Que la Virgen te conceda la gracia de ser fiel a Dios
13
de diciembre
Tened la certeza de que las luchas internas no son un
peligro para la fidelidad a Dios; son ocasión de méritos preciosos, que tienen
el nombre de corona y de palma de victoria. No dudéis de la bondad de vuestras
acciones, porque todo lo que hacéis está bajo el influjo de la obediencia, que
yo previamente os he manifestado y os manifiesto de nuevo; y os lo he
manifestado de modo general sobre los pensamientos, acciones y sobre el mismo
descanso llevado a cabo para gloria de su divina Majestad.
Esta obediencia lo único que no incluye, y no puede
incluir, son aquellas acciones que vosotras descubrís con claridad que implican
ofender a Dios ¿Me he explicado? ¿Me habéis entendido bien? Obrad de acuerdo a
lo que os he dicho y dejadlo todo bajo mi responsabilidad.
Frecuentad la comunión diaria, despreciando siempre
vuestras dudas, que son irracionales; confiad en la obediencia ciega y alegre,
y no tengáis miedo de caer en el mal. La tabla que debe conducirnos al puerto
de la salvación y el arma divina para llegar a cantar victoria, es la sumisión
plena de vuestro juicio al dictamen de quien tiene el encargo de guiaros en las
sombras, en las perplejidades y en la batalla de la vida. Repito, pues, porque
es importante: desechad las dudas en nombre y en virtud de la obediencia; y
tened por cierto que, en esas luchas, vosotras no pecáis. Así os lo aseguro y
así es en verdad.
Si Jesús se manifiesta, agradecedlo; y si se oculta,
agradecedlo también; todo es una broma de amor. La Virgen, clemente y piadosa,
continúe obteniéndoos de la inefable bondad del Señor la fuerza para soportar
hasta el final tantas pruebas de amor como os regala con las cada vez más
numerosas mortificaciones. Yo me auguro que, llegadas a expirar con Jesús en la
cruz, podáis exclamar dulcemente con él: ¡Todo
está cumplido!
(11 de diciembre de 1916, a las hermanas
Ventrella – Ep. III, p. 548)
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