Lectio Divina Del Viernes XVI del Tiempo Ordinario A. Vuelvo a ti, oh Dios: tú eres mi Señor
Dichosos los que
cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero, y perseveran
hasta dar fruto.
Jeremías 3,14-17 Salmo. Jer 31 Mateo 13,18-23
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Jeremías 3,14-17
Vuélvanse a mí, hijos rebeldes, porque yo
soy su dueño, dice el Señor: Iré tomando conmigo a uno de cada ciudad, a dos de
cada familia y los traeré a Sión, les daré pastores según mi corazón, que los
apacienten con sabiduría y prudencia.
Después, cuando ustedes se hayan
multiplicado y hayan prosperado en el país, palabra del Señor, ya no habrá
necesidad de invocar el arca de la alianza del Señor, pues ya no pensarán en
ella, ni se acordarán de ella, ni la echarán de menos, ni se les ocurrirá hacer
otra.
En aquel tiempo, llamarán a Jerusalén 'el
trono del Señor', acudirán a ella todos los pueblos en el nombre del Señor y ya
no seguirán la maldad de su corazón obstinado”.
Palabra de Dios.
R./ Te alabamos, Señor.
Después de las palabras de reprensión por el pecado de idolatría,
he aquí la exhortación a convertirse dirigida por el profeta a sus
contemporáneos. «Volved»: es la palabra-clave de la invitación al cambio de
vida. Este último implicará, antes que nada, el reconocimiento de YHWH como
único Señor, como verdadero guía del pueblo. Los reyes y los jefes, sus
representantes, actuarán entonces de manera responsable, de acuerdo con su voluntad
manifestada en la ley sinaítica (vv. 14ss). A la exhortación le sigue la
promesa de un futuro aún más espléndido que el pasado antes anhelado (cf. Jr
2,2ss), en el que Dios será el único rey de Jerusalén. Su presen cia hará
superflua la del arca de la alianza, cuya desa parición nadie echará de menos.
El reconocimiento de la soberanía de Dios unirá a todos los pueblos, que,
perdida la dureza de corazón, seguirán su voluntad y no sus propios proyectos
(vv. 16ss).
SALMO RESPONSORIAL (JER 31)
R./ El Señor es nuestro pastor.
Escuchen, pueblos, la palabra del Señor y anúncienla aun en las
islas más remotas: “El que dispersó a Israel lo reunirá y lo cuidará como el
pastor a su rebaño”.
R./ El Señor es nuestro pastor.
Porque el Señor redimió a Jacob y lo rescató de las manos del
poderoso. Ellos vendrán para aclamarlo al monte Sión y correrán hacia los
bienes del Señor.
R./ El Señor es nuestro pastor.
Entonces se alegrarán las jóvenes, danzando; se sentirán felices
jovenes y viejos, porque yo convertiré su tristeza en alegría, y los llenaré de
gozo y aliviaré sus penas.
R./ El Señor es nuestro pastor.
ACLAMACIÓN antes del Evangelio (Cfr. Le 8,15)
R./ Aleluya, aleluya.
Dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno
y sincero, y perseveran hasta dar fruto.
R./ Aleluya, aleluya.
+ EVANGELIO según san Mateo 13,18-23
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Escuchen ustedes lo
que significa la parábola del sembrador. A todo hombre que oye la palabra del
Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su
corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del
camino.Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la palabra y la
acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar
raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la
palabra, sucumbe. Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la
palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas, la
sofocan y queda sin fruto. En cambio, lo sembrado en tierra buena, representa a
quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto; unos, el ciento por uno;
otros, el sesenta; y otros, el treinta”.
Palabra del Señor.
R./ Gloria a ti, Señor Jesús.
La explicación de la parábola del sembrador desplaza la atención desde
aquel que esparce la semilla a las causas de su diferente recepción. Al
explicitar la comparación, se pasa de la constatación del resultado, combatido
aunque a fin de cuentas sorprendente, de la predicación del Reino de Dios por
parte de Jesús y de los continuadores de su obra, a la consideración de los
motivos que llevan a los oyentes a cerrarse o abrirse al anuncio y, por
consiguiente, a la conversión.
El evangelista, releyendo la parábola de manera alegórica, pone de
manifiesto que el fondo de la dureza de corazón es obra del maligno, del que es
mentiroso desde el principio (cf. 1 Jn 2,22; 3,8). El hombre secunda esa obra
cuando vive de modo que no permite a la Palabra de
Jesús arraigar en su vida. De esta forma, distrae fácilmente su
atención de ella y deja que los sufrimientos, las incomprensiones, las
riquezas, ocupen todo el espacio de su corazón y de su mente. Da frutos
abundantes, por el contrario, quien es dócil a la Palabra de Jesús: figura
entre los «bienaventurados» (Mt 13,16) a los que ha sido revelado el misterio
del Reino; figura entre los «pequeños» en los que se complace el Padre y a los
que introduce en la comunión trinitaria (cf. Mt 11,25-27).
MEDITATIO
La Palabra del Señor nos invita hoy, con la imagen de los
diferentes terrenos, a reconocer nuestra disponibilidad para acogerla. A la constatación
de la presencia de obstáculos que impiden la obtención de un fruto abundante le
sale al encuentro la llamada suave, pero insistente: «¡Vuelve! ¡Conviértete!».
Allí donde nos encontremos, en cualquier lugar donde -tal vez, nos hayamos perdido,
allí mismo somos buscados, porque interesamos profundamente a ese Dios que nos
ama hasta tal punto que nos renueva el don de la vida cada día y que no nos
quita la posibilidad de ser sus amigos, ni siquiera cuando nosotros mismos le
decimos, de palabra o con hechos, que no queremos saber nada de él. Volver parece
una derrota, una experiencia humillante; sin embargo, es el preludio de una
sinfonía de vida verdadera, capaz de satisfacer los deseos más profundos e inexpresados.
Dios, nuestro Padre, continúa velando a la puerta de casa para
captar la primera señal del regreso de su hijo, de cada uno de nosotros.
Nuestra respuesta a la Palabra nace del dejarnos interpelar por la pregunta,
como si nos la dirigiera el Señor: «Sea cual sea el "terreno" en el que
reconoces estar, ¿quieres volver a mí?».
ORATIO
Gracias, Señor, por hacerme volver a Ti. Tu voz,
que con tanta suavidad me dice: «¡Vuelve!», me hace sentir todo el amor que me
tienes, tu espera, tu deseo de mí. Tú me deseas más a mí que yo a ti. Si me
alejo de ti, tú continúas buscándome; si no escucho tu voz, tú continúas
esparciendo como semilla tu Palabra, de manera abundante. Si dejo caer tu
invitación en la nada, tú me la renuevas cada día; más aún, en cada instante.
Gracias, Señor, por tu fidelidad. Me hace bien saber que
eres así, no para alargar el tiempo de mi retorno sosegándome según mi conveniencia,
sino para no desanimarme cuando me dé cuenta de que sigo preso en condicionamientos
interiores y exteriores de los que todavía no me he liberado.
Gracias, Dios fiel, por continuar pronunciando
tu Palabra para mí. Con la fuerza y el apoyo de tu Espíritu sé que puedo
caminar por el camino de la conversión, del retorno a la verdadera casa tuya y
mía. Y escuchar en ella tu voz con el corazón desembarazado de todo lo que hasta
ahora me ha bloqueado para vivir como hijo, para llamarte y sentirte como eres:
mi padre. Ahora comprendo, Dios mío, que ése es el fruto que puedo dar y que tú
esperas de mí.
CONTEMPLATIO
Seremos verdaderamente dichosos si lo que escuchamos o cantamos lo
ponemos también en práctica. En efecto, nuestra escucha representa la siembra,
mientras que en las obras tenemos el fruto de la semilla. Quisiera exhortaros a
no ir a la Iglesia y quedaros, después, sin dar fruto, es decir, a escuchar
tantas hermosas verdades sin moveros, después, a obrar. Hermanos, no teníamos obras
buenas, sino que todas eran malas. Sin embargo, aun siendo tales las obras de
los hombres, no los abandonó la misericordia divina. Es más, Dios mismo envió a
su Hijo a redimirnos al precio de su sangre. Ésa es la gracia que hemos
recibido. Vivamos, por tanto, de una manera digna de la misma, para no ultrajar
un don tan grande (Agustín, Sermón 23a, 1-4, en CCL 41, 321-323).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Vuelvo a ti, oh Dios: tú eres mi Señor».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Corazón duro. Así podemos sintetizar la situación de los terrenos
incapaces de recibir la Palabra de la manera debida (camino, pedregal,
espinas). Podemos plantear así nuestro problema: ¿cómo es que escuchamos las
palabras justas y, después, cuando hemos salido de la iglesia, hacemos las
equivocadas? Nos defendemos de la Palabra, porque la consideramos peligrosa,
porque puede empujarnos a realizar gestos locos, ciertamente incómodos. No
hemos de buscar la culpa en nuestra poca cultura (Jesús no eligió a los Doce
entre los más cultos, ni tuvo la pretensión de que fueran licenciados), ni
siquiera en nuestra indignidad (Jesús reveló una verdad que guardaba con gran celo
nada menos que a una mujer de mala vida, la samaritana: «Soy yo, el que está
hablando contigo»).
La causa profunda hemos de buscarla en una actitud de fondo
nuestra que está equivocada. Precisamente en nuestro corazón duro. El terreno
ya está ocupado por nosotros mismos, por nuestros esquemas, por nuestros
prejuicios, por nuestro «sentido común». Hemos de pensar si acaso no habremos
contribuido también nosotros a volver «insólito» el Evangelio, cuando, con realidad,
debíamos hacerlo habitual, común, en la vida de cada día, en medio del mundo,
frente a cualquier situación. ¡Si nos tomáramos en serio la Palabra! ¡Si la
lleváramos a la vida. De manera habitual. La Palabra de Dios, con nuestra
colaboración, es capaz de realizar el milagro: hacer florecer el desierto.
Hacer germinar la semilla hasta en medio del árido pedregal de este mundo (A.
Pronzato, Vangeli scomodi, Turín 1983 [edición
española: Evangelios molestos, Sígueme, Salamanca 1997]).
Comentarios
Publicar un comentario