Señor Jesús, rey nuestro, para obedecer al Padre, quisiste ser llevado a la cruz como manso cordero al sacrificio
Señor Jesús,
rey nuestro, para obedecer al Padre, quisiste ser llevado a la cruz como manso
cordero al sacrificio
Lectio
Divina Martes Santo “A”
Isaías
49,1-6 Salmo 70 Juan 13, 21-33.36-38
LECTIO
1
Lectura (Is 49, 1-6)
Del
libro del profeta Isaías
Escúchenme,
islas; pueblos lejanos, atiendanme. El Señor me llamó desde el vientre de mi madre;
cuando aún estaba yo en el seno materno, él pronunció mi nombre.
Hizo
de mi boca una espada filosa, me escondió en la sombra de su mano, me hizo
flecha puntiaguda, me guardó en su aljaba y me dijo: “Tú eres mi siervo,
Israel; en ti manifestaré mi gloria". Entonces yo pensé: "En vano me he
cansado, inútilmente he gastado mis fuerzas, en realidad mi causa estaba en manos
del Señor, mi recompensa la tenía mi Dios".
Ahora
habla el Señor, el que me formó desde el seno materno, para que fuera su
servidor, para hacer que Jacob volviera a él y congregar a Israel en torno suyo-tanto
así me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza-. Ahora, pues, dice el Señor:
"Es poco que seas mi siervo sólo para restablecer a las tribus de Jacob y reunir
a los sobrevivientes de Israel; te voy a convertir en luz de las naciones, para
que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra".
Palabra
de Dios.
A. Te
alabamos, Señor.
El Siervo
de YHWH alza la voz pidiendo que se le escuche atentamente, incluso los más lejanos
(v. 1a): su misión deberá llegar hasta el confín de la tierra (v. 6b). Nos
cuenta su historia, sintetizándola en ciertos momentos capitales: la vocación
en los orígenes de su vida, poniendo de manifiesto el designio de Dios (es él quien
forma a su elegido como instrumento adecuado, al que le reserva un encargo
concreto: proclamar con eficacia la palabra vv. 1s); a continuación, el oráculo
con el que el Señor le confirma en su identidad ( v. 3ª) y su misión (v. 3b).
En un
primer momento. la misión acaba en un fracaso, y la inutilidad de la fatiga pesa
en el corazón del Siervo. Formado desde el seno materno para la convertir su
pueblo al Señor (v. 5), experimenta el cansancio pero sabe reconocer que Dios
lleva su causa estima y recompensa a su obrero (v. 4). La estima que el Señor
le manifiesta es la fuerza que le infunde (v. 5b), fortaleciendo al Siervo, que
acoge y pronuncia un nuevo oráculo de Dios: la hora de la prueba y del fracaso
no acaba con su actividad profética, sino que es instrumento para dilatar sin
límites la irradiación de su mensaje. La misión del Siervo será universal: por
medio
de él,
convertido en luz de las naciones, Dios quiere llegar con el don de su
salvación a los últimos confines de la tierra (v. 6).
Salmo
responsorial (Sal 70)
R. En
ti, Señor, he puesto mi esperanza.
L.
Señor, tú eres mi esperanza, que no quede yo jamás defraudado. Tú, que eres
justo, ayúdame y defiendeme; escucha mi oración y ponme a salvo. /R.
L. Sé
para mí un refugio, ciudad fortificada en que me salves. Y pues eres mi auxilio
y mi defensa, librame, Señor, de los malvados. /R.
L.
Señor, tú eres mi esperanza; desde mi juventud en ti confio. Desde que estaba
en el seno de mi madre, yo me apoyaba en ti y tú me sostenías. /R.
L. Yo
proclamaré siempre tu justicia y a todas horas, tu misericordia. Me enseñaste a
alabarte desde niño y seguir alabándote es mi orgullo./R.
Aclamación
antes del Evangelio
R.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor
Jesús, rey nuestro, para obedecer al Padre, quisiste ser llevado a la cruz como
manso cordero al sacrificio.
R.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
(Jn 13, 21-33. 36-38)
Del
santo Evangelio según san Juan
A.
Gloria a ti, Señor.
En
aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente
y declaró: "Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar". Los
discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba.
Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha.
Simón
Pedro le hizo una seña y le preguntó: “De quién lo dice?". Entonces él, apoyándose
en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?". Le contestó Jesús:
"Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”. Mojó el pan y
se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él
Satanás.
Jesús
le dijo entonces a Judas: "Lo que tienes que hacer, hazlo pronto". Pero
ninguno de los comensales entendió a que se refería; algunos supusieron que,
como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo
necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado,
salió inmediatamente. Era de noche.
Una
vez que Judas se fue, Jesús dijo: "Ahora ha sido glorificado el Hijo del
hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también
Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos,
todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los
judíos, así se lo digo a ustedes ahora: "A donde yo voy, ustedes no pueden
ir". Simón Pedro le dijo: "Señor, ¿a dónde vas?”. Jesús le respondió:
"A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; me seguirás más tarde".
Pedro replicó: "Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida
por ti". Jesús le contestó: "¿Conque darás tu vida por mí? Yo te
aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces".
Palabra
del Señor
A.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Jesús,
después del lavatorio de los pies y las primeras alusiones a la traición (vv.
10-11.18), declara abiertamente, profundamente conmovido: "Uno de ustedes
me va a traicionar". El anuncio y su misma turbación dejan perplejos y
desconcertados a los apóstoles que tratan de identificar al traidor... En estas
circunstancias aparecen algunos rasgos de la vida de la comunidad de los Doce
con Jesús: la iniciativa de Pedro, evidenciando su autoridad; la relación de
particular sintonía de un discípulo con el Señor; la infinita delicadeza de Jesús,
que, mientras señala a Judas el traidor, le ofrece un bocado de pan untado,
signo de honor y deferencia, última provocación del amor. Pero como Judas
rechaza definitivamente responder al amor de Jesús, la suerte del Nazareno está
echada, y no tolera demora (v. 27b). Por lo demás, una vez tomado el bocado de
la amistad y rechazando al Amigo, Judas no puede estar en el círculo de los
amigos: "Salió inmediatamente. Era de noche". La noche de la
mentira, del odio que relega en la soledad, en el reino de Satanás.
Jesús
explica el sentido de cuanto está acaeciendo. Precisamente ahora que Judas ha
salido a ejecutar su plan de traicionar a su Maestro, el Hijo del hombre es glorificado.
Y Dios es glorificado en él porque, en la entrega del Hijo a la cruz,
manifiesta su amor a la humanidad. La hora de la muerte y la de la resurrección
constituyen, juntas, la hora única de la gloria, de la espléndida manifestación
de Dios, que es amor. Con el v. 33 comienza el discurso de despedida de Jesús a
los suyos. Sabe que dejará un vacío imposible de llenar (V. 33a), aunque
necesario (v. 33b) y no definitivo, como aparece en la respuesta a Pedro. Pero en
su generosidad intempestiva, el apóstol no soporta esperar y dice estar
dispuesto a dar la vida con tal de seguir al Señor. Precisamente aquí se revela
la necesidad de la separación de Jesús: sin la fuerza que brota de su pasión y resurrección,
sin la presencia del Espíritu, nadie está en disposición de seguir a Cristo
("Antes de que el gallo cante...": v. 38b).
MEDITATIO
Como
un amigo al que estamos habituados de repente puede parecernos desconocido,
extraño en el misterio de su persona, así debió de pasar a los discípulos en el
cenáculo aquella tarde. Lo mismo nos pasa a nosotros hoy con Jesús: no
comprendemos ya nada, nos quedamos perplejos ante la predicción que nos hace.
Percibimos que verdaderamente conoce la posibilidad de nuestra traición, de nuestra
falta de mantener la palabra, de esas sutiles, insinuantes afirmaciones que
tenemos a flor de labios y hieren el corazón de la comunidad cristiana...
Y
nosotros ni siquiera nos damos cuenta de lo profunda que es la herida en su
corazón, del que está en agonía hasta el fin del mundo, según la expresión de
Pascual.
Y a
pesar de todo -por siempre-, para él el traidor sigue siendo el amigo al que
brinda un último gesto de predilección. Porque el amor no retira lo que ha
dado, no reniega de lo que es. Prefiere consumirse en el dolor y la muerte...
Pero
hoy, en la noche que rodea la sala de la cena, una luz queda encendida:
finalmente hemos intuido algo del misterio de Jesús. Para cada uno de nosotros,
que llevamos dentro las tinieblas de Judas, las frágiles corazonadas de Pedro y
-esperemos- el amor de Juan,
por
cada uno de nosotros no cesa de ofrecerse a sí mismo, porque nos ha amado hasta
el extremo. Esta es su gloria: mostrar en el rostro desfigurado por el sufrimiento
que el amor de Dios es fiel siempre, que el amor vencerá a la muerte. Es más,
ya la ha vencido.
ORATIO
Señor
Jesús, en este crepúsculo del tiempo compartimos contigo la cena: pero todavía
no comprendemos tu misterio. Y, sin embargo, creíamos que te conocíamos desde hacía
tanto...
Y
cuando con profunda emoción tú nos revelas nuestro propio misterio -la tremenda
posibilidad de traición y odio-, intuimos que tú nos conoces desde siempre. Ayúdanos,
Señor, a acoger la verdad del mal que hay en nosotros sin mirarnos con desconfianza
unos con otros,
sin
manifestar un disgusto desesperado de nosotros mismos, sin presumir de ser
diferentes, mejores, dispuestos a dar la vida por ti: no cantaría el gallo y te
habríamos negado no tres, sino infinitas veces.
Danos
la fortaleza de permanecer en la luz de aquella sala en la planta de arriba:
allí se revela, a tu luz, lo que de verdad somos, y fuera es de noche. Entonces
podremos comprender algo de ti, que eres el Amigo por siempre y no cesas de
atraernos con vínculos de bondad: aunque te neguemos, tú permaneces fiel,
porque no puedes negarte a ti mismo.
CONTEMPLATIO
Ahora
llega la tarde de aquel día y la tarde de una vida tan breve. Jesús está con
los suyos [...]. Notemos la profunda soledad que le rodea. Jesús está tan solo
que nuestro corazón se llena de miedo. Él está sentado en medio de los suyos;
les dirige la palabra, pero ellos no le comprenden. En torno a él reina una
terrible y misteriosa soledad, en la que lo aprisiona el mundo que se ha cerrado
en sí mismo. Se trata -si se nos permite decirlo así- de la soledad de Dios en
el mundo que le pertenece pero que no ha querido acogerle (Jn 1,11).
Y, a
pesar de todo, quiere regalarles el don supremo. Jesús pone su misma persona en
este misterio del cordero pascual: él es el viviente que mañana deberá morir para
expiar con su muerte el pecado del mundo. Tratemos de ser muy conscientes del
alcance de este acontecimiento, frente al cual sólo caben dos alternativas: la opción
que nos lleva a creer y a adorar o el rechazo.
Esto
es lo que acontece aquella tarde. Luego llegará la muerte. Y, después de la
muerte, la resurrección. Y cincuenta días después, tendrá lugar el
acontecimiento de pentecostés, y el Espíritu Santo hará su entrada en el tiempo.
Él asumirá la dirección de la Historia Sagrada y hará a los creyentes capaces
de comprender o, mejor dicho, de revivir lo que pasó en la soledad y
desorientación de esa última tarde.
(R. Guardini, Il messaggio di san
Giovanni, Brescia 1982, 16-19, passim).
ACTIO
Repite
con frecuencia y vive hoy la Palabra:
"Dios
no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó
por
todos nosotros" (Rom 8,32).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La
miseria del hombre consiste en haber traicionado a Dios. Ninguna injusticia
humana será de verdad reparada hasta que no se repare esta injusticia con Dios.
Nos acusamos unos a otros, y todos somos culpables. Y los más culpables somos
nosotros, los cristianos mediocres. Siempre deberemos hacer esta confesión,
siempre seremos indignos de Cristo. Pero no es el momento de procesar al hombre
cuando Dios agoniza en nuestros corazones.
Ciertamente,
hay necesidades materiales que debemos satisfacer hoy, pues hay miserias
corporales que no pueden demorarse ni una hora más. Mi intención no es tanto la
de atenuar el sentimiento de su urgencia cuanto demostrar que su existencia
proviene de nuestro abandono de Dios y que su curación se derivará
infaliblemente de nuestro retorno a Dios. Lo que resulta tan grave en la hora presente
-y a la vez tan grande- es que todos los problemas conllevan, de manera muy
acuciante, una resonancia mística, comprometen el Reino de Dios y nos imponen
el deber inexorable de ayudar a Dios crucificado, condenado por nuestro egoísmo
y prisionero de su Amor; compadeciendo su dolor antes de enternecernos por el
nuestro, esforzándonos por aliviar la herida que hace derramar sangre a su
corazón.
Ahora
es el tiempo de salir a su encuentro en el camino doloroso al que las culpas
humanas le arrastran martirizando su rostro en el alma pecadora. Es necesario
que nuestro corazón se convierta en sacramento del suyo y que ninguno de
nuestros hermanos pueda lamentarse de no haber encontrado en nosotros su
ternura. Entonces disminuirán el dolor y la sombra que proyecta sobre el rostro
del Amor (M. Zundel, Il Vangelo interiore, Padua 1991, 54-56, passim).
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