Lectio Divina Miércoles XV del Tiempo Ordinario A. Sólo tú, Señor, eres Dios
Yo te alabo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente
sencilla
Isaías 10, 5- 7. 13-16 Salmo 93 Mateo 11, 25-27
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 10, 5- 7. 13-16
Esto dice el Señor: “¡Ay Asiria, bastón de mi ira, vara que mi
furor maneja! Contra una nación impía voy a guiarte, contra un pueblo que experimenta
mi cólera voy a mandarte, para que lo saquees y lo despojes y lo pisotees como
el lodo de las calles. Pero Asiria no lo piensa así ni son éstos sus planes; su
intención es arrasar y exterminar numerosas naciones, pues dice: 'Con el poder
de mi mano lo hice y con mi sabiduría, porque soy inteligente; he borrado las
fronteras de los pueblos, he saqueado sus tesoros y, como un gigante, he
derribado a sus jefes. Como un nido al alcance de mi mano alcancé la riqueza de
los pueblos y como se recogen los huevos abandonados, así cogí yo toda la
tierra y no hubo quien aleteara ni abriera el pico ni piara”'. Pero el Señor
dice: “¿Acaso presume el hacha frente al que corta con ella? ¿O la sierra se
tiene por más grande que aquel que la maneja? Como si la vara pudiera mover al
que la levanta y el bastón pudiera levantar a quien no es de madera. Por eso,
el Señor de los ejércitos hará enflaquecer a los bien alimentados y le prenderá
fuego a su lujo, como se enciende la leña .
Palabra de Dios.
R./ Te alabamos, Señor.
El oráculo contra Asiria que nos presenta este fragmento debe ser colocado
en el contexto de la inminente amenaza de la invasión asiria, que marca la
época de la profecía de Isaías. Los reyes de Judá, primero Ajaz y, después, su
hijo Ezequías, adoptan una política diferente respecto a la potencia
extranjera: de alianza-vasallaje el primero, de oposición el segundo. Sin
embargo, ninguno de los dos sigue los consejos del profeta, que exhorta a
buscar en la fe en Dios y no en las alianzas políticas la estabilidad y la
seguridad del Reino. De este
modo, Isaías considera a Asiria unas veces como enemiga que ha de
ser castigada, y otras, como instrumento del que se sirve Dios para amonestar a
su pueblo e incitarle al arrepentimiento.
En este oráculo se llama a Asiria «vara» y «bastón»
de la cólera de Dios (v. 5), instrumento eficaz destinado a que el pueblo tome
conciencia de la impiedad en que vive. Sin embargo, Asiria trueca en ventaja
suya la tarea que le ha sido confiada: el castigo que debe infligir a Israel y
a Judá se está transformando en su propia destrucción. Se ha puesto a sí misma
como árbitro de sus propias opciones. De este modo, el «bastón del furor»
de YHWH (v. 5b) pretende «mover a quien lo lleva» (v. 15c). El destino
que le está reservado, siguiendo la lógica de la retribución temporal, será un
castigo ejemplar (v. 16).
SALMO RESPONSORÍAL (SAL 93)
R./ Escucha, Señor, a tu pueblo.
L. Señor, los malvados humillan a tu pueblo y oprimen a tu
heredad; asesi- nan a las viudas y a los forasteros y degüellan a los
huérfanos.
R./ Escucha, Señor, a tu pueblo.
L. Y comentan: “El Señor no lo ve, el Dios de Jacob no se entera”.
Entérense, insensatos; necios, ¿cuándo van ustedes a entender?
R./ Escucha, Señor, a tu pueblo.
L. El que plantó el oído, ¿no va a oír? El que formó el ojo, ¿no
va a ver? El que educa a los pueblos, ¿no va a castigar? El que instruye al
hombre, ¿no va a saber?
R./ Escucha, Señor,a tu pueblo.
L. Jamás rechazará Dios a su pueblo ni dejará a los suyos sin
amparo. Hará justicia al justo y dará un porvenir al hombre
honrado.
R./ Escucha, Señor, a tu pueblo.
ACLAMACIÓN antes del Evangelio (Cfr. Mt 11, 25)
R./ Aleluya, aleluya.
Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
revelado los misterios del Reino a la gente sencilla.
R./ Aleluya, aleluya.
+ EVANGELIO según san Mateo 11, 25-27
En aquel tiempo, Jesús exclamó:
“¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente
sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al
Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el
Hijo se lo quiera revelar”.
Palabra del Señor.
R./ Gloria a ti, Señor Jesús.
Jesús alaba al Padre y le da gracias por su obrar, tan diverso y
sorprendente con respecto a la lógica humana, que exalta el poder y la fuerza
en todos los ámbitos de la existencia. No son los que cuentan exclusivamente
con su propia sabiduría, no son los que ponen el fundamento de su propia
seguridad sobre las capacidades en continuo devenir de la inteligencia, sino
que son los «pequeños» los beneficiarios de la revelación del Padre (v.
25). Así, el grito de dolor de Corozaín, Betsaida, Cafarnaún, refractarias o
indiferentes con respecto a su palabra (cf. Mt 11,20-24), va seguido del grito
de alegría
de Jesús por aquellos que, por el contrario, han abierto su
corazón a la Palabra. A las ciudades galileas, que conocían bien al «hijo del
carpintero» (Mt 13,55) porque eran su patria, les resulta incomprensible la
novedad del Evangelio, que se revela, en cambio, a quienes, privados de títulos
de méritos y sin estar en condiciones de apoyarse en prerrogativas humanas, son
capaces de confiar en Dios, seguros de su fidelidad. Jesús constata con alegría
la elección preferencial del Padre, jamás desmentida a lo largo de toda la revelación,
por los que son pequeños, pobres, sencillos. Así le parece bien al Padre (v.
26) y así le parece a Jesús.
El evangelista aprovecha esta ocasión para declarar la conciencia
de Jesús y la fe de la Iglesia en el misterio de las relaciones trinitarias. El
Padre da al Hijo todo por amor, el Hijo lo acoge todo y lo restituye al Padre
por amor. El movimiento eterno de entrega reciproca entre el Padre y el Hijo
sigue siendo incognoscible para la criatura. Sin embargo, por obra del
Espíritu, perenne efusión de amor, el Padre se hace accesible en el Hijo y se
revela a sí mismo (v. 27). Tal manifestación es incomprensible para la
sabiduría racional humana. Sólo quien se hace «pequeño en el corazón, en toda
su existencia, sólo
quien se vuelve disponible para entrar en la lógica del don
gratuito de Dios, puede comprenderla. El apóstol Pablo dirá con otras palabras:
«Lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres» (1 Cor
1, 25a).
MEDITATIO
La tentación originaria del hombre es la de excluir a Dios de su
propia existencia. Homo faber fortunae suae se convierte en el lema que
marca las raíces de la voluntad humana y sella sus opciones. La conciencia de vivir
en la edad adulta no puede tolerar la dependencia
ni la sumisión a ningún Dios.
El hombre que rechaza a Dios -tanto si lo reconoce como si no- se
cierra en el gueto de sus propios instintos, de sus propias opiniones, de una
inteligencia que, por mucho que pueda recorrer los espacios siderales o adentrarse
en las partículas infinitesimales de la materia, no sabe encontrar el camino de
la alegría, de la paz, de la plenitud interior. De esta suerte,
paradójicamente, el hombre que se siente señor del mundo así como de su propia
existencia y de la ajena no consigue hacerse con el corazón del vivir, con su
significado último, que es lo único que le da consistencia. Eso es, sin
embargo, lo que se revela a quien acepta la realidad de ser criatura pequeña
frente al Creador, aunque tan preciosa para él que la llama a participar de su
misma vida. Es «pequeño» quien se muestra contento con lo que es, quien sabe
que no es omnipotente y, por eso, se abre a la relación con
Dios. Es «pequeño» quien reconoce haber recibido todo como don y
lo usa no como dueño o como predador, sino como siervo, con gratitud. Quien es
«pequeño» de este modo conoce algo del amor del Padre y del Hijo.
ORATIO
Bendito seas, Padre, que nos has dado a Jesús, tu Hijo, y en él
nos has dicho y mostrado lo mucho que nos quieres. Nunca hubiéramos podido
imaginarlo. Si tú no hubieras decidido manifestarte a nosotros, no hubiera sido
posible que yo estuviera ahora aquí, hablando contigo con la confianza de un
hijo.
Te lo ruego, Padre: renueva también en mi corazón la certeza de la
presencia de tu Espíritu. Que él me dé la certeza de que tú eres mi Padre, de
que Jesús es el Señor, de que estoy llamado a la comunión contigo para la
eternidad. Que él me haga gustar la belleza de ser criatura, pequeña pero
preciosa, y me libere de la presunción de la autosuficiencia, de la sabihondez
de quien quiere darte consejos, considerándolos como los mejores.
Espíritu de sabiduría y de piedad, enciende en mí el gusto por la pequeñez,
por la sencillez que me dispone a acoger tu manifestación.
CONTEMPLATIO
Los grandes discursos no nos hacen santos y justos, sino que es la
vida virtuosa la que nos vuelve agradables a Dios. Es mucho mejor experimentar
compunción que en conocer su definición. Ésta es, por consiguiente, la suprema
sabiduría: tender al Reino de los Cielos mediante el desprendimiento del mundo.
¿Qué ventajas nos procura el saber sin el temor de Dios? No te engrías por el
arte o la ciencia que posees: que estos dones sean para ti más bien motivo de
temor. Feliz aquel que es adoctrinado directamente por la Verdad tal como ella es.
Del único Verbo proceden todas las cosas, sólo de él nos hablan todas, y éste
es el Principio que nos habla también a nosotros. Cuanta más capacidad de
recogimiento y de sencillez interior hayamos alcanzado tanto más seremos
capaces de comprender con amplitud y profundidad, y sin fatiga, por qué
recibimos de lo alto la
luz de la inteligencia (La imitación de Cristo, 3, 7, 9).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Sólo tú, Señor, eres Dios» (cf. Is 10,15).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El modelo al que hemos de adecuarnos en el cristianismo no es el
«adulto», sino, al contrario, el «niño»; no es el «intelectual» -que, en la
perspectiva ilustrada, es el «adulto» por definición-, sino, al contrario, el
«sencillo», el «ignorante». Éste, en la perspectiva evangélica, está
simbolizado precisamente por el «pequeño, por el «niño». Pablo VI, papa
«intelectual», hombre cultísimo, elevó en 1970 al rango de doctor de la
Iglesia» el más elevado en la jerarquía espiritual- a santa Catalina de Siena,
que a duras penas era capaz de leer y sólo al final de su vida aprendió a
escribir. No sin razón esta biblioteca mía en la que estamos hablando,
compuesta por demasiados libros, a menudo arduos y escritos en muchas lenguas
modernas y antiguas, está presidida (como puede ver) por la imagen de una
muchacha de catorce años que aún no era mujer, asmática, desnutrida, hija de la
familia más despreciada de su pueblo y, como es natural, analfabeta. La Madre
de Cristo, para confiar su mensaje de llamada a la fe, no eligió ni a
profesores, ni a notables, ni a periodistas, ni a otros cristianos ya
«adultos», «ya mayores de edad». Dieciocho veces, hablando su dialecto, se le
apareció, en la gruta donde se guarecía la piara de cerdos de propiedad
comunal, a esta pobre ignorante para el mundo, a esta maravillosa sabia según
el Evangelio que es santa Bernadette Soubirous, la hija de un molinero
fracasado de la oscura Lourdes. No es una sorpresa; es sólo la enésima confirmación
de una estrategia divina (V. Messori - M. Brambilla, Qualche ragione per
credere, Milan 1997).
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