Lectio Divina Sábado XVI del Tiempo Ordinario A. Tú lo ves todo, Señor
Dejen que crezcan juntos ambos
hasta el tiempo de la siega Jeremías 7,1-11 Mateo
13,24-30
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 7,1-11
El Señor dirigió esta palabra a Jeremías:
-Ponte a la puerta del templo y proclama esta palabra: Escuchen la
Palabra del Señor, ustedes todos, hombres de Judá, que entran por estas
puertas para adorar al Señor. Así dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel:
Enmienden su conducta y sus acciones y les permitiré habitar en este lugar. No se
fíen de palabras engañosas repitiendo: «¡El templo del Señor! ¡El templo del
Señor! ¡El templo del Señor!»
Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si practican la
justicia unos con otros, si no oprimen al emigrante, al huérfano y a la viuda;
si no derraman en este lugar sangre inocente, si no siguen a otros dioses para su
desgracia, entonces yo los dejaré vivir en este lugar, en la tierra que di a
sus padres desde antiguo y para siempre.
Pero ustedes se fían de palabras engañosas que no sirven para nada.
'No pueden robar, matar, cometer adulterio, jurar en falso, incensar a Baal,
correr tras otros dioses que no conocen, y luego venir a presentaros ante mí,
en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: «Estamos seguros», y seguir
cometiendo las mismas abominaciones. " ¿Acaso toman este templo consagrado
a mi nombre por una cueva de ladrones? ¡Muy bien, pues yo también lo miraré
así! Oráculo del Señor.
Palabra de Dios
Te alabamos Señor.
La Palabra del Señor manda a Jeremías a la entrada del templo, lugar
santo por excelencia, por ser morada de Dios. El profeta condena la hipocresía
de los que se acercan por allí queriendo dar culto a Dios, mientras transgreden
sus mandamientos.
Nadie puede considerarse a salvo del castigo divino sólo porque entra
en el templo y ofrece sacrificios, cuando, a renglón seguido, es injusto, mata,
roba, comete adulterio, jura en falso y mantiene una práctica sincretista de la
fe (vv. 5-10). Ya es absurdo sólo pensar que Dios pueda mostrar connivencia con
tales acciones abominables. Él ve las obras que realiza cada uno. El templo es
el lugar santo porque Dios está presente: quien entre en él debe vivir de
manera conforme a esa santidad. Pero si alguien es malo, hace malo el lugar más
santo, y eso no puede dejar de merecer el castigo de Dios (v. 11).
Suena de nuevo la llamada a la conversión. Consiste ésta en
mejorar la propia conducta y las propias acciones, es decir, en vivir según los
mandamientos de Dios: juzgar según la justicia, establecer relaciones sociales equitativas
y respetuosas con cada uno, abandonar todo compromiso con la idolatría (vv.
3-5).
Evangelio: Mateo 13,24-30
En aquel tiempo, Jesús les propuso esta otra parábola: -Con el
Reino de los Cielos sucede lo que con un hombre que sembró buena semilla en su
campo. Mientras todos dormían, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del
trigo y se fue. Y cuando creció la hierba y se formó la espiga, apareció
también la cizaña. - Entonces los siervos vinieron a decir al amo: «Señor, ¿no
sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es posible que tenga cizaña?». Él
les respondió: «Lo ha hecho un enemigo». Le dijeron: «¿Quieres que vayamos a
arrancarla?». El les dijo: «No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquen
con ella el trigo. Dejen que crezcan juntos ambos hasta el tiempo de la siega;
entonces diré a los segadores: Recojan primero la cizaña y átenla en gavillas
para quemarla, pero el trigo amontónenlo
en mi granero».
Palabra del Señor
Gloria a Ti, Señor Jesús
La segunda parábola propuesta por Jesús presenta también una
siembra llevada a cabo por dos sembradores. El primero siembra buena semilla,
el otro siembra semilla de plantas nocivas que se mezclarán con el trigo. Jesús
compara el Reino de Dios -por consiguiente, la Iglesia (que es su inicio) y, en
sentido lato, toda la humanidad- con este campo en el que conviven el trigo y
la cizaña. Si el instinto de los criados les lleva a eliminar de inmediato el
elemento nocivo, la lógica del dueño es diametralmente opuesta. Jesús nos
presenta de este modo el corazón del Padre: así como el dueño del campo deja
que crezcan juntas las plantas nuevas y las nocivas, que sólo serán separadas
en el tiempo de la siega para seguir una suerte diferente, así Dios tampoco
interviene para desarraigar el mal que está presente en la Iglesia y en el
mundo -en última instancia en el corazón del hombre-, y sólo en el momento del
juicio se hará evidente quién ha obrado el bien y quién ha obrado el mal. La
acción del maligno, puesta ya de manifiesto en la explicación de la parábola
del sembrador (cf. Mt 13,19), es acogida aquí en el despliegue de la historia.
Al exceso de celo de quien quisiera ver triunfar el bien y está
dispuesto por ello a eliminar violentamente en nombre de Dios tanto el mal como
al que lo hace, se contrapone la tolerancia del Padre, que, lejos de ser mero
pacifismo o indiferencia, conoce los tiempos de crecimiento y el corazón de
cada uno. Como cantaba ya estupefacto el autor del libro de la Sabiduría
(11,23): «Tú tienes compasión de todos, porque todo lo puedes, y pasas por
alto los pecados de los hombres para que se arrepientan».
A la mentalidad de los «puros», que no quieren entrar en contacto
con los «impuros», se contrapone la del Dios tres veces Santo que ama al
pecador, come con él, lo abraza y celebra una fiesta por el retorno a casa (cf.
Lc 15,11-24).
MEDITATIO
El mal es tan evidente y sus consecuencias nefastas nos afectan
del tal modo que nace en nosotros de una manera espontánea la rebelión. Constatar
la imposibilidad de defendernos de él nos hace gritar: ¿no podría Dios
erradicar el mal de una vez por todas, eliminando el sufrimiento provocado por
las enfermedades, y también por la prepotencia, por el egoísmo de tantos...?
¿No podría morir el que hace tanto daño y siembra dolor, evitando la muerte
injusta de tantos? Estas preguntas brotan del dolor y del sentido de impotencia
que nos hace experimentar el mal. Dios no parece responder, del mismo modo que
tampoco dio una respuesta inmediata al grito de Jesús crucificado, sino «tres
días después» con la resurrección. El misterio del mal nos hace reflexionar
sobre la paciencia de Dios, una paciencia incómoda asimismo para el que padece
viendo sufrir a sus hijos, aunque tampoco puede disminuir el don más grande que
nos ha hecho: la libertad.
Por nuestra parte, hemos de preguntarnos cómo usamos esa libertad:
si la ponemos al servicio del bien o del mal. No es posible llegar a un
compromiso, y cuando llegue el momento de encontrarnos cara a cara con Dios se
hará manifiesto a todos la opción que hayamos tomado. No ha de servirnos de
máscara una religiosidad que se limita a prácticas exteriores, pero sin que el
corazón se implique en ella. La pregunta que más tiene que ver con nosotros,
entonces, no es tanto: «¿Por qué existe el mal?»; sino: «¿Qué hago yo para
desarrollar el bien?».
ORATIO
Tu paciencia, Dios mío, tiene algo de escandaloso. Me resulta
incomprensible. Va contra tus mismos intereses, en especial cuando tolera que
el mal marque a tu Iglesia de manera llamativa: ¿acaso no la has constituido para
que sea testigo de tu santidad? Con el corazón siempre dispuesto a señalar la
viga en el ojo ajeno, aunque incapaz de aceptar tener que quitar la paja del
propio, no comprendo tu modo de actuar, tal vez porque intuyo, y con razón, que
me propones hacer lo mismo. Estoy aquí, hoy, rezándote, porque sé que no soy
capaz, instintivamente, de tener esta paciencia si no te pido lo que dijiste
que nunca negarías: el Espíritu Santo, uno de cuyos frutos es precisamente la
paciencia.
Haz, Señor, por medio de tu Espíritu, que yo comprenda lo que
cuenta de verdad, a saber: que el bien se difunda, crezca, se vigorice. Hazme comprender
que el mal no se arranca a fuerza de juicios, que, en el fondo, no me cuesta
nada pronunciar, sino empezando yo mismo a no darle cobijo en mi corazón.
«Hacer el bien» es algo más que una intención piadosa: ayúdame, Señor, a mejorar
la calidad de mis relaciones con los otros, a hacer transparentes mis acciones
y sincera mi profesión de fe. Junto a ti, Señor, que yo te alabe con mi
misma vida.
CONTEMPLATIO
Vúelvanse al Señor, su Dios, de quien se alejaron por el mal que
hicieron, y no desesperen nunca del perdón por la gravedad de las culpas,
porque la infinita misericordia las cancelará todas, por muy graves que sean. El
Señor es, en efecto, bueno y misericordioso. Prefiere la penitencia a la muerte
del pecador. Es paciente y rico en compasión y no imita la impaciencia de los
hombres; más aún, espera durante mucho tiempo nuestra conversión. Está
plenamente dispuesto a perdonar y a arrepentirse de la sentencia condenatoria
que había preparado para nuestros pecados. Si nos arrepentimos del mal que hayamos
hecho, también él se arrepentirá de la decisión de castigo que había adoptado y
del mal con el que nos había amenazado. Si cambiamos de vida, también él
cambiará la sentencia que había predispuesto.
Cuando decíamos que nos había amenazado con el mal, no nos
referíamos, a buen seguro, a un mal moral, sino a una pena debida justamente a
quien ha faltado. Después de que el Señor nos haya concedido su bendición y
haya perdonado nuestros pecados, podremos ofrecer nuestros sacrificios a Dios
(Jerónimo, Comentario a Joel, en PL 25, 967ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Tú lo ves todo, Señor» (cf. Jr 7,11).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La cualidad esencial para vivir en comunidad es la paciencia: reconocer
que nosotros mismos, los otros y toda la comunidad necesitamos tiempo para
crecer. Nada se hace en un solo día. Para vivir en comunidad es preciso saber
aceptar el tiempo y amarlo como a un amigo. Es terrible ver a algunos jóvenes,
entusiastas, que tenían como un gran ideal compartir con los otros y llevar una
vida comunitaria, perder en unos cuantos años las ilusiones, sentirse heridos,
volverse irónicos, después de perder todo el gusto por entregarse, y quedar
encerrados en movimientos políticos o en las ilusiones del psicoanálisis. Eso
no quiere decir que la política o el psicoanálisis carezcan de importancia.
Ahora bien, resulta triste que algunas personas se cierren porque se han
sentido desilusionadas o porque no han podido aceptar sus límites. Hay falsos
profetas entre los que viven en comunidad. Esos tales atraen y estimulan los
entusiasmos, pero por falta de sensatez o por orgullo llevan a los jóvenes a la
desilusión. El mundo comunitario está lleno de ilusiones, y no siempre resulta
fácil distinguir lo verdadero de lo falso, sentir si crecerá el buen grano o si vencerán las malas hierbas.
Si piensas fundar comunidades, rodéate de mujeres y de hombres sensatos,
que sepan discernir. Pido perdón a todos aquellos que han venido a mi comunidad
o a nuestras comunidades del Arca llenos de entusiasmo y se han sentido
desilusionados por nuestra falta de apertura, por nuestros bloqueos, por nuestra
falta de verdad y por nuestro orgullo (J. Vanier, La comunità, luogo del
perdono e della festa, Milán 1980 [edición española: La comunidad, lugar
del perdón y de la fiesta, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1998]).
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