Acoja el Niño mis pobres ruegos
21
de diciembre
Para las próximas fiestas de la santa Navidad y de fin de
año, con el corazón lleno de reconocimiento y con afecto más que filial, le
mando mi más sincera felicitación, pidiendo al Niño celestial por su felicidad
espiritual y temporal.
No dude, padre, de que su hijo sabe cumplir, en cuanto su
pequeñez se lo permite, su deber con nuestro común padre, con la firme
esperanza de ver cumplidos sus deseos. Acoja el niño que va a nacer mis pobres
y débiles ruegos, que en estos días le dirijo, con la más santa insistencia,
por la Orden, los superiores, la provincia y la Iglesia entera.
Escuche qué curioso fenómeno se está dando en mí desde
hace algún tiempo, y que, por otro lado, no deja de preocuparme. En la oración
me sucede que me olvido de rogar por aquellos que se han encomendado a mí (no
de todos, es verdad) o por aquellos por los que tenía intención de orar. Antes
de ponerme a orar, me esfuerzo por encomendar, por ejemplo, a esta o a aquella
persona; pero, Dios mío, tan pronto como entro en oración, mi mente queda en el
vacío más completo y no hay en ella ni la más mínima huella de aquello que
tanto había deseado.
Otras veces, en cambio, estando en oración, me veo movido
a orar en favor de quienes nunca tuve intención de orar y, lo que es más
maravilloso, a veces en favor de quienes nunca he conocido, ni visto, ni oído,
y que nunca se han encomendado a mí, ni siquiera por medio de otros.
Y, antes o después, el Señor siempre escucha estas
súplicas. Quiera el Señor darle a conocer el verdadero significado de este tan
extraño como nuevo fenómeno; y, si Dios quiere que usted después me lo
manifieste, le ruego que no mi prive de ello.
(20 de diciembre de 1910, al P. Benedicto de
San Marco in Lamis – Ep. I, p. 442)
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