Tienes que renacer de lo alto
Era
necesario que Cristo padeciera y resucitara
de
entre los muertos, y así entrara luego en su gloria. Aleluya (Cfr. Lc 24,
46.26).
Hech
4, 32-37 Salmo92 Juan 3,7-15
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Del
libro de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-37
La multitud
de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían
en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía.
Con
grandes muestras de poder, los apóstoles daban testimonio de la resurrección
del Señor Jesús y todos gozaban de gran estimación entre el pueblo. Ninguno
pasaba necesidad, pues los que poseían terrenos o casas, los vendían, llevaban
el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, y luego se distribuía
según lo que necesitaba cada uno.
José,
levita nacido en Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé (que significa
hábil para exhortar), tenía un campo; lo vendió y puso el dinero a disposición
de los apóstoles.
Palabra
de Dios.
A. Te
alabamos, Señor.
Éste
es el segundo «compendio», o cuadro recopilador, donde Lucas presenta el nuevo
estilo de vida de la Iglesia, fruto del Espíritu. Se subraya aquí la comunión de
bienes, descrita de un modo más bien detallado.
Aparecen
dos prácticas de comunión: la primera consiste en poner en común los propios
bienes o comunión de uso. Cada uno es propietario de sus bienes, pero se considera
sólo administrador de los mismos, poniendo el fruto de los mismos a disposición
de todos. La segunda práctica consiste en la venta de los bienes, seguida de la
distribución de lo recaudado. Esta distribución la hacen los apóstoles después
de que se deposita a sus pies el importe de la venta. Estas dos prácticas de
comunión no son las únicas: los Hechos de los Apóstoles
presentan
otras. Pablo habla del trabajo de sus propias manos para proveer a las
necesidades de los suyos y de «los débiles » (20,34s).
Lo que
le importa a Lucas sobre todo es mostrar que las distintas prácticas de
comunión de bienes están arraigadas en una profunda comunión de espíritus y de corazones.
Del conjunto se desprende que estamos en presencia de la comunidad mesiánica,
heredera de las promesas hechas a los padres: «No habrá ningún pobre entre los
tuyos, porque Yahvé te bendecirá abundantemente en la tierra que Yahvé tu Dios
te da en herencia para que la poseas, pero sólo si escuchas de verdad la voz de
Yahvé tu Dios» (Dt 15,4s).
EVANGELIO
Del
santo Evangelio según san Juan 3, 7-15
A.
Gloria a ti, Señor.
En
aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: "No te extrañes de que te haya dicho:
'Tienen que renacer de lo alto'. El viento sopla donde quiere y oyes su
ruido,
pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido
del
Espíritu”. Nicodemo le preguntó entonces: “¿Cómo puede ser esto?".
Jesús
le respondió: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que
nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto,
pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las
cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha
subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo.
Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida
eterna”.
Palabra
del Señor.
A.
Gloria a ti, Señor Jesús.
El
evangelio sigue con el dialogo entre Jesús y Nicodemo. Cristo le ha dicho que
es necesario volver a nacer de nuevo para conocer y entrar en el Reino de Dios.
Como Nicodemo,
aunque
es maestro de la ley, no entiende, Jesús le cita el ejemplo de la serpiente de
bronce
121
4-9): el pueblo, durante su travesía por el desierto, se puso a murmurar contra
Dios porque no tenían comida a su gusto; Dios los castigó mandándoles
serpientes venenosas que les provocaban la muerte. La gente se arrepintió.
Entonces, el Señor mando a Moisés que fundiera una serpiente de bronce y la
colocara en un lugar alto. Los mordidos por las víboras, bastaba que vieran la
estatua de bronce y salvaban su vida. De manera análoga Jesús anuncia que sera
crucificado y puesto en alto para dar la vida verdadera a todos.
Esto
lo garantiza explicando que ha bajado del cielo y por eso es el único que
realmente
conoce
a Dios; aunque ha bajado como "hijo del hombre", esto es, plenamente
humano,
para
enseñar a la humanidad el camino de regreso hacia Dios Padre. "Nacer de lo
alto", de
Cristo
crucificado, significa seguir a Jesús que nos amó hasta las últimas consecuencias,
dando su vida por nosotros. No sólo nos da vida física, como la serpiente de
bronce, sino
que
"todo el que cree en él tiene vida eterna". El amor misericordioso es
lo que más vale.
No las
riquezas, títulos y posición social que tanto apreciaba Nicodemo, y que tenemos
el peligro de apreciar y apropiarnos también nosotros.
El
diálogo de Jesús con Nicodemo se transforma aquí en un monólogo ininterrumpido
que el evangelista pone en los labios de Jesús. Nos encontramos frente a palabras
auténticas de Jesús y a testimonios pospascuales fundidos por el autor en un
solo discurso. Se trata de una profesión de fe usada en el interior de la vida
litúrgica de la Iglesia joánea. En ella se contiene, en síntesis la historia de
la salvación.
El
tema desarrolla lo que vimos en el fragmento de ayer, centrado en el testimonio
de Cristo, Hijo del hombre bajado del cielo, el único que está en condiciones
de revelar el amor de Dios por los hombres a través de su propia muerte y
resurrección (vv. 11-15). El evangelista insiste ahora en la importancia de la
fe. Si ésta no crece con la revelación hecha por Jesús sobre su destino espiritual.
¿cómo podrá ser acogida la gran revelación relacionada con su éxodo pascual?
Los hombres deben dar crédito a Cristo, aunque ninguno de ellos haya subido al cielo
para captar los misterios celestiales, ya que sólo él que ha bajado del cielo
(v. 13), está en condiciones de anunciar la realidad del Espíritu, y es el
verdadero puente entre el hombre y Dios. Sólo Jesús es el lugar ideal de la
presencia de Dios. Y esta revelación tendrá su cumplimiento en la cruz, cuando
Jesús sea ensalzado a la gloria, para que «todo el que crea en él tenga la vida
eterna» (v. 15).
La
humanidad podrá comprender el escandaloso y desconcertante acontecimiento de la
salvación por medio de la cruz y curar de su mal, como los judíos curaron en el
desierto de las picaduras de las serpientes mirando la serpiente de bronce (cf.
Nm 21,4-9). El simbolismo de la serpiente de Moisés afirma la verdad de que la salvación
consiste en someternos a Dios y dirigir nuestra mirada al Crucificado,
verdadero acto de fe que comunica la vida eterna (cf. Jn 19,37).
MEDITATIO
El
texto de Hechos de los Apóstoles es uno de los más frecuentados por parte de la
tradición espiritual de la Iglesia. A partir del primer monacato, en todos los
momentos de crisis o de dificultades en la vida cristiana se ha hecho
referencia a este texto como a un modelo fundador e insuperable de la vida de
la Iglesia y, por consiguiente, como a una piedra sobre la que es posible
construir formas auténticas de vida cristiana.
En
este fragmento aparecen toda la fascinación y la nostalgia de la fraternidad;
más aún: de una Iglesia fraterna. En un momento en el que parecen desaparecer
otras perspectivas, he aquí la posibilidad de retomar el camino del
renacimiento a partir de la fraternidad, la fuente inagotable del estilo de
vida cristiano. La novedad cristiana se expresa sobre todo en la fraternidad: a
través de comunidades fraternas, a través de una Iglesia fraterna, a través de
una mentalidad fraternal que busca por encima de todo crear relaciones
fraternas, como signo de la venida del Reino de Dios.
¿Qué
lugar ocupa la fraternidad en mis preocupaciones? ¿Qué importancia tiene la
construcción de la fraternidad en mi vida espiritual? ¿Es acaso mi
espiritualidad una espiritualidad individualista, de la que están prácticamente
excluidos los hermanos y las hermanas?
ORATIO
Señor,
muéstrate bondadoso conmigo, que, de hecho, considero poco importante la
fraternidad. Estoy preocupado de que las cosas «funcionen» y, así, encuentro el
pretexto para olvidarme de que los otros son mis hermanos, cuando no los
convierto en meros instrumentos. Estoy preocupado por mi salud y, así, me
olvido de que los otros también tienen sus problemas, quizás mucho más graves
que los míos. Estoy preocupado por el bien que debo hacer y, con frecuencia, no
me pregunto si lo hago de una forma fraterna, si lo hago de hermano a hermanos.
Estoy preocupado por llevarte a los alejados y me olvido de los que tengo cerca.
Señor,
concédeme unos ojos y un corazón fraternos. Qué alejado ando de todo esto!
Estoy alejado, y la mayoría de las veces ni siquiera me doy cuenta, porque no me
tomo en serio la fraternidad: resulta demasiado poco gratificante, no me hace
lucir, no enciende mi fantasía, no me hace sentirme un héroe. Señor,
para hacer que yo quiera ser de verdad hermano y hermana de mi prójimo, debes
iluminarme de continuo con tu palabra y tu Espíritu, como hiciste en los comienzos
de tu Iglesia.
CONTEMPLATIO
Nuestro
Creador y Señor dispone todas las cosas de tal modo que si alguien quisiera
ensoberbecerse por el don que ha recibido, debe humillarse por las virtudes de que
carece. El Señor dispone todas las cosas de tal modo que cuando eleva a uno
mediante una gracia que
ha
recibido, mediante una gracia diferente lo somete a otro. Dios dispone todas
las cosas de tal modo que mientras todas las cosas son de todos, en virtud de
cierta exigencia de la caridad, todo se vuelve de cada uno, y cada uno posee en
el otro lo que no ha recibido, de tal modo que cada uno ofrece como don al otro
lo que ha recibido.
Es lo
que dice Pedro: «Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha
recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios» (1 Pe
4,10) (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XXVIII, 22).
ACTIO
Repite
con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Reina, Señor, glorioso en medio de nosotros».
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
El fin
de una comunidad no puede ser sólo ofrecer a sus componentes un sentimiento de
bienestar. Su objetivo y su significado son más bien hacer que todos los miembros
puedan incitarse unos a otros día a día a recorrer juntos el camino de la
confianza, con madurez, con lealtad y en medio de la afectividad; que puedan
aclarar los malentendidos que se producen; que puedan resolver los conflictos
y, sobre todo, que puedan arraigarse en Dios. Y es que, en una comunidad, sólo
podremos vivir bien a la larga si dirigimos de continuo nuestra mirada a Dios
como nuestra verdadera meta y causa última de nuestra vida (A. Grün, A
onore del cielo, come segno per la terra, Brescia 1999, p. 151).
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