Lectio Divina Santa Teresa del Niño Jesús. En el Corazón De la Iglesia Yo quiero ser el Amor.

 Santa Teresa del Niño Jesús

 

1 de octubre

 

Teresa Martin, hija de Luis Martin y de Celia Guerin -ambos en proceso de beatificación-, nació en Aleçon (Normandía), el 2 de enero de 1873. Entró a los 15 años en el Carmelo de Lisieux e hizo su profesión el 8 de septiembre de 1890. Murió el 30 de septiembre de 1897.

 

Teresa, que llevó una intensa vida espiritual, centrada toda ella en el descubrimiento de la sencillez y totalidad del Evangelio y en la ofrenda al Amor misericordioso, brilló en la Iglesia de su tiempo, y sigue brillando en la del nuestro, como una contemplativa, apóstol de los apóstoles, a través de una experiencia de vida evangélica en la que no faltaron ni las tinieblas de la noche oscura de la fe ni la luminosa comunión con todos y con todo, por ser el Amor en el corazón de la Iglesia.

 

Nos ha dejado, entre sus escritos, los Manuscritos autobiográficos, muchas Cartas, Poesías, Oraciones y Recreaciones piadosas llenas de sabiduría, que pregonan un mensaje nuevo у universal.

Fue canonizada por Pío XI el 17 de mayo de 1925 y proclamada patrona de las misiones el 14 de diciembre de 1927.

 

En virtud de la autoridad de su doctrina, llena de sabiduría evangélica, acogida de una manera unánime en la Iglesia, actual por sus mensajes, Juan Pablo II la declaró doctora de la Iglesia el 19 de octubre de 1997.

 

 

El Reino de Dios está cerca, dice el Señor; arrepiéntanse y crean en el Evangelio.

Isaías 66,10-14c Mateo 18,1-4



 

 

LECTION

 

Primera lectura: Isaías 66,10-14c

 

Alegraos con Jerusalén y regocijaos por ella todos los que la amáis; saltad de gozo con ella los que por ella llevasteis luto. Pues mamaréis hasta saciaros de sus pechos consoladores y saborearéis el deleite de sus ubres generosas. Porque así dice el Señor: Yo haré correr hacia ella, como un río, la paz; como un torrente desbordado, la riqueza de las naciones. Amamantarán en brazos a sus criaturas y las acariciarán sobre las rodillas. Como un hijo al que su madre consuela, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo, os alegraréis, vuestros huesos florecerán como prado. El Señor mostrará a sus siervos su poder.

 

Palabra de Dios

R/ Te alabamos Señor.

 

El profeta, con la mirada puesta en las promesas de Dios, consuela a la ciudad santa de Jerusalén y a sus habitantes. La invitación a la alegría por la presencia del Señor fiel es entusiasta y convincente y preludia la victoria final de Dios, su presencia definitiva en medio del pueblo.

 

Las imágenes usadas por el profeta son típicamente femeninas y maternas: hacen descubrir el rostro materno del Dios de Israel, un Dios que, como una madre, amamanta a los niños con la abundancia de su seno, alimento de delicia y de consuelo. Los hijos de la promesa serán mimados como niños llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. En medio de las calamidades y los sufrimientos, la palabra profética se convierte en palabra de esperanza y de ternura, como para hacer revivir en la experiencia concreta la dulzura de un Dios que es como una madre. Dios aparece, por consiguiente, como Dios de ternura y de amor, de consuelo y de alegría, un Dios introducido en la historia humana que hace vibrar los sentimientos más íntimos, siguiendo un estilo típicamente semítico, que no separa nunca el alma del cuerpo, sino que contempla en su integridad a la persona, y un Dios condescendiente, amable y tierno como una madre.

 

Este texto, citado a menudo por la santa de Lisieux en su descubrimiento del amor de Dios, caracteriza el acercamiento nuevo a un Dios próximo y tierno como una madre, en contraste con el Dios lejano y juez de la espiritualidad jansenista combatida por santa Teresa. Ahora

bien, es asimismo el Dios de nuestro tiempo, redescubierto en su dimensión simultáneamente paterna y materna, como un Dios de bondad, de consuelo y de ternura.

 

Evangelio: Mateo 18,1-4

 

En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron:

-¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos? Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo:

-Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los cielos. El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.

 

Palabra del Señor

R/ Gloria a Ti, Señor Jesús

 

El Evangelio de Jesús es el Evangelio de los pobres y de los humildes. La proclamación del Reino está dirigida a todos, pero la acogen sólo aquellos que son como niños y no oponen resistencia a la sabiduría de Jesús.

 

El Maestro se expresa en este pasaje con un «gesto profético» y apoya su enseñanza con una acción concreta, visible: llama a un niño, lo pone en medio de todos y explica de manera elocuente quién es el más grande en el Reino de los Cielos. Llama a una conversión radical, esto es, a una escucha total de su Palabra, a una acogida pura y sencilla de su doctrina, como lo haría un niño, un pequeño del Reino. Con este gesto, el Señor exige confianza total y entrega plena. Es el mismo tema que Juan nos propone en su evangelio y en sus cartas cuando habla del nuevo nacimiento, de la acogida del Reino, mediante un renacimiento o nuevo nacimiento de lo alto. En esto consiste la paradoja de hacerse pequeño para ser grande.

 

En este texto lee la Iglesia, a la luz del Espíritu Santo, la santidad de Teresa de Lisieux, que se hizo pequeña por el Reino y se convirtió en una gran santa por el camino del amor, de la sencillez y de la confianza total en el amor misericordioso.

 

MEDITATIO

 

Teresa de Lisieux se ha vuelto para la Iglesia de nuestro tiempo la imagen de una testigo de la pureza del Evangelio y del mensaje sencillo y gozoso de la nueva evangelización. Si, apenas entrada en la gloria, la difusión de sus escritos autobiográficos conocidos como Historia de un alma suscitó admiración y consenso por todas partes, nuestro tiempo ha redescubierto en ella la fuerza del testimonio del Evangelio y la misión incisiva de presentar el rostro de Dios de una manera renovada a los hombres y a las mujeres de hoy. 

 

Como creció, tras la muerte prematura de su madre, a la sombra de un padre que manifestaba la fuerza de la naturaleza paterna y también la naturaleza de una madre, no le resultó difícil a Teresa descubrir al mismo tiempo esté, no pretendo que ellos no puedan llegar a una gloria el seno genuino del Dios cercano y misericordioso, con rasgos paternos y maternos. Probada en lo más vivo de su aguda sensibilidad por la enfermedad de su padre y por la suya propia, supo captar en la kenosis de la fe el sentido más genuino de la pobreza evangélica, del compartir la mesa de la amargura junto con los hermanos pecadores, alejados de Dios, aunque amados siempre por un Dios de misericordia y de ternura, el cual, del mismo modo que se inclinó sobre el rostro doliente de su Hijo amado, se inclina amoroso sobre todas sus criaturas, sin excluir a ninguna.

 

Ya en su nombre religioso, Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, resume Teresa la kenosis de la encarnación y la kenosis de la pasión, la pequeñez del niño de Belén y el vaciamiento del Cristo de la cruz. Mas en el amor a Cristo y a los hermanos, Teresa descubre el secreto de su vida, lo descubre en un amor probado en el crisol, pero que el Espíritu Santo pone incandescente de ansias apostólicas, hasta convertirse en una vocación: ser en la Iglesia el amor. El amor infinito del Dios del Antiguo Testamento, que Teresa acoge con alegría, como una niña del Reino, y el amor de Jesús por los pequeños son dos palabras de vida de su existencia, que han forjado su imagen de santidad. Una imagen que atrae a todos, incluso fuera de la Iglesia católica, porque revela el verdadero rostro de nuestro Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que ama infinitamente a todas sus criaturas.

 

ORATIO


Tus palabras son mías y yo puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que están unidas a mí las gracias del Padre celestial. Pero, Señor, cuando digo que deseo que los que tú me diste estén también donde yo esté, no pretendo que ellos no puedan llegar a una gloria mucho más alta de la que quieras darme a mí. Quiero simplemente pedir que un día nos veamos todos reunidos en tu hermoso cielo. Tú sabes, Dios mío, que yo nunca he deseado otra cosa que amarte. No ambiciono otra gloria. Tu amor me ha acompañado desde la infancia, ha ido creciendo conmigo, y ahora es un abismo cuyas profundidades no puedo sondear.

 

El amor llama al amor. Por eso, Jesús mío, mi amor se lanza hacia ti y quisiera colmar el abismo que lo atrae. Pero, ¡ay!, no es ni siquiera una gota de rocío perdida en el océano... Para amarme como tú me amas, necesito pedirte prestado tu propio amor. Sólo entonces

encontraré reposo.

Jesús mío, tal vez sea una ilusión, pero creo que no podrás colmar a un alma de más amor del que has colmado la mía. Por eso me atrevo a pedirte que ames a los que me has dado como me has amado a mí. Si un día en el cielo descubro que los amas más que a mí, me alegraré, pues desde ahora mismo reconozco que esas almas merecen mucho más amor que la mía. Pero aquí abajo no puedo concebir una mayor inmensidad de amor del que te has dignado prodigarme a mí gratuitamente y sin merito alguno de mi parte (Teresa del Niño Jesús, Manuscrito C, versión electrónica).

 

CONTEMPLATIO

 

Jesús ha querido darme luz acerca de este misterio.

Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores que él ha creado son hermosas, y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume ni a la margarita su encantadora sencillez... Comprendí que si todas las flores quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas...

 

Eso mismo sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos...

 

Comprendí también que el amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla, que no oponeresistencia alguna a su gracia, que en el alma más sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero él ha creado al niño, que no sabe nada y que sólo deja oír débiles gemidos, y ha creado al pobre salvaje, que sólo tiene para guiarse la ley natural. ¡Y también a sus corazones quiere él descender! Éstas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina...

 

Abajándose de tal modo, Dios muestra su infinita grandeza. Así como el sol ilumina a la vez a los cedros y a cada florecilla, como si sólo ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa también Nuestro Señor de cada alma personalmente, como si no hubiera más que ella. Y así como en la naturaleza todas las estaciones están ordenadas de tal modo que en el momento preciso se abra hasta la más humilde margarita, de la misma manera todo está ordenado al bien de cada alma (Teresa del Niño Jesús, Manuscrito A, versión electrónica).

 

ACTIO

 

Repite a menudo y medita durante el día estas palabras de la santa de Lisieux:

 

«Mi vida es un instante, una hora de paso. ¡Oh Dios, sabes que para amarte en la tierra no dispongo más que de hoy» (Teresa del Niño Jesús, Poesía. N. 5). 

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL


Teresa del Niño Jesús es una figura que me es muy entrañable, que siento cercana y compañera de camino porque, cuanto más profundizamos en su «pequeña vía», tanto más nos damos cuenta de que se trata en realidad de la única via. Fe pura y amor puro, con la aceptación consciente de no ver nada, de ser débil e imperfecta; como otros santos, Teresa empieza allí donde la mayoría de los cristianos se detiene. Pero hay un aspecto su experiencia que quisiera subrayar, la experiencia de la laceración interior, indicada por ella con estas palabras: «Nieblas que me rodean, penetran en el alma»), «tormento que se redobla», «no quiero continuar escribiendo de ello; temería blastemar», «tinieblas cada vez más densas», «lucha y tormento no durante algunos días, no durante algunas semanas».

 

Es el sufrimiento de quien se siente unido con Dios y no puede poner en tela de juicio, este vínculo, pero al mismo tiempo se siente solidario con el hombre, con sus propios hermanos, con las personas cuya suerte, esperanzas y angustias comparte hasta el final. Teresa vive atraída irresistiblemente hacia la patria luminosa y al mismo tiempo envuelta completamente por las tinieblas de una tierra opaca y afligida por nieblas impenetrables. Más aún, la imagen que usa es la de sentirse sentada a la mesa llena de amargura en la que comen los pecadores, los incrédulos [...].

 

Teresa es santa porque aceptó esta laceración interior y la vivió con la seguridad de que, en Cristo muerto en la cruz, esta laceración se recompondría en unidad. Escribe: «Atráenos, Jesús, con el fuego de tu amor, únenos a ti tan estrechamente que seas tú mismo quien viva y goce en nosotros...» (C. M. Martini, «Presentazione», en Teresa de Lisieux, dottore della Chiesa, I miei pensieri, Milán 1997, 7-9). 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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