Recibe de Jesús su abrazo, un beso que te santifique y te salve



27 de diciembre
Te exhorto a unirte a mí y a acercarte conmigo a Jesús para recibir su abrazo, un beso que nos santifique y nos salve. Escuchemos en tal sentido al santo rey David, que invita a besar devotamente al Hijo: «Besad al hijo»; porque este hijo del que habla aquí el profeta real no es otro que aquel del que dijo el profeta Isaías: «Una niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: Puer natus est nobis, filius datus est nobis».
Este niño, Raffaelina, es aquel hermano amoroso, aquel esposo amadísimo de nuestras almas, del que la sagrada esposa del Cantar, figura del alma fiel, buscaba la compañía, y suspiraba por sus besos divinos: «¡Quién me diera a ti por hermano mío, te buscaría y te besaría. Bésame con el beso de tu boca». Este hijo es Jesús; y el modo de besarle sin traicionarlo, de estrecharlo entre nuestros brazos sin aprisionarlo, el modo de darle el beso y el abrazo de gracia y de amor, que espera de nosotros, y que nos promete devolver, es, según san Bernardo, servirle con verdadero afecto, realizar en obras santas sus doctrinas celestiales, que profesamos con las palabras.
No dejemos, pues, de besar de ese modo a este Hijo divino, porque si son así los besos que ahora le damos, vendrá él mismo, como lo ha prometido, lleno de misericordia y de amor; vendrá a tomarnos en sus brazos, a darnos el beso de paz en los últimos sacramentos en el momento de la muerte; y así terminaremos nuestra vida con el beso santo del Señor; admirable beso de la dignación divina, en el que, al decir de san Bernardo, no se acerca la cara a la cara, la boca a la boca, sino que se unen mutuamente por toda la eternidad el creador con la criatura, el hombre con Dios.
 (30 de marzo de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 482)

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