Sé humilde, paciente y resignado a la voluntad de Dios.


6 de diciembre

Anímate y convéncete de que Dios está contento contigo y de que encuentra en ti su pacífica morada. No esperes al Tabor para ver a Dios; ya lo contemplas, sin que te des cuenta, en el Sinaí. Pienso que el tuyo no es un interior turbado e incapaz de gustar el bien; es que ya no puede apetecer más que el sumo bien en sí mismo y no ya en sus dones. Las reflexiones de la mente, las distracciones involuntarias, las tentaciones, etc., son productos ofrecidos por el enemigo; pero, porque son rechazados por ti, en ellos nada hay de malo. Cuando el demonio mete ruido es buena señal; es señal de que él quiere tu voluntad y, por tanto, de que se encuentra fuera de ella. Lo que debe atemorizarte, mi querida hermana e hija, es su paz y su sintonía con el alma humana.

En los períodos de aridez de espíritu, sé humilde, paciente y resignada a la voluntad divina; y no descuides nada de lo que acostumbrabas hacer en tiempos de gozo espiritual, porque el amor verdadero no consiste en experimentar muchos consuelos al servir a Dios, sino en una voluntad siempre pronta para realizar todo lo que Dios quiere mandarnos para nuestro progreso espiritual y para su gloria.

Cree siempre todo esto; y no te importe el creerlo con esfuerzo y sufrimiento del alma, sin que veas los motivos para ello. También los mártires creían sufriendo. El Credo más bello es el que se pronuncia en el sacrificio y haciéndonos violencia.

 (6 de diciembre de 1916, a Herminia Gargani – Ep. III, p. 659)

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