Lectio Divina Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario A. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren

 Los ricos se empobrecen y pasan hambre; los que buscan al Señor, no carecen de nada (Cfr. Sal 33, 11).

Isaías 25, 6- 10. Filipenses 4, 12-14. 19-20. Mateo 22, 1-14

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 25, 6- 10

 

En aquel día, el Señor del universo preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos; un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos. Él arrancará en este monte el velo que cubre el rostro de todos los pueblos, el paño que oscurece a todas las naciones. Destruirá la muerte para siempre; el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo. Así lo ha dicho el Señor. En aquel día se dirá: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae, porque la mano del Señor reposará en este monte”. 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos, Señor.

 

El texto de Isaías nos presenta el banquete mesiánico que el Señor de los ejércitos preparará en lo alto de un monte, en Jerusalén. Se trata de un festín espléndido, con manjares que satisfacen el apetito y sacian el hambre, dispuesto por el Señor para todos los pueblos, incluso para aquellos que todavía no han podido contemplar el rostro del Señor porque lo tenía cubierto.

 

En otro lugar del libro de Isaías figura: «Aquel día habrá una calzada de Egipto a Asiria: los asirios entrarán en Egipto y los egipcios en Asiria, y egipcios y asirios adorarán juntos al Señor. Aquel día, Israel, junto con Egipto y Asiria, será bendito en medio de la tierra, porque el Señor todopoderoso los bendice diciendo: “Bendito sea mi pueblo, Egipto; y Asiria, obra de mis manos; e Israel, mi heredad"» (Is 19,23-25). El Señor, destruyendo la muerte, la última enemiga, enjugará las lágrimas del rostro de todos los pueblos.

 

Israel, su pueblo y su heredad, podrá expresar su gozo y su alegría porque su afligida y atormentada esperanza ha conseguido lo prometido. El Señor ha sido fiel a su palabra, a pesar de la larga espera. Sin embar go, Moab, pertinaz en su soberbia, no participará del banquete (cf. la segunda parte del v. 10, omitido en la lectura litúrgica).

 

SEGUNDA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los filipenses 4, 12-14. 19-20 

 

Hermanos: Yo sé lo que es vivir en pobreza y también lo que es tener de sobra. Estoy acostumbrado a todo: lo mismo a comer bien que a pasar hambre; lo mismo a la abundancia que a la escasez. Todo lo puedo unido a aquel que me da fuerza. Sin embargo, han hecho ustedes bien en socorrerme cuando me vi en dificultades. Mi Dios, por su parte, con su infinita riqueza, remediará con esplendidez todas las necesidades de ustedes, por medio de Cristo Jesús. Gloria a Dios, nuestro Padre, por los siglos de los siglos. Amén. 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos, Señor.

 

Pablo inicia este texto usando términos antitéticos: estrechez y abundancia, hartura y hambre, sobrar y faltar. Son palabras opuestas o contrarias, con las que se expresa la idea de totalidad. Así, dice: «A todas у cada una de estas cosas estoy acostumbrado» (v. 12). Y añade que la iniciativa y la capacitación proceden de Cristo: «Pues Cristo me da la fuerza» (v. 13). Dios es Todo, y quien se sumerge en él se sumerge en el Todo. Teresa de Àvila dirá: «Nada te turbe, nada te espante, sólo Dios basta».

 

La vida, en su totalidad, no excluye las adversidades. Los filipenses socorren a Pablo en los momentos de tribulación y colaboran con él. Pablo se lo agradece, y dirá que la ayuda prestada ha sido «una ofrenda de suave olor y sacrificio que Dios acepta con agrado» (v. 18, omitido por la liturgia). Dios -añade Pablo- no se deja ganar en generosidad. Atenderá cualquier necesidad de los filipenses, según su riqueza y conforme a su magnificencia por medio de Cristo Jesús. Pues: «A nuestro Dios y Padre, sea la gloria por los siglos de los siglos. Amen» (v. 20).

 

EVANGELIO 

según san Mateo 22, 1-14

 

En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir.

Envió de nuevo a otros criados que les dijeran: 'Tengo preparado el banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales gordos; todo está listo. Vengan a la boda'. Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron. Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.

Luego les dijo a sus criados: 'La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren'. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados. Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: 'Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?'. Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: 'Atenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación'. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”. 

 

Palabra del Señor. 

R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

 

La parábola ha sido contada por Jesús en Jerusalén, en las vísperas de su pasión y muerte. El Reino de los Cielos, dice Jesús, se parece a un rey que organiza el banquete de bodas de su hijo. Cuando todo está listo, manda a unos criados para que «llamen a los invitados»

(«llamar a los llamados», es como se expresa el texto griego). Quizá quiera subrayar que el rey ha confeccionado una lista de huéspedes que, de alguna manera, ostentan algún título para ser invitados. De todas formas, está claro el título (trato) de reconocimiento y benevolencia concedidos por el rey. La «voluntad» de los invitados no es sólo de rechazo. Algunos tienen otros intereses en los que pensar -atender los asuntos personales- y no quieren

perder tiempo. Y otros tienen intenciones hostiles: maltratan y matan a los criados del rey. Estos últimos no sólo le muestran indiferencia al rey, sino que actúan violentamente. Y, a su vez, el rey reacciona con dureza (cf. v. 7).

 

Entonces comienza la segunda parte de la parábola (vv. 8-10). El rey actúa con una sensibilidad bien diferente a la mostrada con los primeros invitados. Amplía la invitación, extensiva a «todos los que encontréis» (v. 9), y los criados invitaron «a todos los que encontraron, buenos y malos» (v. 10). La parábola desvela el corazón del «Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45). El banquete pierde el sentido elitista y la «llamada» adquiere decididamente un alcance universal. La sala se llena de comensales.

 

Para comprender la tercera parte de la parábola (vv. 11-14), el rey que entra para «ver» a los comensales y encuentra a uno de ellos sin traje de boda, es necesario recordar que, en Oriente, el anfitrión (rey que «invitaba a los invitados») les proporcionaba habitualmente el traje de boda. Si éste es el caso, el invitado no ha aceptado la vestidura y ha entrado rechazando el gesto amigable del rey, casi imponiéndole su presencia.

 

MEDITATIO

 

En la primera lectura leemos: «El Señor todopoderoso preparará en este monte para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares exquisitos, vinos refinados...». Y en el evangelio: «Jesús tomó de nuevo la palabra y les dijo esta parábola: Con el Reino de los Cielos sucede lo que con aquel rey que celebraba la boda de su hijo...».

 

La Palabra de este domingo se centra en los banquetes (cf. también el salmo responsorial). La Iglesia nos ofrece datos y noticias de banquetes extraordinarios organizados por personajes importantes: el señor de los ejércitos (primera lectura) o un rey (evangelio). Cuentan con un programa detallado: se trata de un banquete que tendrá lugar en Jerusalén (primera lectura) o de otro, con ocasión de unas bodas reales, que se celebrará en un edificio regio (evangelio). Y un menú: excelente y exquisito en ambos casos: manjares suculentos y vinos de solera (primera lectura), cebones y capones (evangelio). Los invitados al convite son agasajados espléndidamente por los anfitriones. Invitados: todos los pueblos, sean muchos o pocos, todos los que se encuentren en las encrucijadas, sean hombres o mujeres.

 

Tanto en la primera lectura (el caso de Moab) como en la parábola del evangelio (el invitado sin vestido), los comensales invitados al banquete se han debido preparar responsable y concienzudamente. Moab es uno de los pueblos enemigos, ancestral y de siempre, de Israel.

Sus orígenes son narrados como incestuosos, y su rey Balac (Nm 21ss.) intentó maldecir a Israel contratando al profeta Balaan. Sin embargo, Rut, una moabita, nuera de Noemí, ha entrado en la genealogía de David y, por lo tanto, del Mesías. El invitado, sorprendido sin traje de boda, no lo ha revestido el rey, como era costumbre en Oriente, sino que se lo ha ofrecido para que honre a todos los comensales.

 

No podemos -y no debemos- comportarnos ni como el infiel moabita (soberbio) ni como los ingratos invitados al banquete que respondieron hostilmente al rey, incluso matándole al hijo, ni tampoco como el comensal que no quiso vestirse de fiesta. Hagamos nuestros los sentimientos del salmo 23 y prolonguemos el momento del banquete «en la casa del Señor por días sin término». ¡Dios es realmente grande y enormemente generoso!

 

ORATIO

 

Tú, que quieres que venzamos el mal con el bien y que oremos por quienes nos persiguen, apiádate, Señor, de mis enemigos y de mí y conducenos a tu celestial Reino. Tú, que agradeces las oraciones de tus siervos, que pidamos unos por otros, recuerda tu gran benevolencia y apiádate de nosotros, Señor, de quienes tenemos presentes a los demás en nuestras oraciones, ellos en las suyas y yo en las mías. Tú, que ves la buena voluntad y las obras buenas, recuerda, Señor, a quienes por cualquier razón, por pequeña que sea, no dedican tiempo a la oración.

 

Apiádate de quienes padecen extrema necesidad, socórrelos, Señor. Apiádate de nosotros, de ellos y de mí, Piedad.

 

Recuerda, Señor, a los niños, a los adultos y a los jóvenes, a los ancianos y a los venerables, a los hambrientos, a los sedientos y a los desnudos, a los prisioneros y a

los extranjeros, a los que no tienen ni amigos ni sepulturas, a los delicados y a los enfermos, a los posesos, a los propensos al suicidio, a los atormentados, a los desesperados y a los confusos, a los débiles, a los afligidos y a los apesadumbrados, a los condenados a muerte, a los huérfanos, a las viudas, a los vagabundos, a las parturientas y a los niños de pecho, a los que se arrastran esclavizados en las minas, en las cárceles o en soledad (Lancelot Andrewes, en Le preghiere dell'umanità, Brescia 1993).

 

CONTEMPLATIO

 

Santa Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo -Dios omnipotente en tres personas iguales y coeternas-, ten misericordia de mí. Delante de tu Majestad reconozco humildemente, desde lo hondo de mi miseria y mezquindad de pecador, que he afanado mi vida en el pecado, desde mi infancia hasta hoy.

 

Y ahora, Señor bueno y misericordioso, que me has concedido la gracia de reconocer mis pecados, concédeme la gracia de arrepentirme no sólo de palabra, sino de corazón, con el dolor y pesar de la contrición. Y distanciarme para siempre. Perdóname los pecados de mi mente, ofuscada en afanes terrenos, en inclinaciones maléficas y costumbres dañinas, todo por mi insuficiencia para reconocerlo como pecado. Ilumina mi corazón, Señor misericordioso, y otorgame la gracia de mantener el conocimiento y tener conciencia. Perdóname los pecados que por descuido he olvidado y refrescame la mente para que pueda reconocerlos claramente.

 

Dios glorioso, que por tu gracia, y desde ahora, ponga en ti mi corazón y no dé más valor a las cosas terrenas, y así, con tu santo apóstol Pablo, pueda decir: «El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gal 6,14). «Para mí la vida es Cristo, y morir, una ganancia. Deseo la muerte para estar con Cristo» (Flp 1,21.23).

Dame la gracia de corregir mi vida у de esperar sin aversión a la muerte, que para aquellos que mueren en ti, Señor, es una puerta abierta a la feliz vida (Tomás Moro, en Preghiere dell'umanita, Brescia 1993, 631).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Ven, Señor Jesús, busca a tu siervo, busca a tu oveja perdida».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Ven, Señor Jesús, y busca a tu siervo, busca a tu oveja perdida.

 

Ven, pastor, busca, como José buscaba a las ovejas. Se ha extraviado tu oveja mientras tardabas deambulando por los montes. Deja las noventa y nueve y ven a buscar a la oveja que está perdida. Ven sin perros, sin siervos ni asalariados, que no entran por la puerta. Ven sin zagal y sin mensajero. Desde hace tiempo espero tu llegada. Sé que vendrás, pues «no he olvidado tus mandamientos». Ven no con vara, sino con caridad y espíritu de mansedumbre.

 

No titubees en dejar por los cerros a las noventa y nueve ovejas; los lobos feroces no atacarán hasta que no lleguen a los montes. La serpiente, en el paraíso, sólo consiguió hacer daño una vez; sin embargo, después de la expulsión de Adán, ha perdido el gancho de la seducción y sin él no puede dañar. Ven, que estoy atormentado por el ataque de lobos peligrosos. Ven,

que me han expulsado del paraíso y mi infortunio está mordido con el veneno de la serpiente. Ven, que me encuentro errando lejos del rebaño por estos collados. Yo también era de tu rebaño, el lobo nocturno me ha alejado de tu redil. Búscame, pues yo te busco; búscame y encuentrame, tómame y llévame. Tú encuentras al que buscas, tomas al que encuentras, y cargas sobre tus hombros al que has tomado. No sientes molestia por un peso que te inspira piedad, no te pesa una carga que consideras justa. Ven, pues, Señor, que aunque estoy extraviado, sin embargo «no he olvidado tus mandamientos» y conservo la esperanza de la medicina.

 

Ven, Señor, porque sólo tú eres capaz de hacer volver a la oveja perdida. No entristezcas a quienes se han alejado de ti. También ellos se alegrarán por la vuelta del pecador. Ven y trae la salvación a la tierra y la alegría al cielo. Acógeme no como a Sara, sino como a María, para que sea no sólo virgen intacta, sino virgen inmaculada, por efecto de tu gracia, de cualquier mancha de pecado. Ponme bajo la cruz que da la salvación a los extraviados, donde encuentran reposo los cansados y vivirán todos los que mueren (Ambrosio de Milán, «Comentario al salmo 128», XXII, 28-30, en S. Pricoco - M. Simonetti (eds.), La preghiera dei cristiani, Milán 2000, 169).

 


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