LECTIO DIVINA LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA. Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no morirá nunca. La muerte ya no tiene domino sobre él. Aleluya
LUNES
DE LA OCTAVA DE PASCUA
Cristo,
una vez resucitado de entre los muertos, ya no morirá nunca. La muerte ya no
tiene dominio sobre él. Aleluya. (Rom 6,9)
Hech 2, 14.22-33 Salmo 15 Mateo
28,8-15
LECTIO
1ª
Lectura (Hech 2, 14.22-33)
Del
libro de los Hechos de los Apóstoles
El día
de Pentecostés, se presentó Pedro, junto con los Once, ante la multitud, y
levantando la voz, dijo: "Israelitas, escúchenme. Jesús de Nazaret fue un hombre
acreditado por Dios ante ustedes, mediante los milagros, prodigios y señales
que Dios realizó por medio de él y que ustedes bien conocen. Conforme al plan
previsto y sancionado por Dios, Jesús fue entregado, y ustedes utilizaron a los
paganos para clavarlo en la cruz.
Pero
Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, ya que no era posible
que la muerte lo retuviera bajo su dominio. En efecto, David dice, refiriéndose
a él: Yo veía constantemente al Señor delante de mí. puesto que el esta a mi
lado para que yo no tropiece. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua se alboroza;
por eso también mi cuerpo vivirá en la esperanza, porque tú, Señor, no me
abandonarás a la muerte, ni dejarás que tu santo sufra la corrupción. Me has
enseñado el sendero de la vida y me saciarás de gozo en tu presencia.
Hermanos,
que me sea permitido hablarles con toda claridad. El patriarca David murió y lo
enterraron, y su sepulcro se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero
como era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento que un
descendiente suyo ocuparía su trono, con visión profética habló de la
resurección de Cristo, el cual no fue abandonado a la muerte ni sufrió la
corrupción.
Pues
bien, a este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos.
Llevado
a los cielos por el poder de Dios, recibió del Padre el Espíritu Santo
prometido a él y lo ha comunicado, como ustedes lo están viendo y oyendo".
Palabra
de Dios.
A. Te
alabamos, Señor.
El
discurso de Pedro en Pentecostés presenta el kerígma, el anuncio fundamental:
Jesús, hombre acreditado por Dios en vida con milagros de todo tipo, fue rechazado
por los hombres. Pero Dios ha confirmado la justedad de su causa y le ha
expresado su aceptación exaltándolo con la resurrección. El sello de Dios sobre
Jesús, tanto en vida como en su muerte, está completo.
Es
más, todo estaba previsto en el plan de Dios, como se deduce del Sal 15, donde
expresa David su esperanza de no verse abandonado a la corrupción de la muerte.
Lo que no llegó a realizarse en David, se realiza ahora en Jesús de Nazaret, al
que Dios resucitó de entre los muertos. «Y de ello somos testigos todos
nosotros.» Pedro anuncia hechos reales, como la vida ejemplar de Jesús, su
muerte como obra conjunta de los presentes y de paganos; su resurrección; el
testimonio de los apóstoles. Todo ello forma parte del plan de Dios diseñado en
las Escrituras. El pasaje ofrece, por tanto, un ejemplo de la primera predicación
apostólica, centrada en Jesús de Nazaret, sobre su extraordinario
acontecimiento humano, sobre la responsabilidad de quienes le rechazaron, sobre
la absoluta presencia de Dios en su vida.
Salmo
responsorial (Sal 15)
R.
Protege, Señor, a los que esperamos en ti. Aleluya.
L.
Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio. Yo siempre he dicho que tú
eres
mi Señor. El Señor es la parte que me ha tocado en herencia; mi vida está
en sus
manos./ R.
L.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado, jamás tropezaré./R.
L. Por
eso se me alegran el corazón y el alma y mi cuerpo vivirá tranquilo,
porque
tú no me abandonarás a la muerte ni dejarás que sufra yo la corrupción./ R.
L.
Enséñame el camino de la vida, sáciame de gozo en tu presencia y de
alegría
perpetua junto a ti./ R.
Aclamación
antes del Evangelio (Sal 117, 24)
R.
Aleluya, aleluya.
Éste
es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo.
R.
Aleluya.
Del
santo Evangelio según san Mateo
A. Gloria
a ti, Señor
Después
de escuchar las palabras del ángel, las mujeres se alejaron a toda prisa del
sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los
discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludo. Ellas se
le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No
tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me
verán".
Mientras
las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia fueron a la ciudad y
dieron parte a los sumos sacerdotes de todo lo ocurrido. Estos se reunieron con
los ancianos, y juntos acordaron dar una fuerte suma de dinero a los soldados, con
estas instrucciones: "Digan: 'Durante la noche, estando nosotros dormidos,
llegaron sus discípulos y se robaron el cuerpo. Y si esto llega a oídos del
gobernador, nosotros nos arreglaremos con él y les evitaremos cualquier
complicación".
Ellos
tomaron el dinero y actuaron conforme a las instrucciones recibidas. Esta
versión de los soldados se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de
hoy.
Palabra
del Señor.
A.
Gloria a ti, Señor Jesús.
El
pasaje bíblico narra dos encuentros diferentes: el primero, entre Jesús y las
mujeres, cuando éstas iban de camino para llevar el mensaje de la resurrección
a los discípulos (vv. 8-10); el segundo, entre los sumos sacerdotes y los
guardianes del sepulcro, que se dirigen a los jefes del pueblo para informarles
de las cosas que han pasado (vv. 11-15). El hecho central sigue siendo la tumba
vacía, y, sobre ésta, Mateo nos ofrece dos posibles interpretaciones: o bien
Jesús ha resucitado, o bien ha sido robado por sus discípulos. Al lector le
corresponde la fácil elección, que no es, ciertamente, la de la mentira
organizada por los sumos sacerdotes, sino la del testimonio dado por las
mujeres. A ellas les dice Jesús: «Vayan a decir a mis hermanos que vayan a
Galilea, allí me verán» (v. 10). El acontecimiento de la resurrección es un
hecho sobrenatural, y sólo la fe puede penetrarlo, como es el caso de la fe de
las mujeres, discípulas y mensajeras de Cristo resucitado.
No es
difícil ver en el texto el trasfondo de una polémica entre los jefes del pueblo
y los discípulos de Jesús en torno a la resurrección de Jesús. Mateo escribió
su evangelio cuando todavía estaba vivo el contraste entre la comunidad
cristiana del siglo I, que con la resurrección del Señor ve inaugurados los
tiempos del mundo nuevo e inaugurado el Reino de Dios basado en el amor; y las autoridades
judías, que, una vez más, rechazar a Jesús como Mesías, esperando a otro
salvador.
La
resurrección será siempre un signo de contradicción para todos y cada
uno de los hombres: para los que están abiertos a la fe y al amor, es fuente de
vida y salvación; para los que la rechazan, se vuelve motivo de juicio y
condena.
El
momento en que Jesús sale de la tumba en su resurrección, que constituye el
hecho más portentoso del cristianismo, no es descrito en los evangelios.
El
hecho es que el cuerpo de Jesús ya no estaba en el sepulcro. Para subrayar la
importancia del momento de la resurrección, los evangelistas presentan signos
admirables, como el temblor de tierra y la aparición de uno o más ángeles. En
cambio, a las mujeres, Cristo resucitado se presenta de forma sencilla, familiar,
el mismo Jesús que habían conocido antes de que lo mataran y al que seguían
queriendo, por eso se dirigían a su tumba.
Otro
dato muy relevante, es que los primeros testigos de la resurrección son mujeres
A ellas el Maestro les manda que den la noticia a sus discípulos hombres, a los
apóstoles. En la cultura judía, el testimonio de una mujer no tenía validez en
los juicios. Pero en el designio de Dios son ellas las primeras anunciadoras de
la buena noticia, por eso se les ha llamado, apóstolas de los apóstoles".
La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe, al punto que dice san
Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es sólo una ilusión"
(1 Cor 15, 17).
MEDITATIO
«Vosotros
le matasteis, pero Dios le ha resucitados: ésta es la primera predicación
apostólica, y es y será la perenne predicación de la Iglesia basada en los
apóstoles. Pedro y la Iglesia existen para repetir a lo largo de los siglos
este anuncio. Un anuncio sorprendente, aunque no de una idea, sino de un hecho
inimaginable, imprevisible, que contiene toda la dimensión negativa de la
historia y toda la dimensión positiva de la voluntad de Dios, que reasume todo
el poder destructivo de la maldad humana y todo el poder de reconstrucción de
la bondad ilimitada de Dios.
Soy
apóstol en la medida en que anuncio esta realidad, me siento identificado con
este anuncio, tengo el valor de descubrir y de repetir, en las mil formas
diferentes de la vida diaria, que el mal ha sido vencido y que será vencido,
que el amor ha sido y será más fuerte que el odio, que no hay tinieblas que no
puedan ser vencidas por el poder de Dios, porque Cristo ha resucitado, «pues era
imposible que la muerte lo retuviera en su poder». Soy apóstol si anuncio la
resurrección de Cristo con mi boca, con una actitud positiva hacia la vida, con
el optimismo de quien sabe que el Padre quiere liberarme también a mí, también
a nosotros, «de las ataduras de la muerte», de la última y de las
penúltimas; de quien sabe que ahora su amor está en acción para llevarlo todo
hacia la Vida.
Me
pregunto hoy si soy apóstol y si lo soy como Pedro o bien a mi manera, como
anunciador inconsciente de mensajes, ideas y pensamientos más bien periféricos respecto
al hecho fundamental de la resurrección.
ORATIO
Al
comienzo de este tiempo pascual, un tiempo apostólico, quiero rogarte, Señor,
que, por la intercesión de María, hagas crecer en mí un corazón de apóstol.
Haré mías aquellas hermosas palabras del padre Lelotte: «Señora nuestra, reina
de los apóstoles, tú diste a Cristo al mundo. Fuiste apóstol de tu Hijo por
primera vez llevándolo a Isabel y a Juan el Bautista, presentándolo a los
pastores, a los magos, a Simeón. Tú reuniste a los
apóstoles
en el retiro del cenáculo, antes de su dispersión por el mundo, y les
comunicaste tu ardor. Concédeme un alma vibrante y generosa, combativa y
acogedora. Un alma que me lleve a dar testimonio, en cada ocasión, de que
Cristo, tu Hijo, es la luz del mundo, que sólo él tiene palabras de vida y que
los hombres encontrarán la paz en la realización de su Reino».
CONTEMPLATIO
Nuestro
Redentor aceptó morir para liberarnos del miedo a la muerte. Manifestó la
resurrección para suscitar en nosotros la firme esperanza de que también nosotros
resurgiremos. Quiso que su muerte no durara más de tres días porque, si su
resurrección se hubiera demorado, habríamos podido perder toda esperanza en lo
que corresponde a la nuestra. De él dice bien el profeta: «Mientras va de
camino, bebe del torrente, por eso levantará
la cabeza» (Sal 110,7). En efecto, él se dignó beber del torrente de
nuestro sufrimiento, pero no parándose, sino yendo de camino, pues conoció la muerte
de paso, durante tres días, y no se quedó en esta muerte que conoció, como sí
lo haremos, en cambio, nosotros hasta el fin del mundo. Resucitando al tercer
día manifestó, pues, lo que está reservado a su Cuerpo, esto es, a la Iglesia.
Con su ejemplo mostró, ciertamente, lo que nos tiene prometido como premio, a
fin de que los fieles, al reconocer que él ha resucitado, cultiven en ellos
mismos la esperanza de que al final del mundo serán premiados con la
resurrección (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XIV, 68s).
ACTIO
Repite
con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Mi
alma exulta en el Señor» (cf. 1 Sm 2,16).
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
Jesús
fue condenado a muerte por los hombres, pero fue resucitado por Dios [...]
Jesús,
como ser humano que confiaba en Dios, se arriesgó hasta tal punto que no temía
a la muerte, y empezó a vivir ya durante su vida. Quien ha comprendido este
hecho, a saber: que la muerte ya no tiene ningún poder, que el miedo no es un
argumento, que los aplazamientos no sirven, sino que está bien empezar a vivir hoy,
quien ha comprendido todo esto verá lo que es una persona real y en qué está oculta
la dignidad del Mesías Jesús. Aquí no existe ya la muerte, y la resurrección
nos revelará que Dios está de parte de aquel que, en cuanto ser humano, se hace
garante de la verdad de lo divino. En virtud de este Cristo-rey también
nosotros nos despertamos como personas reales. Y Pedro, unos pocos capítulos más
adelante, lo experimentará en su propia persona. Aquí ya no hay muros de
cárceles que resistan. Aunque encerrado en una celda, encadenado, flanqueado
por cuatro guardias, el ángel del Señor vendrá y lo despertará del sueño de la
muerte, le hará atravesar la cárcel y nada lo detendrá. Estos son los milagros
que Dios hace en el cielo y en la tierra. Nosotros somos personas maravillosas,
llenas de gracia, y estamos llamados a descubrir y a realizar
nuestro
ser (E. Drewermann, Vita che nasce dalla morte, Brescia1998, 458s).
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