Dios viene a nuestro encuentro
20
de diciembre
Mi queridísimo padre, aproximándose la santa Navidad, me
parece que un deber de conciencia me urge a no dejarla pasar sin deseársela
llena de todos aquellos consuelos celestiales que usted desea en su corazón.
Aunque yo siempre he orado por usted, que fue y será persona muy amada por mí,
en estos días no dejaré de redoblar mis oraciones al Niño celestial, para que
se digne preservarle de toda desgracia en este mundo, sobre todo de la
desgracia de perder a Jesús Niño.
Mi mala salud continúa su curso con sus momentos mejores
y peores. Sufro, es cierto, y sufro mucho; pero estoy contentísimo porque,
también en medio del sufrimiento, el Señor no cesa de hacerme experimentar una
alegría indescriptible.
(20 de diciembre de 1910, al P. Benedicto de
San Marco in Lamis – Ep. I, p. 208)
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