Dios mío llévame al arrepentimiento





Dios mío, lo sabes bien; manda al menos luz a mi guía para que descubra lo que yo no encuentro: la verdadera fuente de tantos males en tu criatura. Nunca tuve mis facultades tan incapaces y cerradas. ¡Qué sufrimiento es éste para la voluntad, para la memoria y para el entendimiento! Pienso que, para una voluntad que busca y desea al menos querer el bien, es dura e inconcebible esta pena que sufre.
Y de igual modo, para quien, enriquecido con tantos recuerdos de la grandeza divina en sus atributos y derechos, y, en relación a sí mismo, de sus obligaciones y de la veneración que debe a su creador, es un sufrimiento de muerte la incapacidad de comprender lo que después se le descubre misteriosamente. [...].
El entendimiento está como aplastado bajo el troquel, y, aunque tenga muchos conocimientos, queda ciego, con una ceguera tan dolorosa que sólo quien la experimente podrá decir algo cierto sobre ella. Y sobre todo, así me parece a mí, el sufrimiento resulta absolutamente insoportable para un entendimiento al que, desde el inicio de su actividad, las pruebas lo han ido haciendo más avispado y que después ha sufrido el contraste de los rayos luminosísimos de la verdadera vida.
¡Dios mío!, llévame al arrepentimiento, oblígame a la contrición sincera y a la firme conversión de mi corazón a ti.
 (5 de septiembre de 1918, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 1071)

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