Me sigue a todas partes





31 de diciembre
Soy plenamente consciente de que no hay nada en mí que pueda atraer las miradas de nuestro dulcísimo Jesús. Ha sido únicamente su bondad la que ha colmado mi alma de tantos bienes. Él casi nunca me pierde de vista; me sigue a todas partes; da vida a mi vida envenenada por el pecado; disipa en mí las densas nubes en las que se halla envuelta mi alma después del pecado. Tan pronto como, al cerrarse mis ojos, veo descender el velo de la noche, veo abrirse ante mí el paraíso y, feliz ante esta visión, duermo con una sonrisa de felicidad en mis labios y una calma total en la frente, esperando que mi pequeño compañero de infancia venga a despertarme, y así entonar juntos las alabanzas matutinas al amado de nuestros corazones.
¡Oh!, padre mío, si el conocimiento de mi realidad despierta en usted algún pensamiento que no sea de compasión, diríjalo, se lo ruego, en mi nombre, a mi amado, como prueba de reconocimiento y de gratitud.
 (14 de octubre de 1912, al P. Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 306)

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