LECTIO DIVINA SÁBADO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO A. Toda la tierra está llena de tu gloria


Dichosos ustedes, si los injurian por ser cristianos, porque el Espíritu de Dios descansa en ustedes.
Isaías 6,1-8        Salmo 92   Mateo 10,24-33



LECTIO

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 6, 1-8

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor, sentado sobre un trono muy alto y magnífico. La orla de su manto llenaba el templo. Había dos serafines junto a él, con seis alas cada no: con un par se cubrían el rostro; con otro, se cubrían los pies, y con el otro, volaban. Y se gritaban el uno al otro: “Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos; su gloria llena toda la tierra”. Temblaban las puertas al clamor de su voz y el templo se llenaba de humo. Entonces exclamé:
“¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al rey y Señor de los ejércitos”. Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca, diciéndome: “Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados”. Escuché entonces la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?”. Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”.

Palabra de Dios.
R./ Te alabamos, Señor.

Esta perícopa del profeta Isaías es importantísima para comprender su mensaje. Fue escrita en torno al año 724 a. de C., año de la muerte del rey Ozías. Marca la conclusión de un período de prosperidad y de autonomía para Israel y le sirve al profeta para destacar un tema que le es propio: la santidad y la gloria eterna de un Dios que trasciende con mucho toda grandeza humana y es «el Santo de Israel» por excelencia. Es por este Dios por quien se siente llamado Isaías. El escenario es el templo de Jerusalén y la antropomórfica descripción del Señor sobre el trono, rodeado por los serafines (criaturas con semejanza humana, pero dotadas de seis alas), refleja las representaciones del Oriente próximo, si bien la solemnidad y el arrebato de Isaías dicen mucho más.

La triple repetición del «Santo, santo, santo» intenta expresar la infinita santidad de Dios, su trascendencia, su absoluta diferencia respecto a aquello que, por ser terreno, se corrompe o sólo es limitado. El sentido de la presencia de Dios lo proporciona tanto el temblor de las puertas del templo como el humo (v. 4), semejante, en la función de significar la gloria de Dios, a la nube que cubría el tabernáculo durante el tiempo que permaneció Israel en el desierto. En este punto queda Isaías como turbado, abrumado por el sentido de su indignidad, ligada a su pecado y al del pueblo, frente a la infinita pureza y santidad de Dios. Nos viene a la mente Ex 33,20: «No podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo». Sin embargo, Dios no quiere la muerte del hombre e interviene a través de un acto simbólico de purificación, con el que expresa que se trata siempre, ante todo, de
una iniciativa de Dios y no del hombre (vv. 7ss).

El Señor se dirige aún a la asamblea de los serafines, que son consultados sobre el gobierno del mundo (v. 8a); sin embargo, de manera indirecta, la voz del Señor interpela y llama a Isaías para que, investido por la gloria y por la santidad de Dios, vaya a profetizar en su nombre: «Aquí estoy yo, envíame» (v. 8b). Es la plena disponibilidad de quien se deja invadir por un Dios que salva.

SALMO RESPONSORIAL (SAL 92)
R./ Señor, tú eres nuestro rey.

L. Tú eres, Señor, el rey de todos los reyes. Estás revestido de poder y majestad.
R./ Señor, tú eres nuestro rey.

L. Tú mantienes el orbe y no vacila. Eres eterno, y para siempre está firme tu trono.
R./ Señor, tú eres nuestro rey.
L. Muy dignas de confianza son tus leyes y desde hoy y para siempre, Se- ñor, la santidad adorna tu templo.
R./ Señor, tú eres nuestro rey.

+ EVANGELIO según san Mateo 10, 24-33

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “El discípulo no es más que el maestro, ni el criado más que su señor. Le basta al discípulo ser como su maestro y al criado ser como su señor. Si al señor de la casa lo han llamado Satanás, ¡qué no dirán de sus servidores! No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas.
No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo.
¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo. A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos”.

Palabra del Señor.
R./ Gloría a ti, Señor Jesús.

Lo que leímos ayer nos ponía vigorosamente frente a las exigencias de la misión, incluidas sus extremas consecuencias de la persecución y la muerte. Hoy introduce Jesús en su discurso el tema, típicamente bíblico, del «no tener miedo», que aparece en la Sagrada Escritura 366 veces. El pasaje está estructurado precisamente por la repetición, a modo de imperativo, de la invita ción a no tener miedo (vv. 26.28.31), a la que en cada ocasión siguen los motivos por los que la confianza debe poner en jaque mate al temor. El primer motivo es éste: aunque el bien está ahora como velado y la astucia y la virulencia del mal parecen ocultarlo, se producirá una inversión total y veremos, en el triunfo de Cristo, el triunfo de todos los que han elegido hacer el bien.

Esa es la razón de que se anime a los discípulos a la audacia del anuncio. Lo que se nos entrega es pequeño como un pabilo en las tinieblas, como un susurro al oído, pero ha de ser entregado a plena luz del día, gritado (con todos los medios, incluidos los que emplean antenas y repetidores) incluso desde los techos. Aunque el precio sea
la muerte, ha de saber el discípulo que la muerte del cuerpo será siempre un hecho natural que hemos de afrontar con paz, sobre todo cuando estamos seguros de que nada ni nadie, si vivimos y anunciamos el Evangelio, podrá matar la vida en nosotros, puesto que el verdadero mal destructor de esta vida y de la otra es el pecado.

La argumentación de Jesús sobre las razones para no tener miedo se une, a continuación, a dos imágenes tiernísimas: la de los pájaros», que, aunque tienen un precio irrisorio, son objeto del amor providente del Padre, y la de los «cabellos» de nuestra cabeza, contados todos ellos. En verdad, dice el Señor, es preciso que no dejemos que el miedo ocupe lugar alguno en nosotros y nos decidamos, en cambio, a llevar una vida consagrada a dar testimonio de Cristo y del Evangelio.

MEDITATIO

La sociedad del «tener más» margina cada vez más a Dios mediante una serie de mecanismos que tienen que ver con el placer a cualquier precio, por cualquier medio. Ropa, dinero, servicios, experiencias: todo se ofrece en el gran supermercado del mundo. Sin embargo, el
hombre, antes que perseguir la paz del corazón, experimenta un gran vacío, amplificado precisamente por estar abrumado por bienes de fortuna. Si no quiere morir de asfixia espiritual, ha llegado el tiempo de invertir por completo su marcha.

«Buscad a Dios y viviréis», advierte el profeta Amós. Y los ángeles de la natividad cantan: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor». Lo que el corazón (mucho más que la mente) debe comprender es el hecho de que, si busco la gloria del Señor en mi obrar, si mi ojo interior se abre a contemplarle, a querer obrar por amor a él, llego también a la paz. Si, en cambio, busco mi paz adhiriéndome a este mercado de propuestas consumistas apoyadas por el psicologismo, me pierdo en callejones sin salida, donde se encuentran dispuestos a sofocarme miedos cada vez más insurrectos.

Ahora bien, para que busque yo la gloria del Señor y sepa descubrirla por doquier -en la flor apenas entreabierta, en el cielo poblado de estrellas, en el rostro amigo, en el día alegre y en el cansado- necesito dejarme purificar. El Señor sabe de quién y de qué servirse para que
yo no esté bajo el dominio del egoísmo, sino de la gloria de Dios. El otro elemento fundamental es que reciba el repetido: «No tengáis miedo». En un mundo profundamente turbado, absorber el «no tengáis miedo» en los ámbitos más profundos del ser me hace adquirir confianza, solidez, soltura, incluso en orden al apostolado. Diré con Isaías: «Aquí estoy yo, envíame».

ORATIO

Señor, sabes que me atrae el placer y que tiendo a cambiarlo por la alegría y por la paz que necesito. Te suplico, en medio de la corrupción del gran mercado en que vivo, que me hagas dejarme purificar por ti no sólo los labios, como Isaías, sino en lo profundo del
corazón.

Ayúdame a aceptar aquello de que tú quieres servirte para realizar esta necesaria purificación. Espabilame en el combate espiritual contra las pasiones, para que desee y anhele, en todo, tu gloria y no las mezquinas satisfacciones de mi egoísmo. Y que tu «no tengas miedo» sostenga esta voluntad mía un día tras otro.

Si tú me persuades de que buscar tu gloria significa obtener asimismo la paz del corazón, viviré mejor estos mis breves días y los viviré en plenitud: no replegado en mí mismo, sino entregado al anuncio de esta
paz, de esta alegría, también a mis hermanos. Purificame, Señor, fortifícame y, después... «aquí estoy yo, envíame».


CONTEMPLATIO

Ahora sólo te amo a ti, sólo a ti te sigo, sólo a ti te busco y estoy dispuesto a pertenecerte del todo, para que sólo tú ejerzas la soberanía, Señor mío, sólo deseo ser tuyo. Manda y ordena lo que quieras, te lo ruego, pero cura y abre mis oídos, a fin de que pueda oír tu voz. Cura y abre mis ojos, a fin de que pueda ver tus señas. Aleja de mí lo que me impide reconocerte. Muéstrame tú el camino y dame lo que necesito para el viaje (Agustín, Soliloquios, Libro primero).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Toda la tierra está llena de tu gloria» (cf. Is 6,3).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nuestra carne está hecha para morar en Dios,para convertirse en templo de Dios.
La carne de Jesús es el templo de Dios.
De este templo
correrán ríos de agua viva
para alimentar, curar, revelar el amor y la compasión.
Nuestra carne,
transfigurada por el Verbo encarnado,
se vuelve un instrumento
para difundir el amor de Dios.
Igual que para María, también para nosotros
la carne de Cristo, su humanidad,
son el medio a través del cual y en el cual
nos encontramos con Dios.
La llamada que hemos recibido no es a dejar la humanidad
de Cristo
para ir al encuentro de Dios, que trasciende la carne,
sino descubrir y a vivir
la carne de Jesús como carne de Dios,
su cuerpo como un sacramento
que da un sentido nuevo a nuestra carne humana,
que nos revela el amor eterno de la Trinidad
donde el Padre y el Hijo, en la unidad del Espíritu Santo,
se aman desde toda la eternidad.
Nuestros cuerpos han sido concebidos en el silencio y en el amor.
Nuestra primera relación, con nuestra madre,
ha sido una relación de comunión,
a través del tacto y de la fragilidad de la carne.
Hemos sido llamados a crecer, a desarrollarnos,
a volvernos competentes
y a luchar por la justicia y por la paz
pero, en definitiva, todo está destinado a la entrega de nosotros mismos,
al reposo y a la celebración de la comunión.
Todo empieza en la comunión,
todo culmina en la comunión.
Todo empieza en la fiesta de las bodas
y todo se consuma en la fiesta de las bodas,
en la que nos entregamos con amor.
(Jean Vanier, Gesù: il dono dell'amore, Bolonia 1995, pp.
173ss (edición catalana: Jesús, el do de l'amor, Editorial Claret,
Barcelona 1994]).

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