LECTIO DIVINA JUEVES DE PASCUA. Dijo Jesús a sus discípulos: Vengan a comer. Y tomó un pan y lo repartió entre ellos.
Ningún
otro puede salvarnos,
porque
no hay bajo el cielo otro nombre
dado a
los hombres
por el
que nosotros debamos salvarnos
Hech
4, 1-12 Salmo 117 Juan 21,1-14
LECTIO
1
Lectura (Hech 4, 1-12)
Del
libro de los Hechos de los Apóstoles
En aquellos
días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se presentaron los sacerdotes,
el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados porque los
apóstoles enseñaban al pueblo y anunciaban que la resurrección de los muertos
se había verificado en la persona de Jesús. Los aprehendieron, y como ya era
tarde, los encerraron en la cárcel hasta el día siguiente. Pero ya muchos de
los que habían escuchado sus palabras, unos cinco mil hombres, habían abrazado
la fe.
Al día
siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los
escribas, el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan, Alejandro y cuantos pertenecían
a las familias de los sumos sacerdotes. Hicieron comparecer ante ellos a Pedro
y a Juan y les preguntaron: "¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho
todo esto?".
Pedro,
lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos, puesto que
hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, para saber
cómo fue curado, sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel: este hombre
ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron
y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Este mismo Jesús es la piedra que
ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular.
Ningún otro puede salvarnos, porque no hay bajo el cielo otro nombre
dado a
los hombres por el que nosotros debamos salvarnos".
Palabra
de Dios.
A. Te
alabamos, Señor.
Dos
son los temas principales de este fragmento: la reacción de los jefes de Israel
ante el éxito de los apóstoles y las importantes afirmaciones del discurso de
Pedro.
Primer
tema: sorprendentemente, el «caso Jesús» no se cerró con la crucifixión. Sus
seguidores hacen prosélitos. Más aún, predican en el templo, convirtiéndose en
maestros del pueblo (tarea reservada a los doctores de la Ley), y anuncian la
resurrección de los muertos (lo que parece particularmente inoportuno a los
saduceos).
Los
jefes del pueblo, sorprendidos y exasperados, se les echan encima y los meten
en la cárcel. Ésta fue la primera persecución, a la que siguió un ulterior
incremento numérico de discípulos. El Sanedrín, el mismo que pocas semanas
antes había juzgado a Jesús, se reúne.
En él
se concentran los diferentes poderes: el religioso, el económico, el teológico,
el social y lo que queda del poder político. Unos poderes que se sentían
amenazados por el mensaje subversivo de Jesús y que, ahora, deben ocuparse
nuevamente de la cuestión.
El
segundo tema es el breve y vigoroso discurso de Pedro. Éste, «lleno del
Espíritu Santo», tal como había prometido Jesús, habla con una gran
parresía, es decir, con una audacia y un coraje inauditos, plantando cara a los
jefes del pueblo y poniéndoles en una situación seriamente embarazosa. Parte
del hecho de la curación para anunciar la salvación, la curación radical. Las
afirmaciones de Pedro son solemnes y claras: aquel a quien ustedes condenaron a
muerte ha sido resucitado por Dios; y la piedra que ustedes desecharon Dios la
ha convertido en la piedra fundamental del nuevo edificio que pretende
construir. Jesús, a quien los jefes rechazaron y mataron, ha sido elegido por
Dios para dar cumplimiento a sus promesas. El conjunto está dominado por el
«nombre de Jesús»; en ningún otro nombre hay salvación.
Salmo
responsorial (Sal 117)
R. La
piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Aleluya.
L. Te
damos gracias, Señor, porque eres bueno, porque tu misericordia es eterna. Diga
la casa de Israel: “Su misericordia es eterna". Digan los que temen
al
Señor: "Su misericordia es eterna"./R.
L. La
piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular.
Esto
es obra de la mano del Señor, es un milagro patente. Este es el día del triunfo
del Señor, día de jubilo y de gozo./R.
L.
Libéranos, Señor, y danos tu victoria. Bendito el que viene en nombre del
Señor. Que Dios desde su templo nos bendiga. Que el Señor, nuestro Dios, nos
ilumine. /R.
Aclamación
antes del Evangelio (Sal 117, 24)
R. Aleluya,
aleluya. Este es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo.
R.
Aleluya.
Evangelio
(Jn 21, 1-14)
Del
santo Evangelio según san Juan
A.
Gloria a ti, Señor.
En
aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de
Tiberiades. Se les apareció de esta manera:
Estaban
juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo). Natanael (el de Caná de
Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo:
"Voy a pescar". Ellos le respondieron: "También nosotros vamos
contigo". Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba
amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo
reconocieron. Jesús les dijo: "Muchachos, han pescado algo?". Ellos contestaron:
"No". Entonces él les dijo: "Echen la red a la derecha de la barca
y encontrarán peces". Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por
tantos pescados.
Entonces
el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor". Tan pronto
como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica,
pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en
la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más
de cien metros.
Tan
pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y
pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar".
Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta
de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos,
no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar". Y ninguno
de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres?', porque ya sabían que
era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
Ésta
fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar
de entre los muertos.
Palabra
del Señor
A.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Los
relatos de las apariciones de Jesús resucitado, escritos años después de que
sucedieron los hechos, se escribieron en clave de catequesis sobre la
eucaristía y la Iglesia. Hoy encontramos que Cristo, aunque ya pertenece a una
nueva dimensión después de resucitar, sigue acompañando a sus discípulos,
interesándose en sus problemas y ayudándolos. Ellos habían pasado toda la noche
sin pescar nada y, cuando ya esta amaneciendo, Él llega y les dice que vuelvan
a echar la red; entonces sacan tal cantidad de pescados grandes que es un
milagro que la red no se rompiera. Sólo entonces reconocen que quien les está
ayudando es el Señor. No sólo, al salir, encuentran que ya les tiene preparado
un almuerzo sobre las brasas, con pescado y pan. Al repartirlo a los apóstoles,
Jesús repite los gestos de la última Cena: "Jesús tomó el pan y se lo
dio" e hizo lo mismo con el pescado. La enseñanza esencial de Jesús es
siempre el acto de compartir, dentro de un clima de amor y de fraternidad.
La
pesca tan abundante, la red que no se rompe y el arrastrar todos los pescados
hacia Jesús, son símbolos de la Iglesia. Ahora los apóstoles se van a dedicar a
ser "pescadores de hombres" para acercarlos a Jesús. Una tarea que a
nivel humano puede ser imposible, pero con la presencia y la ayuda del Señor se
vuelve una pesca increíble. La red que no se rompe es símbolo de la unidad
eclesial donde, no importa la diversidad de personas y de culturas (el símbolo
es la variedad de pescados), todos debemos permanecer unidos por la fe y la
fraternidad.
La
«pesca milagrosa» presenta la tercera aparición del Resucitado a los discípulos
pescadores, reunidos junto a la orilla del lago Tiberiades. El encuentro de
Jesús con los suyos, que habían vuelto a su trabajo, describe de manera
simbólica la misión de la Iglesia primitiva y el retrato de cada comunidad.
Estas permanecen estériles cuando se quedan privadas de Cristo, pero se vuelven
fecundas cuando obedecen a su Palabra y viven de su presencia. El texto se
compone de dos fragmentos en el ámbito de la redacción: a) ambientación de la
aparición en Galilea (vv. 1-5); b) la pesca milagrosa y el reconocimiento de
Jesús (vv. 6-14).
El
reducido grupo de los discípulos, con Pedro a la cabeza, representa a toda la
Iglesia en misión. Pero sin Jesús en la barca, el fracaso de la «pesca» (=
misión) es total y anda a tientas en la «noche» (v. 3). Frente a la conciencia
de no triunfar por sí solos en la empresa, interviene Jesús -«al clarear el
día» (v. 4), con el don de su Palabra, premiando a la comunidad que ha
perseverado unida en el trabajo apostólico: «Echen la red al lado derecho de la
barca y pescarán» (v. 6). La obediencia a la Palabra produce el resultado de
una pesca abundante.
Los
discípulos se fiaron de Jesús y experimentaron con el Señor la desconcertante
novedad de su vida de fe. Jesús les invita después al banquete que él mismo ha
preparado: «Vengan a comer» (v. 12).
En el
banquete, figura de la eucaristía, es el mismo Jesús quien da de comer,
haciéndose presente de una manera misteriosa. Los discípulos son ahora presa
del escalofrío que les produce el misterio divino. La conclusión del
evangelista es una invitación a la comunidad eclesial de todos los tiempos para
que vuelva a encontrar el sentido de su propia vocación y ponga a Jesús como
Señor de la vida, de suerte que, a través de la escucha de la Palabra y de la
eucaristía (= las dos mesas), la Iglesia haga fructuosos todos sus compromisos
entre los hombres.
MEDITATIO
La
seguridad de Pedro procede de la certeza interior de que Jesús es ahora el
único Salvador. Toda la Iglesia de los orígenes vive de esta certeza, una
certeza que la hace fuerte, intrépida, gozosa, misionera, irresistible. Las
grandes epopeyas misioneras se han nutrido siempre de esta conciencia. La
Iglesia será siempre misionera mientras se interese por la salvación del
prójimo, a la luz de Cristo salvador.
Nuestros
tiempos no resultan demasiado fáciles a este respecto: es preciso justamente
respetar las conciencias, está el diálogo interreligioso, es preciso promover
la paz, existe la propagación de un cierto relativismo, está la desconfianza
con respecto a todo tipo de integrismo. A pesar de todo ello, Cristo, ayer como
hoy y como mañana, sigue siendo el único Salvador. De lo que se trata es de
convertir esta certeza no en un arma contra nadie, sino en una propuesta
paciente y firme, serena y motivada, testimoniada y hablada, orada y alegre, suave
y valiente, dialogadora y confesante. En todo ambiente, en todo momento de la
vida, aun cuando parezca tiempo perdido, incluso cuando parezca fuera de moda.
De
esta certeza nace una fuerza nueva: se liberan energías. Dejamos de tener miedo
a los juicios de los hombres y nos convertimos en hombres y mujeres interior y
exteriormente libres.
ORATIO
A
menudo me siento, Señor, entre dos fuegos: el respeto a las opiniones de los
otros y la necesidad de comunicar tu nombre y tu verdad. No quisiera ofender la
sensibilidad de quien está a mi lado, pero al mismo tiempo siento la necesidad
de comunicar tu nombre. No quisiera parecer un atrasado, pero siento que sin ti
se retrocede. Debo confesarme y confesarte a más seguro en el pasado: las
muchas certezas apoyaban también esta certeza de tu unicidad. Pero debo admitir
asimismo que ahora, en estos tiempos en que han venido a menos muchas certezas,
siento que debo aferrarme cada vez más a ti y arriesgarme más a reconocerlo, tanto
en público como en privado. Refuerza, Señor, mi pobre corazón, para que ponga y
vuelva a poner su centro sólo en ti como Señor y Salvador.
Concédeme
una experiencia vigorosa de esta realidad para que pueda yo decir que tú eres
mi salvación y mi alegría. Concédeme una experiencia tan incisiva que suprima
en mí toda inseguridad a la hora de anunciar tu nombre, tu nombre santo de
Salvador de todos. Concédeme, Señor, la convicción de que la Buena Nueva
reiniciará su carrera en el mundo cuando tú brilles en mi corazón y en el de
tus discípulos como el Insustituible, como el Incomparable, como el Único
necesario. Concédeme esta luz para que pueda yo iluminar este pequeño ángulo
del mundo que me has confiado.
CONTEMPLATIO
¿Quién
es Cristo? ¿Quién es para mí? Cuando reflexionamos sobre estas preguntas
sencillas, aunque terribles, no nos damos cuenta de que nos sentimos tentados a
deslizarnos hacia un nominalismo cristiano y a eludir la lógica dramática del
realismo cristiano. Si Cristo es aquél fuera del cual no hay solución a las
cuestiones esenciales de nuestra existencia, si son verdaderas y actuales
aquellas palabras de Pedro, «lleno del Espíritu Santo» (Hch 4,11s), entonces
nos sentiremos agitados y quizás descompuestos. Ya no podremos considerar el nombre
de Jesucristo como una pura y simple denominación que se ha insinuado en el
lenguaje convencional de nuestra vida, sino que su presencia, su estatura -dotada
de una infinita majestad- se levantará delante de nosotros. El es el Alfa y la
Omega, el principio y el fin de todas las cosas, el centro del orden cósmico,
que nos obliga a reconsiderar la dimensión de nuestra filosofía, de nuestra
concepción del mundo, de nuestra historia personal. No hemos de sentirnos
anonadados, como los apóstoles en la montaña de la transfiguración. La humildad
del Dios hecho hombre nos confunde en la misma medida que su grandeza. Sin
embargo, ésta no sólo hace posible el diálogo, sino que lo ofrece y lo impone
(Pablo VI, Audiencia general del 3 de noviembre de 1976).
ACTIO
Repite
con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Señor,
¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
La
vida es imprevisible. Podemos ser felices un día y estar tristes al siguiente,
estar sanos un día y enfermos un día después, ser ricos un día y pobres al
siguiente. ¿A quién podremos, entonces, aferrarnos? ¿En quién podremos confiar
para siempre?
Sólo
en Jesús, el Cristo. El es nuestro Señor, nuestro pastor, nuestra fortaleza,
nuestro refugio, nuestro hermano, nuestro guía, nuestro amigo. Vino de Dios
para estar con nosotros. Murió por nosotros y resucito de entre los muertos
para abrirnos el camino hacia Dios, y se ha sentado a la derecha de Dios y nos acogerá
en su casa. Con Pablo, debemos estar seguros de que «ni la muerte ni la vida,
ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las
potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm
8,38s) (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 383 [trad.
esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).
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