Yo, el Señor, fiel a mi designio de salvación, te llamé, te tomé de la mano
Yo, el
Señor, fiel a mi designio de salvación,
te
llamé, te tomé de la mano
Lectio
Divina Lunes Santo “A”
Isaías
42,1-7 Salmo 26 Juan 12, 1-11
Lunes
Santo
LECTIO
Primera
lectura: Isaías 42,1-7
“Miren
a mi siervo, a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias.
En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles; no romperá la caña
resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Promoverá con firmeza la
justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre
la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza”.
Esto
dice el Señor Dios, el que creó el cielo y lo extendió, el que dio firmeza a la
tierra, con lo que en ella brota; el que dio el aliento a la gente que habita
la tierra y la respiración a cuanto se mueve en ella: “Yo, el Señor, fiel a mi
designio de salvación, te llamé, te tomé de la mano, te he formado y te he
constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos
de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que
habitan en tinieblas”.
Palabra
de Dios.
A. Te
alabamos, Señor.
En
estos días santos, se yergue ante nosotros la figura del Siervo de YHWH silenciosa
y majestuosa, para introducirnos en el misterio pascual: su elección, misión y
sufrimientos son profecía de la suerte de Cristo. Dios mismo presenta a su
Siervo. Él lo ha elegido para una misión difícil y de capital importancia, por
ello le sostiene. Consagrado con el espíritu profético, el Siervo llevará el
derecho" a todas las gentes, es decir, el conocimiento práctico de los
juicios de Dios (v. 1). Este carácter "judiciario" se ilustra con la
imagen de los vv. 2s, donde la misión del Siervo se describe teniendo en cuenta
la figura del "heraldo del gran Rey". Según las costumbres de
Babilonia, el heraldo estaba encargado de proclamar en las plazas de la ciudad
los decretos de condenas a muerte. Si al concluir el pregón no surgía ningún
testimonio en defensa del condenado, rompía la caña y apagaba la lámpara que
llevaba, para indicar que la condena era ya irrevocable.
Ahora
bien, el Siervo del único verdadero Rey, Dios, no quiebra la caña cascada.
Mensajero de su juicio, no viene a condenar, sino a salvar. Con la fuerza de la
mansedumbre y la firmeza de la verdad, perseverará en su tarea; las regiones
más remotas, los que están lejanos de Dios, atenderán a la torah, la enseñanza
que nos trae (v. 4). En Cristo, la figura se convierte en realidad. Cristo es a
la vez verdadero Siervo doliente y verdadero libertador de la humanidad de la
cárcel del pecado, elegido y enviado para la salvación. Él es la luz que ha
venido al mundo a iluminar a todas las gentes. El es el mediador de una nueva y
eterna alianza (vv. 6s), ratificada con su cuerpo entregado y con su sangre
derramada.
Salmo
responsorial (Sal 26)
R. El
Señor es mi luz y mi salvación.
L. El
Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor
es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar? /R.
L.
Cuando me asaltan los malvados para devorarme, ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen. /R.
L.
Aunque se lance contra mí un ejército, no temerá mi corazón: aun cuando hagan
la guerra contra mí, tendré plena confianza en el Señor. /R.
L. La
bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y
en el Señor confía. /R.
Aclamación antes del Evangelio
R.
Honor v gloria a ti, Señor Jesús.
Señor
Jesús, rey nuestro, sólo tú has tenido compasión de nuestras faltas.
R.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
(Jn 12. 1-11)
Del
santo Evangelio según san Juan
A.
Gloria a ti, Señor.
Seis
días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había
resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía y
Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó entonces una
libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con
él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del
perfume.
Entonces
Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamo:
"¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para
dárselos a los pobres?”. Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino
porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en
ella.
Entonces
dijo Jesús: “Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque
a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán”.
Mientras
tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió,
no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había
resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a
Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.
Palabra
del Señor.
R: Gloria a ti, Señor Jesús.
"Seis
días antes de la fiesta judía": la habitual precisión de Juan nos permite
hoy revivir puntualmente, en la liturgia, la gracia de los últimos
acontecimientos que preparan la pascua del Señor. La cena de Betania es preludio
de la última cena. Según la mentalidad de aquel tiempo, la comida,
particularmente la consumida juntos, reviste un carácter sagrado, pues indica
comunión de vida y acción de gracias por la misma vida. Este aspecto, en esta
cena, se profundiza ulteriormente por la presencia de Lázaro, "resucitado
de entre los muertos", del que se dice que era uno de los que "estaban
recostados" con Jesús (según la costumbre de comer recostados): gran
proximidad de vida y muerte, presagio de comunidad de destino...
Lázaro fue un seguidor de Cristo, un amigo suyo muy querido. Nuestro Señor le tenia profunda estimación y un aprecio de hermano. Por eso, cuando se vio frente a la tumba de Lázaro, se conmovió hasta las lágrimas, tanto que los judíos que estaban
presentes comentaron: "¡Cuánto lo amaba!" (cf Jn 11. 36). Y Jesús
resucitó a su amigo.
El
resucitado Lázaro, que ya era cristiano porque creía en Jesucristo y correspondía a su amistad, se volvió, sin saberlo, un predicador de la bondad y
del poder de Jesucristo. Como el milagro de su resurrección fue estrepitoso,
muchos judíos acudían a Betania para ver a Lázaro. Al constatar que
efectivamente había sido resucitado, reconocían a Jesucristo como el Mesías
esperado. Por eso afirmamos que Lázaro fue dos veces cristiano: como seguidor
del Maestro y como testigo de su misericordia y de su poder divino.
Cada uno
de nosotros podemos ser, como Lázaro, doblemente cristianos: porque creemos
firmemente en El, y porque nos hacemos testigos de su poderosa bondad, que se
manifiesta principalmente cuando nos devuelve la vida del espíritu al perdonar nuestros
pecados y nos fortalece para que no volvamos a pecar.
No
sabemos cómo fue la segunda muerte de Lázaro. El Evangelio sólo nos hace saber
que algunos judíos de la planilla directiva, al darse cuenta de que el prodigio
de la resurrección de Lázaro aumentaba el número de creyentes en Jesucristo,
pensaron en acabar con Lázaro, pero no nos dice si lograron llevar a ejecución
su pérfido plan.
Pero
es la figura de María la que aparece en primer plano con su silencioso gesto de
amor de adoración, sin cálculo ni medida. El perfume que derrama a los pies de
Jesús es sumamente caro: trescientos denarios corresponden al salario de diez
meses de trabajo de un obrero. Y toda la casa -nota el evangelista aludiendo al
Cantar de los Cantares (1,12)- se llenó de la fragancia. Es un detalle que nos
muestra en María la imagen de la Iglesia-Esposa unida amorosamente al
sacrificio de Cristo-Esposo. A la donación total sin límites se contrapone la
tacañería de Judas Iscariote (vv. 4-6).
Sin
medias tintas, Juan nos presenta dos tipos en el seguimiento del Señor, María y
Judas: el amor dilató el corazón de una; la mezquindad cerró de par en par el corazón
del otro.
MEDITATIO
También
se nos invita a la cena de Betania para estar con Jesús en esa atmósfera cálida
de afecto y amistad.
Permanecemos
en esa casa acogedora para afianzar nuestro seguimiento de Jesús: un camino de
salvación, de la muerte a la vida, como le sucedió a Lázaro, o de activa
solicitud que se convierte en servicio cotidiano al Maestro y a los suyos, como
Marta. Un camino de amor, de adoración, que dilata día tras día el corazón, o
quizás de reservas, resistencias y cálculos cada vez más mezquinos que acaban
ahogándonos en la avaricia: María y Judas, ambos discípulos del Señor, se nos
presentan como ejemplos-límite.
El
estar con Jesús, escuchar su Palabra, compartir con él la existencia, no es
todavía lo que decide nuestra meta y los pasos para lograrla. Es decisivo
reconocer y acoger el amor que el da, el Amor que él es. Judas no lo acogió,
por eso condena el "derroche" de María, haciendo sus cuentas con el
pretexto de los pobres... María ha hecho de ese amor su vida; el centro de
gravedad que la saca fuera de sí misma sin cálculos, sin razonamientos: con
intuición muy precisa y luminosa, se ha quedado con lo esencial: con el pobre
Jesús que da todo.
María
no puede esperar, y quiere imitar, con el símbolo de un gesto, a su Maestro:
derrama sobre esos pies que le han abierto el camino de una plenitud inesperada
de amor -ahora en el tiempo y, lo cree firmemente, también en la eternidad- el
nardo preciosísimo guardado con cuidado, imagen de una vida totalmente
derramada en la caridad. "Y toda la casa se llenó de la fragancia del
perfume."
ORATIO
Señor
Jesús, Hijo de Dios, que has venido al mundo para ser el hombre más familiar de
nuestra casa, ven esta tarde y todas las tardes a compartir con nosotros la cena
de los amigos. Haz de cada uno de nosotros tu Betania perfumada de nardo, donde
los íntimos secretos
de tu
corazón encuentren el camino silencioso de nuestro corazón, para que podamos
vivir contigo la hora suprema del amor y decirte, con un gesto de pura
adoración, como queremos porque tú mismo lo has hecho por nosotros, vivir tu
vida y morir tu muerte. Amén.
CONTEMPLATIO
Estaba
yo meditando sobre la muerte del Hijo de Dios encarnado. Todo mi afán y deseo
era cómo poder vaciar mejor la mente de cuanto la ocupase, para tener más viva
memoria de la pasión y muerte del Hijo de Dios.
Estando
ocupada con este afán, de repente oí una voz que me dijo: "Yo no te amé
fingidamente". Aquella palabra me hirió con dolor de muerte, pues se me
abrieron al punto los ojos del alma, viendo cuán verdadero era lo que me decía.
Veía los efectos de aquel amor y lo que movido por él hizo el Hijo de Dios.
Veía en mí todo lo contrario, porque yo le amaba sólo fingidamente, no de
verdad. Ver esto era para mí un dolor de muerte tan insufrible que me creía
morir. De pronto me fueron dichas otras palabras que aumentaron mi dolor [...].
Mientras
daba vueltas a aquellas palabras, él añadió: "Soy yo más íntimo a tu alma
que lo es tu alma a sí misma". Esto aumentaba mi dolor, porque cuanto más
íntimo le veía a mí misma, tanto más reconocía la hipocresía de mi parte. Estas
palabras suscitaron en mi alma deseos de no querer sentir, ni ver ni decir nada
que pudiese ofender a Dios. Y es que eso es lo que Dios requiere a sus hijos, a
los que ha llamado y escogido para sentirle, verle y hablar con él (Ángela
de Foligno, Libro de Vida, Salamanca 1991, 169-170, passim).
ACTIO
Repite
con frecuencia y vive hoy la Palabra:
"Hagan
del amor la norma de su vida, a imitación
de
Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros"
(Ef 5,2).
PARA LECTURA ESPIRITUAL
El
ungüento que María extiende es el símbolo de la comunión nupcial con Jesús
manifestado por la comunidad cristiana. Celebramos la llamada de nuestras
comunidades cristianas, representadas por María de Betania, a la comunión total
con Jesús, dador de vida. Es él quien transforma lo que debería haber sido un
banquete fúnebre en memoria de Lázaro en un banquete gozoso. Es él quien cambia
el hedor insoportable de un muerto “de cuatro días” en el perfume que inunda la
casa de alegría. Es él quien contesta a todos los Judas de la tierra, que
consideran un despilfarro el ungüento precioso de la intimidad con Dios y
oponen los pobres al Señor. Es él quien rechaza la "práctica" de los
que prefieren la eficiencia del dinero a cualquier éxtasis de amor y reducen
maliciosamente a un valor monetario lo que no tiene precio. Es a él, en
resumidas cuentas, a quien debemos buscar en la oración del abandono, en la
experiencia contemplativa y en nuestro modo de vivir.
Que el
Señor nos libre del error de Judas, que, insensible al perfume de nardo, sólo
escucha el tintinear de las moneda y en vez de percibir el resplandor del
aceite, se deja seducir por el brillo del dinero. ¿Cuál es este perfume de
ungüento con el que debemos llenar la casa, y cuál es este buen olor de Cristo
que debemos difundir por el mundo? El perfume que debe llenar la casa es la comunión.
Naturalmente, como el que compró María de Betania, el ungüento de la comunión
tiene un precio muy elevado. Y debemos pagarlo sin rebajas, con mucha oración,
ya que no se trata de un producto comercial de venta en nuestras perfumerías,
ni es fruto de nuestros esfuerzos titánicos. Es un don de Dios que debemos
implorar sin cansarnos. Pero lo obtendremos, estoy seguro, y su perfume llenará
toda nuestra Iglesia (A. Bello, Lessico di comunione, Terlizzi 1991,
69-75, passim).
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