LECTIO DIVINA MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA. Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo.
El
Señor les dará a beber el agua de la sabiduría; se poyarán en él y no vacilarán.
Él los llenará de gloria eternamente. Aleluya (Cfr. Sir 15,3-4).
Hechos
2, 36-41 Salmo 32 Juan 20,11-18
LECTIO
1ª
Lectura (Hech 2, 36-41)
Del
libro de los Hechos de los Apóstoles
El día
de Pentecostés, dijo Pedro a los judíos: "Sepa todo Israel, con absoluta
certeza, que Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús, a quien ustedes
han crucificado".
Estas
palabras les llegaron al corazón y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
"Qué tenemos que hacer, hermanos?”. Pedro les contestó: “Conviértanse y
bauticense en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados y recibirán
el Espíritu Santo. Porque las promesas de Dios valen para ustedes y para sus
hijos y también para todos los paganos que el Señor, Dios nuestro, quiera
llamar, aunque estén lejos”.
Con
éstas y otras muchas razones los instaba y exhortaba, diciéndoles: "Pónganse
a salvo de este mundo corrompido". Los que aceptaron sus palabras se
bautizaron, y aquel día se les agregaron unas tres mil personas.
Palabra
de Dios.
A. Te
alabamos, Señor.
El
acontecimiento universal de la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos
ha puesto de relieve la divinidad de Jesús de Nazaret y al mismo tiempo el
cumplimiento pleno de las profesías en cuanto a la promesa de que Dios enviaría
un Salvador. Jesús de Nazaret fue crucificado, muerto, sepultado y resucitado. Esto
lo ha constituido Señor y Mesías, no había ninguna duda de que en Jesús de
Nazaret se manifestaba toda la vitalidad de la fuerza de Dios. Ahora era
necesario dar el siguiente paso: además de creer en Él, es necesaria la
conversión para poderse bautizar.
Pedro
concluye su discurso con cierto énfasis: todos los israelitas deben tener la
certeza de que Jesús es Señor y Mesías. La fe cristiana se fundamenta en el
testimonio apostólico sobre la resurrección, que eleva a Jesús a la condición
gloriosa de Señor y Mesías. Lucas usa aquí precisamente los dos títulos del
anuncio de la buena noticia que llevaron los ángeles a los pastores (Lc 2,11),
títulos plenamente realizados ahora. El testimonio de Pedro toca los corazones
y se inicia la larga cadena de las conversiones. El apóstol pide el cambio de mentalidad
y de comportamiento (ése es el sentido de metánoia), y el bautismo «en el
nombre de Jesús», llamado simplemente «Cristo» (sin artículo): ahora ya es él el
Enviado, el Mesías, el Salvador. El bautismo es signo de la conversión y
apertura a la nueva vida, hecha de la destrucción del pasado de muerte y de la
plenitud de vida que procede del Espíritu Santo. De este modo se cumplen las
promesas tanto para los que están presentes como para los «de lejos», es decir,
para los que están fuera del judaísmo.
Aparece,
por último, la invitación a ponerse «a salvo de esta generación perversa», esto
es, de aquellos que con su religiosidad legalista no han sido capaces de acoger
la novedad revolucionaria del mensaje y de la realidad de Jesús, y lo hicieron
condenar recurriendo a la mentira. La primera pesca del «pescador de hombres»
fue verdaderamente milagrosa: tres mil personas recibieron sus palabras y
entraron en sus redes, unas redes que llevan a las aguas de la salvación.
Salmo
responsorial (Sal 32)
R. En
el Señor está nuestra esperanza. Aleluya.
L.
Sincera es la palabra del Señor y todas sus acciones son leales. El ama la
justicia
y el derecho, la tierra llena está de sus bondades. /R.
L.
Cuida el Señor de aquellos que lo temen y en su bondad confían; los
salva
de la muerte y en épocas de hambre les da vida. /R.
L. En
el Señor está nuestra esperanza, pues él es nuestra ayuda y nuestro
amparo.
Muéstrate bondadoso con nosotros, puesto que en ti, Señor, hemos
confiado.
/R.
Aclamación
antes del Evangelio (Sal 117, 24)
R.
Aleluya, aleluya. Éste es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de
gozo.
R.
Aleluya
Evangelio (Jn 20, 11-18)
Del
santo Evangelio según san Juan
A.
Gloria a ti, Señor.
El día
de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús.
Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco,
sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera
y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: "¿Por qué estás llorando,
mujer?". Ella les contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde
lo habrán puesto”.
Dicho
esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús.
Entonces él le dijo: “Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?”. Ella,
creyendo que era el jardinero, le respondió: “Señor, si tú te lo llevaste, dime
dónde lo has puesto”. Jesús le dijo: “¡María!”. Ella se volvió y exclamó: ";Rabuní!”,
que en hebreo significa “maestro'. Jesús le dijo: “No me retengas porque
todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi
Padre
y su Padre, a mi Dios y su Dios’”.
María
Magdalena se fue a ver a los discípulos y les anunció: “¡He visto a Señor!”, y
les contó lo que Jesús le había dicho.
Palabra
del Señor.
A.
Gloria a ti, Señor Jesús.
La
dinámica narrativa de Jn 20 está guiada por un ritmo creciente que muestra el
nacimiento y la consolidación de la fe de los primeros discípulos en Jesús
resucitado. Tras el descubrimiento de la tumba vacía (vv. 1-10), donde la fe
inicial del discípulo amado constituye sólo un primer estadio de la plena fe
pascual, el fragmento presenta el segundo estadio, el de la profundización de
la fe en el Resucitado a través de la experiencia personal de la Magdalena: de
los signos visibles de la ausencia de Jesús se pasa a su presencia viva. ¡Jesús
está vivo! El discípulo queda invitado a entrar en la óptica de la fe en la
persona del Señor. Ya no se le puede ver a Jesús con los mismos ojos, ni pensársele
con los mismos esquemas mentales, ahora es el “Mismo” pero total y
absolutamente “Otro”. La experiencia de encuentro ahora se va a dar en un plano
humano-divino capaz de transformar toda la realidad que ya ha sido cambiada
desde la Muerte y la Resurrección de Jesucristo.
El
fragmento se compone de dos partes: a) la aparición de los ángeles a María (vv.
11-13); b) la aparición de Jesús a la mujer (vv. 14-18). María necesita ser
liberada de una adhesión aún demasiado sensible al Jesús terreno. La superación
de esta visión terrena permite al discípulo encontrar al Señor. María no llega
a la fe en el Cristo resucitado a través de los ángeles, que sólo tienen una
función de interlocutores: «¿Por qué lloras?» (v. 13), sino sólo cuando Jesús
la llama por su nombre: «¡María!» (v. 16), inaugurando en ella una nueva vida. Una
vida plena, llena de la presencia del resucitado.
María,
una vez que ha reconocido al «rabboni» (v. 16), es invitada por Jesús a
anunciar a los otros discípulos el acontecimiento de la resurrección. Es ahora
cuando se convierte en el símbolo de la fe plena, siendo enviada va haciéndose misionera
y evangelizadora de la Palabra de Jesús: «Fue corriendo adonde estaban los
discípulos y les anunció: "He visto al Señor"» (v. 18). El encuentro
de Jesús con María Magdalena y el anuncio llevado por la mujer a los hermanos
contiene un gran mensaje para los discípulos de todos los tiempos: el Señor
está vivo, y cada uno de nosotros debe buscarlo a través de un camino de fe,
con la seguridad de que, si hace lo que le corresponde, el Señor, a su vez, no
tardará en salirle al encuentro y en hacerse reconocer.
MEDITATIO
La
conversión de una gran muchedumbre es, en verdad, sorprendente y milagrosa. A
decir verdad, el discurso de Pedro no tiene nada de extraordinario o, al menos,
no parece irresistible. Pero estamos en Pentecostés, y el Espíritu no obra sólo
en Pedro, sino también en los oyentes, cuyos corazones se sienten traspasados
hasta el fondo de una manera irresistible. Se impone una conclusión clara:
quien convierte es el Espíritu, que da fuerza a la Palabra y la convierte en
una espada de doble filo capaz de penetrar incluso en los corazones más
endurecidos. Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, en especial los
primeros capítulos, constituye la demostración de esta verdad elemental: el
protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo, que toca los corazones
cuando y como quiere, según sus designios misteriosos.
En los
últimos años venimos reflexionado mucho sobre papel del Espíritu Santo en la
evangelización, lo cual ha representado un progreso. Pero queda aún un enorme camino
para considerarlo en su papel absolutamente prioritario en el orden de lo
cotidiano. Para llegar lejos
por
este camino hace falta más oración y más paz menos carreras y menos afanes.
Toda palabra, también la Palabra, traspasa el corazón cuando es el Espíritu
quien la lleva con su fuerza irresistible, con su poder a veces arrollador y a
veces paciente, siempre misterioso, siempre más allá de nuestra comprensión,
siempre digno de adoración. Parece que durante estos días meses, quizás tenemos
la gran oportunidad de dejar que el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo
Resucitado traspase no solamente las barreras de nuestras casa, de nuestros
hogares, sino las de nuestro corazón, para que vaya él, y solamente Él,
haciendo su obra de salvación. No desaprovechemos esta gran oportunidad que el Señor
nos está brindando. No importa que no la entendamos, o que no estemos de
acuerdo, lo importante es que confiemos y nos dejemos guiar por este Espíritu
de Dios.
ORATIO
Oh Espíritu
Santo, qué poco te invoco y qué poco me confío a ti y a tu acción misteriosa.
Por momentos lo arrollas todo, en otras ocasiones pareces ausente. Pero eres
necesario para la evangelización, porque sin ti las palabras suenan vacías, mis
esfuerzos son conatos estériles, mis compromisos se quedan vacíos. ¿Cómo puedo llevar
la salvación si tú estás ausente? Hazme comprender interiormente tu absoluta
necesidad, y la necesidad que tengo de ti, en mi acción de testigo y de
evangelizador. Hazme comprender que siempre estás presente, incluso cuando el
Evangelio tiene dificultades para ser acogido, dándome paz y no quitándome el
valor de sembrar sin tregua. Hazme ver claro que a mí me pides la siembra y te
reservas para ti los frutos. Dame, sobre todo, la seguridad de que siempre
estás conmigo en cada momento de mi trabajo apostólico, porque así estaré
seguro de que nunca será inútil ninguna siembra, aun cuando la mayoría de las
veces serán otros los que recojan. Y la seguridad de que, en el cielo, verán
mis ojos ciertamente esos frutos tan esperados de mi trabajo y del tuyo.
Espíritu
Santo fortaléceme en estos momentos. Haz cada vez más imperiosa en mi la
necesidad de tu presencia activa, de la certeza que me acompañas, que no estoy
solo, y que con tu compañía voy recorriendo de la mano de Jesús Resucitado los
caminos de la esperanza y de la alegría aún en la adversidad. Dame la certeza
de saber que cuando me he cansado y siento desfallecer en el camino entonces mi
Padre Dios, el Padre de Jesús me toma en sus manos y me va llevando para
continuar por la senda de la alegría, de la paz y de la esperanza. Espíritu Santo
fuente de Amor. Enamórame de Dios y de su Reino.
CONTEMPLATIO
Debemos
considerar la resurrección [de Cristo], que es modelo de nuestra resurrección,
o sea, de nuestra suerte. Cristo, cabeza y modelo de nuestra resurrección, ha
resucitado con este objeto, para asegurarnos a nosotros, sus miembros, nuestra
propia resurrección, de otro
modo
sería una cosa monstruosa: resucitar la cabeza sin los miembros. Por esa razón
argumentaba tan bien y con tanta eficacia el Apóstol contra aquellos que
negaban la resurrección, diciendo: «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo
ha resucitado». Ahora bien, si es necesario que Cristo haya resucitado, porque
lo que sucede ahora es imposible que no haya sucedido, es necesario, en
consecuencia, que los muertos resuciten: «En efecto, es necesario que este
cuerpo corruptible se vista de incorruptibilidad, y este cuerpo mortal, de
inmortalidad». Por consiguiente, para sembrar en los corazones de los fieles la
fe en la resurrección y remover la ambigüedad de la desconfianza y de la
desesperación, dice: «Si creemos, en efecto, que Jesús ha muerto y ha
resucitado, también del mismo modo a aquellos que han muerto los reunirá Dios
con él por medio de Jesús». Teniendo, pues, esta firme confianza, con el beato
Job, no debemos entristecernos de la muerte de ningún buen cristiano, «como
aquellos que no tienen esperanza» (Buenaventura, Sermones, 21,6).
Sabemos
que estamos viviendo momentos sumamente difíciles. Pero son precisamente en
estos tiempos cuando se ha de poner de manifiesto nuestra fe y nuestra
esperanza en la vida eterna, al mismo tiempo abrigar en nosotros la certeza de
que la situación presente nos servirá para una profunda e intensa renovación en
la Fe. Contemplar a Cristo Resucitado y sentado a la Derecha de Dios Padre nos
hace recordar que fue a prepararnos un lugar y que no nos dejará solos jamás. Que
está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo y además por eso mismo
la presencia de Su Espíritu que actúa siempre en nosotros.
ACTIO
Repite
con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Estas
palabras les llegaron hasta el fondo del corazón»
(Hch
2,37).
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
Cuando
seamos libres desde el punto de vista espiritual, no deberemos mostrarnos
ansiosos sobre lo que hayamos de decir o hacer en situaciones inesperadas o
difíciles. Cuando no nos preocupemos de lo que los otros piensan de nosotros o
de lo que vamos a ganar con lo que hacemos, entonces brotarán las palabras y
las acciones justas desde el centro de nuestro ser, porque el Espíritu de Dios,
que hace de nosotros hijos de Dios y nos libera, hablará y obrará a través de
nosotros.
Dice
Jesús: «Mas cuando los entreguen, no se preocupen de cómo o que van a hablar.
Lo que tengan que hablar se los comunicará en aquel momento. Porque no serán ustedes
los que hablarán, sino el Espíritu de su Padre el que hablará en ustedes (Mt
10,19-20).
Continuemos
confiando en el Espíritu de Dios, que vive en nosotros, a fin de que podamos
vivir libremente en un mundo que sigue entregándonos a quien quiere valorarnos
o juzgarnos (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 121 [trad.
esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).
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