortificar- nuestra humanidad, libera los sentimientos más profundos y nos hace capaces de expresarlos de verdad, con intensidad y de manera concreta. Allí donde se manifiesta el amor, Dios está presente y recibe gloria.

 

ORATIO

 

Te pido, Jesús, por los hermanos y hermanas cristianos: todos ellos, en algún momento preciso de su historia, y con frecuencia gracias a la mediación de otros hermanos y hermanas, se han adherido a tu Palabra, han confirmado su fe en ti, te han reconocido como su Señor. Sostenlos, a fin de que en las inevitables pruebas y contradicciones que marcan la existencia, no desistan, sino que, al contrario, se reafirmen en la opción que han tomado.

Libéralos, Señor, de la tentación de convertir tu ley de vida en instrumento a su servicio, reduciéndola a una pragmática «vía al cielo». Libéralos, Señor, del espejismo de una cómoda fe privada. Haz que sepamos gustar la alegría de seguir el soplo del Espíritu, haciendo de su vida un servicio al Evangelio.

 

CONTEMPLATIO

 

La «ley del Espíritu de vida», como dice el apóstol, es la que obra y habla en el corazón, y la ley de la letra es la que se realiza en la carne. La primera, en efecto, libera el intelecto de la ley del pecado y de la muerte. La otra crea, de manera insensible, un fariseo que piensa y cumple la ley sólo en un sentido corporal y cumple los mandamientos para ser visto. Los mandamientos serían como el cuerpo. Las virtudes, en cuanto cualidades, son los huesos. Y la gracia sería como el alma viva, que se mueve y realiza las operaciones de los mandamientos, casi su cuerpo.

Quien quiera hacer crecer el cuerpo de los mandamientos muéstrese solícito en desear la leche racional y genuina de la gracia madre. Es ahí, en efecto, donde amamanta todo el que busca y desea crecer en Cristo. Entiende por «ley de los mandamientos» la fe que obra en el corazón, que es una realidad no mediata. A través de ella, en efecto, es como brota cada mandamiento y opera la iluminación de las almas, cuyos frutos, provenientes de la fe veraz y operante, son la continencia y  el amor. El término es la humildad, don de Dios, principio y apoyo del amor (Gregorio Sinaita, «Utilissime capitoli in acrostico», 19.20.21.24, en La filocalia, Turin 1985, III, 535ss).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Lleva a buen término, Señor, la obra que has iniciado en mi» (cf. Flp 1,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

El pueblo de los creyentes muestra a menudo una actitud de pasividad y aceptación de lo que acontece. Los cristianos carecen de alegría por la fe en Cristo y de entusiasmo por una clara profesión de fe: carecen de esperanza en una acción generosa que tenga impacto en la sociedad y esté destinada a salvar a toda la nación. Hay una gran fe, pero cada uno profesa la suya de manera privada, en casa o en la iglesia, pero no en público, en su lugar de trabajo y en el lugar de la sociedad en que vive. Por eso la fe no se convierte en movimiento, sino que permanece estática y estéril. Existe movimiento cuando dos o tres personas que tienen una clara fe en Cristo se unen y profesan con palabras y actos esa fe en el lugar donde viven y trabajan. Dos o tres de esas personas en una escuela, o en un hospital, o en una oficina, o en un cuartel, o en un partido político... obran con valor para iniciar un cambio en el lugar en el que viven y trabajan. Otra gente de buena voluntad se unirá a ellos (E. Castelli [ed.], La difficile speranza, Milán 1986, pp. 36ss [edición española: Uganda: la difícil esperanza, Encuentro, Madrid 1987]).

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