He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?
He
realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas
me quieren apedrear?
Lectio
Divina Quinto Viernes de Cuaresma “A”
Jeremías
20,10-13 Salmo 17
Juan 10,
31-42
LECTIO
1* Lectura (Jer 20, 10-13)
Del libro del profeta Jeremías
En aquel tiempo, dijo Jeremías: “Yo oía el
cuchicheo de la gente que decía: ‘Terror por todas partes. Denunciemos a
Jeremías, vamos a denunciarlo'. Todos los que eran mis amigos espiaban mis
pasos, esperaban que tropezara y me cayera, diciendo: 'Si se tropieza y se cae,
lo venceremos y podremos vengarnos de él’.
Pero el Señor, guerrero poderoso, está a
mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo; quedarán
avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable.
Señor de los ejércitos, que pones a prueba
al justo y conoces lo más profundo de los corazones, haz que yo vea tu venganza
contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa.
Canten y alaben al Señor, porque él ha
salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados”.
Palabra de Dios.
A. Te alabamos, Señor.
La acción profética de Jeremías ya no
puede consistir en llamar al pueblo a la conversión. A lo largo de muchos años
no se ha escuchado su voz. Ahora, por mandato de Dios, debe anunciar que el
juicio divino es irrevocable. El castigo está a punto de caer sobre Israel:
Jerusalén será entregada en manos del rey de Babilonia. En esta circunstancia,
la más penosa de su dolorosa experiencia de profeta, derrama su última "confesión"
(vv. 7-18), fragmento sumamente autobiográfico, aunque paradigmático del
destino de todo verdadero creyente. En unos pocos y conmovedores versículos, se
evoca el momento de la vocación (vv. 7-9).
No se omiten los momentos desoladores y de
rebelión: persecuciones, calumnias, traiciones, constituyen el tejido de su
vida (v. 10). Pero, como Job, también Jeremías sale victorioso de la prueba:
tras el desahogo, brota un acto puro de fe en Dios (vv. 11-13). Es
significativa la solemne declaración inicial: "El Señor está conmigo como
un héroe poderoso". Nos remite directamente a las palabras que Dios mismo
dirigió al profeta en el momento de su vocación: “Yo estoy contigo para
salvarte" (Jr 1,19).
A lo largo de su arduo camino, aquellas
palabras fueron lampara para sus pasos. En adelante el profeta no experimentará
más resistencias ni rebeliones. Su vida estará erizada de dificultades, pero se
entrega totalmente al Señor, con la seguridad de que es él quien salva al pobre
perseguido.
Salmo responsorial (Sal 17)
R. Sálvame, Señor, en el peligro.
L. Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza, el
Dios que me protege y me libera./R.
L. Tú eres mi refugio, mi salvación, mi
escudo, mi castillo. Cuando invoqué al Señor de mi esperanza, al punto me libro
de mi enemigo./R.
L. Olas mortales me cercaban, torrentes
destructores me envolvían; me alcanzaban las redes del abismo y me ataban los
lazos de la muerte. /R.
L. En el peligro invoqué al Señor, en mi
angustia le grité a mi Dios; desde
su templo, él escuchó mi voz y mi grito
llegó a sus oídos. /R.
Aclamación antes del Evangelio (Cfr. Jn 6,
63. 68)
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús. Tus
palabras, Señor, son espíritu y
vida. Tú tienes palabras de vida eterna.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio (Jn 10, 31-42)
Del santo Evangelio según san Juan
A. Gloria a ti, Señor
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de
hablar, los judíos cogieron piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: "He
realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de
ellas me quieren apedrear?”.
Le contestaron los judíos: "No te
queremos apedrear por ninguna obra buena, sino por blasfemo, porque tú, no
siendo más que un hombre, pretendes ser Dios”. Jesús les replicó: "No está
escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí se
llama dioses a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la Escritura no puede
equivocarse), ¿cómo es que a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, me
llaman blasfemo porque he dicho: 'Soy Hijo de Dios '? Si no hago las obras de
mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las
obras, para que puedan comprender que el
Padre está en mí y yo en el Padre".
Trataron entonces de apoderarse de él, pero se les escapó de las manos.
Luego regresó Jesús al otro lado del
Jordán, al lugar donde Juan había bautizado en un principio y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían: “Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que
Juan decía de éste, era verdad”. Y muchos creyeron en él allí.
Palabra del Señor.
A. Gloria a ti, Señor Jesús.
Estamos en el contexto de la fiesta de la
Dedicación, en la que se celebra la santidad del templo, es decir, la vuelta al
edificio sacro de la gloria de Dios, alejada por la profanación.
Jesús "se pasea" libremente por
el templo bajo el pórtico de Salomón, cuando es rodeado por los judíos: el
choque se hace cada vez más tenso, hasta el punto de que éstos intentaban
lapidarle. Muchas veces, en el pasado, los judíos habían tratado de arrestarle
por las "obras” que hacía (curaciones en sábado...), pero ahora aparece un
único motivo de condena: la blasfemia, al hacerse él, que es un hombre, igual a
Dios (v. 33). Esta será la acusación alegada ante Pilato.
Jesús responde puntualmente, en primer
lugar poniéndose en un terreno común con sus acusadores (la Palabra de Dios que
no puede ser desmentida), luego apelando a su misma experiencia (las obras que
ha llevado a cabo). Es la última tentativa de despertar sus corazones a la fe.
Y por eso resulta tan significativa la urgente insistencia de observar las
obras que son "palabras".
En esta ocasión Jesús no se sustrae a sus
adversarios (como en sino que los afronta, resuelto a convencerlos de que están
equivocados. Aun sabiendo que ellos se han escandalizado al oirle declarar que
es una sola cosa con el Padre, mantiene su afirmación y les llama la atención
sobre las «muchas buenas obras que el Padre le encomendó y que ha llevado a
cabo en presencia de ellos; les pregunta luego en cuál de todas esas obras
hallan motivo para
lapidarlo. Las obras en cuestión son, como
se ve sin dificultad, los milagros que ha obrado en su calidad de enviado de
Dios. La pregunta de Jesús tiende a que sus adversarios abran los ojos y se den
cuenta de que sus palabras y su obrar constituyen un solo todo, y que la
atribución de los altos títulos que para sí reivindica está divinamente
acreditada por los milagros que realiza (cf. 5,36). Si los adversarios no
pueden negar los milagros, fuerza es que reconozcan sus títulos.
Los judíos replican que si lo quieren
lapidar no es a causa de ninguna obra buena, sino para castigar la blasfemia
que acaba de proferir contra Dios, ya que, siendo simplemente un hombre, pretende
hacerse Dios (cf. 5,18). Comprende que al afirmar su unidad con el Padre, él
mismo se identifica con Dios (cf. 2Tes 2,4).
En los v. 34-36, Jesús vuelve a defenderse
de la acusación de blasfemia, apelando a la Escritura. Parafraseando lo dicho
en el v. 30, interpreta aquellas palabras como una afirmación rotunda de que él
es el Hijo de Dios. Reducida a forma más precisa, la demostración escriturística
puede exponerse así: si ya en la ley Dios mismo da el título de «dioses» a
algunos hombres, con mayor razón puede llamarse Hijo de Dios aquel a quien el
Padre santificó y envió al mundo, vale decir, el salvador enviado por Dios.
Si por ninguna de las obras es Jesús digno
de condena, ¿por qué no creer en la verdad de cuanto dice? Pero también esta
dolorida y vehemente llamada es desatendida. Se da una incomunicación total.
Jesús se va "de nuevo" al otro lado del Jordán, fuera de la ciudad
santa, donde Juan había dado testimonio de la verdad, y aquí, donde también
surgieron los primeros discípulos, muchos comenzaron a creer. En la experiencia
del mayor rechazo, un germen de fe anticipa la gracia del acontecimiento
pascual.
MEDITATIO
El cuarto evangelio presenta siempre
situaciones en las que se dividen los ánimos: se ofrece bastante luz para poder
creer, pero también la suficiente oscuridad para justificar el rechazo de
adhesión a Cristo. También el fragmento que hemos leído hoy concluye afirmando
que "muchos creyeron en él”, pero no
todos. Algunos se dejan convencer, mientras que otros se atrincheran en su
postura. Estos últimos actúan de buena fe, porque desean "defender a
su" Dios. Durante la última cena Jesús dirá a sus discípulos:
"Llegará la hora en la que les quiten la vida pensando que dan culto a
Dios" (Jn 16,2).
¿Acaso estas tendencias extremas, diversas
y contradictorias referentes a la fe no se encuentran, aunque sea en grado menor,
en nuestro corazón? Nuestra fe pasa con frecuencia por altibajos. Es como si la
muchedumbre de la que habla Juan estuviera dentro de nosotros.
Jesús con su ejemplo nos enseña cómo
superar oscilaciones tan peligrosas dictadas por el sentimiento o por el estado
de ánimo, o el escepticismo sutil que se respira en la mentalidad de nuestros
días. La fe cristiana, para que arraigue en lo hondo de nuestro ser y
permanezca firme, a pesar de los temporales de superficie, precisa fundarse
sólidamente en la Sagrada Escritura, que llega en el Nuevo Testamento a su
cumplimiento y plenitud. Frecuentar asiduamente la Palabra de Dios es fortalecer
nuestra fe en esta Palabra que tiene rostro: el
del Hijo igual al Padre.
ORATIO
Señor, ¿cómo creer que eres Hijo de Dios
cuando te haces presente en medio de nosotros de modo tan desconcertante?
¡Cuántas veces quisiéramos también nosotros reducir al silencio las exigencias
de tu Palabra, cuando nos toca en lo vivo pidiéndonos opciones costosas y
coherentes! ¿Acaso nuestras resistencias, nuestros rechazos o indecisiones no
pesan en tu corazón como las piedras que los judíos cogieron para lapidarte?...
Pero tú huyes.
Señor, tú huyes siempre de la presa, de
los que tratan de reducirte a su medida, a sus ideas, a sus imágenes, a sus
absurdas pretensiones de comprender y explicar todo. Tú huyes de las miradas de
los que se miran a sí mismos y sus ideas, cuando deberían fijar los ojos en ti
y en tu luz.
Señor, concédenos acogerte en tu Palabra
de verdad, de acogerte a ti, que te revelas como Hijo del hombre e Hijo de
Dios. Derrama tu luz sobre nosotros para que nos permita creer sin vacilar,
para que nos conceda perseverar en la fe sin ceder a compromisos alienantes.
CONTEMPLATIO
Agradecemos al Único que realizó con su
vida lo que estaba escrito de él en la Sagrada Escritura que lo que no podíamos
comprender con la simple escucha, se aclara viéndolo. El, como se lee en el
libro del Apocalipsis. abrió el libro sellado que nadie podía abrir ni leer,
revelándonos con su pasión y resurrección
todos los misterios en el contenidos. Y, asumiendo los males de nuestra
debilidad, nos mostró los bienes de su poder y de su gloria. Pues se hizo carne
para hacernos espirituales, en su bondad se humilló para ensalzarnos, salió para
que pudiésemos entrar, apareció visible para mostrarnos las cosas invisibles,
padeció azotes para curarnos, soportó los ultrajes y burlas para librarnos de
la vergüenza eterna, murió para darnos la vida. Él, que en su naturaleza
permanece incomprensible, en nuestra naturaleza se dejó prender y flagelar,
porque si no hubiese asumido lo propio de nuestra debilidad, no hubiese podido
elevarnos con el poder de su fuerza.
Por consiguiente, para realizar su misión,
ha llevado a cabo una obra extraordinaria. Para ejecutar su plan ha hecho algo
insólito, porque siendo Dios se ha encarnado para elevarnos hasta su justicia.
Por nosotros se ha dignado soportar los azotes como hombre pecador.
Hizo, pues, algo inaudito, ajeno a su ser,
para ejecutar su obra: porque sufriendo soportó nuestros males, llevándonos a
nosotros, sus criaturas, a la gloria de su potencia (Gregorio Magno, Homilías
sobre Ezequiel, II, 4,19: CCL 142, 271-273).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la
Palabra:
“Yo te amo, Señor, mi fortaleza”
(Sal 17,2b).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Soportar los ultrajes, ser objeto de burla
a causa de la fe, es una señal de los creyentes, a lo largo del tiempo. Hace
mal al cuerpo y al alma cuando no pasa un día sin que el nombre de Dios sea
expuesto a la duda o la blasfemia.
¿Dónde está tu Dios? Yo lo confieso ante
el mundo y ante todos sus enemigos cuando desde el abismo de mi miseria creo en
su bondad, cuando desde la culpa creo en su perdón, desde la muerte en la vida,
desde la derrota en su victoria, desde el abandono en su presencia llena de
gracia. Quien ha encontrado a Dios en la cruz de Jesucristo sabe cómo Dios se
esconde de modo sorprendente en este mundo, sabe cómo está presente al máximo
precisamente donde pensábamos que estaba sumamente lejano. Quien ha encontrado
a Dios en la cruz perdona también a todos sus enemigos, porque Dios le ha
perdonado.
Oh Dios, no me abandones cuando tenga que
padecer ultrajes; perdona a todos los ateos, porque me has perdonado a mí, y
lleva a todos a ti, por la cruz de tu hijo amado. ¡Abandona cualquier
preocupación y espera! Dios sabe el momento de ayudarte y llegará sin duda, pues
es Dios verdadero. El será la salvación de tu rostro, pues te conoce y te ha
amado aun antes de crearte. No dejará que caigas. Estás en sus manos. Sólo
podrás dar gracias por todo lo sucedido, porque habrás aprendido que Dios
omnipotente es tu Dios. Tu salvación se llama Jesucristo.
Trinidad de Dios, te doy gracias por
haberme elegido y amado. Te doy gracias por los caminos por los que me guías.
Te doy gracias porque tú eres mi Dios. Amén (D. Bonhoeffer, Memoria e fedeltà,
Magnano 1995, 40s).
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