Descendió a los infiernos


Sábado Santo
Descenso a los infiernos


LECTIO

"Jesús bajó a las regiones inferiores de la tierra. Este que bajó es el mismo que subió" (Ef 4, 9-10)

Sábado Santo: día de la sepultura de Dios. ¿No es acaso, de forma impresionante, nuestro día? ¿No comienza nuestro siglo [nuestro tiempo, hoy] a ser un gran Sábado Santo, día de la ausencia de Dios en el que incluso los discípulos experimentan un vacío que aletea en el corazón, que se extiende cada vez más, y por esta razón se preparan llenos de vergüenza y angustia a volver a casa y se encaminan sombríos y apesadumbrados en su desesperación hacia Emaús, sin darse cuenta de que aquel que creían muerto está en medio de ellos?

"Descenso al infierno" -esta confesión del Sábado Santo-significa que Cristo ha sobrepasado la puerta de la soledad, que ha tocado el fondo inalcanzable e insuperable nuestra condición de soledad. Significa que aun en la noche externa, no franqueada por palabra alguna, en la que todos somos como niños expulsados, llorando, se oye voz que nos llama, una mano que nos coge y nos guía.  La soledad insuperable del hombre ha sido superada Desde el momento en que él ha pasado por esta soledad. El infierno ha sido vencido desde que el amor ha entrado en la región de la muerte y la “tierra de nadie" de la soledad ha sido habitada por él.
(J. Ratzinger y W. Congdon, ella storia, Milano 1998, 43-46, passim).

PRIMERA PARTE[1]
LA PROFESIÓN DE LA FE

SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS

ARTÍCULO 5
"JESUCRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS,
AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS"


631 "Jesús bajó a las regiones inferiores de la tierra. Este que bajó es el mismo que subió" (Ef 4, 9-10). El Símbolo de los Apóstoles confiesa en un mismo artículo de fe el descenso de Cristo a los infiernos y su Resurrección de los muertos al tercer día, porque es en su Pascua donde, desde el fondo de la muerte, Él hace brotar la vida:
Christus, Filius tuus,
qui, regressus ab inferis,
humano generi serenus illuxit,
et vivit et regnat in saecula saeculorum.
Amen.
(Es Cristo, tu Hijo resucitado,
que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos. Amén).

(Vigilia Pascual, Pregón pascual [«Exultet»]: Misal Romano)

Párrafo 1
CRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS

632 Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús "resucitó de entre los muertos" (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos (cf. Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos (cf. 1 P 3,18-19).

633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham" (cf. Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados (cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Libelo Cum dudum: DS, 1011; Clemente VI, c. Super quibusdam: ibíd., 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Concilio de Toledo IV, año 625: DS, 485; cf. también Mt 27, 52-53).

634 "Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva ..." (1 P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención.

635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte (cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para "que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan" (Jn 5, 25). Jesús, "el Príncipe de la vida" (Hch 3, 15) aniquiló "mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud "(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las llaves de la muerte y del Infierno" (Ap 1, 18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos" (Flp 2, 10).
«Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo [...] Va a buscar a nuestro primer Padre como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es la mismo tiempo Dios e Hijo de Dios,  va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva [...] Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu Hijo. A ti te mando: Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos» (Antigua homilía sobre el grande y santo Sábado: PG 43, 440. 452. 461).

ORATIO

Padre nuestro, que estás en los cielos y nos miras a nosotros, pequeñas criaturas de la tierra, reaviva nuestra fe y nuestra esperanza ante el misterio de la muerte.
También tú, junto con tu Hijo, has querido experimentar el gélido silencio del sepulcro. También tú eres el eterno Viviente, has querido -por amor y compasión- ser como una semilla enterrada en la tierra por tu desconcertante humildad y empatía, concédenos la gracia de saber aceptar con entereza y serenidad la ley natural de la muerte como paso a la vida resucitada (A.M. Cànopi, Via Crucis sotto lo sguardo del Padre, Isola S.
Giulio 1999, pro manuscripto, 52s).

CONTEMPLATIO

Un José te protegió siendo niño. Otro José te desclava dulcemente de la cruz. En sus manos estás más abandonado que un niño en brazos de su madre. Introduce en el seno de la roca la reliquia de tu cuerpo inmaculado. Se rueda la piedra, todo es silencio. Es el shabbâth misterioso. Todo calla, la creación contiene la respiración. Cristo desciende al vacío total de amor. Pero lo hace como vencedor. Arde con el fuego del Espíritu. A su contacto se queman las cuerdas que atan a la humanidad.

Oh vida, ¿cómo puedes morir? Muero para destruir el poder de la muerte y resucitar a los muertos del infierno.
Todo calla. Pero concluyó la gran batalla. El que divide ha sido vencido. Bajo tierra, en lo hondo de nuestras almas, ha prendido una chispa de fuego. Vigilia de pascua. Todo calla, pero en esperanza. El último Adán tiende la mano al primer Adán. La madre de Dios enjuga las lágrimas a Eva. En torno a la roca mortal, florece el jardín (Bartolomé I. cit. en Via Crucis al Colosseo, Ciudad del Vaticano 1994).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
"Está bien esperar en silencio la la salvación del Señor" (Lam 3,6).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

la tierra está extenuada. Todo duerme y espera. También reposa el cuerpo de Jesús. Como en el caso de Lázaro, la muerte de Jesús no es más que un sueño. Mientras su alma descendía a llevar la victoria a lo más hondo de los infiernos, su cuerpo duerme pacíficamente en la tumba, esperando las maravillas de Dios.

Y es que este Gran Sábado no es como otros. Algo ha cambiado radicalmente. El velo del Templo se rasgó hace poco, brutalmente, dejando al descubierto al Santo de los Santos. El Templo ya no está en su lugar. El sábado ya no está en el sábado. Ni la pascua en la pascua. Todo está en otro sitio. Todo está aquí cerca, cerca del cuerpo que duerme en la tumba. Todo es espera, ahora debe suceder todo.

La Iglesia, esposa de Jesús, no se desorienta. Sigue junto a la tumba que encierra el cuerpo amado. El amor no flaquea, no se desespera. El amor todo lo puede, todo lo espera. Sabe ser más fuerte que la muerte.

¿Qué no habría hecho en aquella hora de tinieblas el amor de algunos, entre ellos el de la Virgen María, para que Jesús fuera arrancado de la muerte? Sólo Dios lo sabe. ¿Alguno ha presentido la densidad de vida que colma este cadáver y esta tumba, como jardín
en primavera, donde incluso la noche es un crujido de vida y de savia que fluye? Nosotros no lo sabemos. Sólo sabemos que José de Arimatea hizo rodar una gran piedra hasta la boca de la tumba antes de irse, mientras Maria Magdalena y la otra María estaban allí, firmes junto a la tumba. Seguramente, no saben nada todavía, pero perseveran en el amor. El vacío que se ha creado de repente entre ellas es tan grande que sólo Dios puede llenarlo. Con ellas, toda la Iglesia espera en el amor (A. Louf, Solo l'amore vi basterà. Commento e al Vangelo di Luca, Casale Monf. 1985, 63s).




[1] Catecismo de la Iglesia Católica, Primera parte, Segunda Sección, capítulo segundo, artículo 5, párrafo 1, 631-637.

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