Lectio Divina Viernes XVII del Tiempo Ordinario A. Escúchanos, Señor, conforme a tu clemencia.

Que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, en los abismos, y que toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Cfr. Flp 2, 10-11).

Jeremías 26, 1-9       Salmo 68 Mateo13, 54-58


 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 26, 1-9

Al principio del reinado de Joaquín,

hijo de Josías y rey de Judá, el Señor le habló a Jeremías y le dijo: “Esto dice el Señor: 'Ve al atrio del templo y diles a todos los habitantes de Judá que entran en el templo para adorar al Señor, todas las palabras que yo te voy a ordenar, sin omitir ninguna. A ver si las escuchan y se convierten de su mala vida, y me arrepiento del castigo que he pensado imponerles a causa de sus malas acciones'.

Diles, pues: 'Esto dice el Señor: Si no me obedecen, ni cumplen la ley que he dado, ni escuchan las palabras de mis siervos, los profetas, que sin cesar les he enviado y a quienes ustedes no han escuchado, entonces yo trataré a este templo como al de Silo y haré que esta ciudad sirva de escarmiento para todos los pueblos de la tierra'”.

Los sacerdotes, los profetas y el pueblo oyeron a Jeremías pronu-nciar estas palabras en el templo del Señor. Y cuando él terminó de decir cuanto el Señor le había mandado, los sacerdotes y los profetas lo apresaron, diciéndole al pueblo: “Este hombre debe morir, porque ha profetizado en nombre del Señor que este templo será como el de Silo y que esta ciudad será destruida y quedará deshabitada”. Entonces la gente se amotinó contra Jeremías en el templo del Señor.

 

Palabra de Dios.

R./ Te alaba- mos, Señor.

 

Este fragmento abre una nueva sección del libro de Jeremías (capítulos 26-29), que se distingue de la precedente (capítulos 1-25). En la que ahora comienza, se narran en prosa las circunstancias relativas a los mensajes del profeta. Concretamente, el capítulo 26 pre senta el contexto de las palabras pronunciadas por el profeta en la entrada del templo y recogidas en el capítulo 7. Durante el reinado del impío Joaquín, que había frustrado las esperanzas de reforma religiosa suscitadas por su padre, Josías, pronuncia Jeremías el duro discurso del que aquí se nos ofrece una síntesis. El Señor envía al profeta al templo, presumiblemente con ocasión de una fiesta religiosa que atrae a muchas personas a Jerusalén (v. 2), a proclamar unas palabras importantes, unas palabras que deberá pronunciar sin omitir nada: está en juego la conversión del pueblo o su castigo (v. 3). Jeremías llama a todos a la responsabilidad respecto a la Palabra del Señor, cuya escucha constituye el punto de partida para convertirse. Precisamente con este fin ha ido enviando Dios, a lo largo de toda la historia de Israel, a los profetas, hombres de la Palabra (v. 5).

Ahora bien, quien no sigue las advertencias de los profetas y no se comporta en conformidad con la Palabra del Señor no puede pretender encontrar la salvación sólo por el hecho de frecuentar el templo. La actitud asumida respecto a la Palabra es discriminadora: si escucharla y obedecerla es vivir, no escucharla y no obedecerla es morir. En este caso, el pueblo depositario de la bendición será maldito en virtud de su elección (v. 6).

 

SALMO RESPONSORIAL (SAL 68)

R./ Escúchanos, Señor, conforme a tu clemencia.

 

L. Son más que mis cabellos los que me odian sin tener un motivo y más fuertes que yo los que pretenden con sus calumnias acabar conmigo. Lo que yo no robé, ¿acaso tengo yo que restituirlo?

R./ Escúchanos, Señor, conforme a tu clemencia.

 

L. Por ti he sufrido injurias y la vergüenza cubre mi semblante. Extraño soy y advenedizo, aun para aquellos de mi propia sangre; pues me devora el celo de tu casa, el odio del que te odia, en mí recae.

R./ Escúchanos, Señor, conforme a tu clemencia.

 

L. A ti, Señor, elevo mi plegaria, ven en mi ayuda pronto; escúchame con- forme a tu clemencia, Dios fiel en el socorro.

R./ Escúchanos, Señor, conforme a tu clemencia.

 

ACLAMACIÓN antes del Evangelio (1 Pedro 1, 25)

R./ Aleluya, aleluya.

La palabra de Dios permanece para siempre. Y ésa es la palabra que se les ha anunciado.

R./ Aleluya, aleluya.

 

+EVANGELIO según san Mateo13, 54-58

En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: “¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Qué no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?”. Y se negaban a creer en él.

Entonces, Jesús les dijo: “Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa”. Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos.

 

Palabra del Señor. R./

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Terminado el «sermón en parábolas», recoge Mateo otro material narrativo, cuyo variado contenido marca la progresiva separación entre Jesús e Israel y manifiesta la formación específica dada al grupo de los discípulos (cf. Mt 13,54–17,27).

El episodio que abre la sección, y que constituye el fragmento litúrgico de hoy, narra el rechazo que opusieron a Jesús sus paisanos. Del estupor inicial producido por su enseñanza (v. 54) se pasa a la pregunta fundamental sobre la identidad del Nazareno. Los fariseos habían respondido a ella declarándolo afiliado al bando del príncipe de los demonios, por cuya autoridad habría hecho los milagros (cf. 12,24). Los habitantes de Nazaret, sin embargo, no dan respuesta alguna. El conocimiento que tienen de su paisano y de su familia se convierte en un obstáculo para creer que sea él el Mesías: no es posible que un hombre de la condición de Jesús tenga «esa sabiduría y esos poderes milagrosos» (v. 55ss). Jesús constata a través de su propia experiencia la verdad del dicho proverbial que reza: «Nadie es profeta en su tierra» (cf. v. 57). La suerte de su mensaje y de su misma persona no es diferente a la reservada a los profetas del Antiguo Testamento y de todos los tiempos: rechazo, burla, desprecio, persecución; a menudo, también muerte violenta. Y dado que los milagros suponen la fe, que es lo único que permite comprender su verdadero significado, la incredulidad de los habitantes de Nazaret se convierte en un impedimento para que Jesús pueda ha cerlos (v. 58).

 

 

MEDITATIO

 

La fe es acogida y adhesión total a la persona de Jesús. No es posible aceptar a Jesús en parte, sólo en aquellos aspectos que puedan parecernos más agradables y comprensibles. Si aceptar a Jesús y la Palabra del Padre que él nos comunica lanza por los aires nuestras ideas y proyectos, incluso religiosos, si descubrimos que Jesús es diferente de la imagen que nos habíamos hecho de él, entonces se nos presenta la ocasión de convertirnos, es decir, de abandonar nuestros puntos de vista y dirigir nuestra mirada sobre Jesús tal como es, disuadiéndonos de nuestros razonamientos. Si esto nos incomoda demasiado y nos mofamos de quien nos invita a no camuflar el rostro de Dios, difícilmente podremos ver los signos de su presencia vivificante entre nosotros.

La invitación a escuchar a los profetas va rebotando a lo largo de los siglos y llega hasta nosotros. En Jesús se ha pronunciado la Palabra de Dios de manera total, y desde hace dos mil años nunca han faltado en la Iglesia hombres y mujeres que con su vida, sus escritos y su predicación han reavivado entre sus contemporáneos la conciencia de la belleza y las exigencias del Evangelio. También hoy están presentes entre nosotros, pero ¿los escuchamos?

 

ORATIO

 

¡Haz que te conozca, Señor! No quiero quedar encerrado en las angustias de mis ideas sobre ti, unas ideas tan mezquinas, tan limitadas... Haz que te conozca como eres, en tu belleza, en tu verdad, en tu sencillez. Haz que te conozca. Y para ello, Señor, libérame de los

sucedáneos de los que me rodeo, de las falsas certezas en las que me apoyo. Deseo, quiero declarar mi fe en ti, Señor siempre sorprendente, que remueves mis certezas construidas a la medida de mi tranquilo vivir.

Oh Dios, a quien tengo miedo de entregarme y cuya falta me consume; Dios de mi mediocridad y de mi nostalgia del absoluto; Dios que caminaste en Jesús entre nosotros y exaltaste nuestra vida, haz que te conozca, porque, oh Señor de mi vida, creo en ti.

 

CONTEMPLATIO

 

Bajó de los cielos a la tierra por causa de la humanidad que sufre; se revistió de nuestra humanidad en el seno de la Virgen y nació como hombre. Él fue quien nos sacó de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al Reino eterno. Fue perseguido en David y deshonrado en los profetas. Fue él quien se encarnó en el seno de la Virgen, fue colgado en la cruz, sepultado en la tierra y, resucitado de entre los muertos, subió a las alturas de los cielos (Melitón de Sardes, «Homilía sobre la Pascua» 65 67, en SC 123,95-101).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Que yo te escuche, Señor, y me convierta a ti» (cf. Jr 26,3).

 

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

¿Decir en veinte renglones quién es Jesucristo? Para los cristianos, Jesús es Dios. -Aunque no para todos: la divinidad de Cristo ha dividido desde siempre a la cristiandad. - Pocos dogmas como éste han sido defendidos o combatidos con tanta fogosidad. - La imagen de Cristo se refleja siempre en la conciencia de cada uno según sus propios conocimientos.

Para los judíos, durante los siglos de su exilio, el Crucificado ha sido también el Crucificador. En nombre de Cristo se han promulgado leyes antisemitas, en nombre de Cristo ha sido discriminado, perseguido, expulsado, asesinado con excesiva frecuencia Israel a ruegos de muchas Inquisiciones. Jesús: un vínculo de unión entre Israel y los gentiles, que une y separa en igual medida. Justo, sabio, profeta: un «loco» entre los «locos» de Israel, en la medida en que toda verdadera profecía confina con la locura que condena nuestra sensatez. Un judío «central», decía Martin Buber. Un judío único, como todos y cada uno podemos constatar. Único por su esplendor y por la contradicción que ha introducido -como una levadura- en el corazón de las naciones. Un misterio -así prefieren definirlo los teólogos cristianos, a los que responden con el silencio los teólogos judíos-. Pero veinte líneas son incluso demasiadas para hablar de un misterio. O bien, en ese caso, es que el que lo intenta no sabe de lo que está hablando (André Chouraqui, en A.-M. Carré [ed.], Per lei, chi è Gesù Cristo?, Roma 1973 [edición española: Para ti, quién es Jesucristo, Narcea, Madrid 1972]).

 

 

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