Homilía BAUTISMO DEL SEÑOR C



EL BAUTISMO DEL SEÑOR              
NUESTRO VERDADERO NACIMIENTO

Isaías 40,1-5.9-11             Tito 2,11-14; 3,4-7            Lucas 3,15-16.21-22

Queridos hermanos y hermanas, con la fiesta del Bautismo del Señor que estamos celebrando hoy damos prácticamente por terminadas y clausuradas las fiestas de la Navidad. Dios se ha manifestado a la humanidad en carne humana y ha querido que todos y cada uno de nosotros seamos testigos, veámos su gloria y ahora  la compartamos con la humanidad entera. Éste es el verdadero sentido del Tiempo Ordinario, que no es un tiempo llano, sin fuerza, sin gracia, sin belleza o sin impulso, sino todo lo contrario es un tiempo que nos ayuda a contemplar ahora de manera reposada y serena, lejos de las luces y de los adornos de Navidad el verdadero sentido de la Encarnación, que es la manifestación del amor y la misericordia de Dios para la salvación de la humanidad.
Con tal fin, hoy nos encontramos con el texto que nos hace pensar que Jesús está iniciando su ministerio, es decir, que a partir de ahora, con el Bautismo, Jesús se dedicará a anunciar de palabra y de obra la llegada del Reino de su Padre Dios, un Reino que nos comparte, que nos entrega y que nos deja para que nosotros cuidemos de él.
Evidentemente, Jesús no lo podía hacer de cualquier manera, necesitaba del Paráclito, del Santificador, del Consolador, del Don de Dios, del Amor verdadero que renueva todas las cosas. Por eso, hoy somos testigos de la unción de Jesús en su Bautismo que “Mientras éste oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él”(Lucas 3,21-22).
Nos encontramos ante la primer manifestación pública del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento. Hoy tenemos una epifanía del Espíritu de Dios que nos recuerda que no estamos solo, que Él está con nosotros.
Por eso, la primera lectura nos habla del consuelo: “Consuelen, consuelen a mi pueblo” (Isaías 40,1).Mis queridos hermanos ¿quien no tiene necesidad de consuelo hoy? En un mundo golpeado por la injusticia, la violencia el desamor, la fragmentación de las familias, la falta de fe, el atropello de tantas vidas ante el consumo desmedido por las drogas y el alcohol, familias devastadas, vencidas por antipatía interna, hijos con padres que no son sus padres, parejas que no son esposos pero que viven como tal, la Iglesia también dolida por situaciones irresponsables, la sociedad cansada por la inseguridad y la corrupción de los gobiernos. Todo esto, todo esto más lo que hay en el corazón de cada uno de nosotros y que nos agobia tanto, hasta quitarnos la paz y sumergirnos en la desesperanza, en el dolor, en la tristeza y en la agonía, que aunque vivos pareciéramos muertos, o muchas veces desearíamos estar muertos.
Ante todo esto quiero decirte hermano, quiero decirte hermana, quiero decirme a mí mismo que Dios no nos ha olvidado. Que su amor es infinitamente eterno y fiel. Que su misericordia no se ha agotado y hoy viene a ti con el bálsamo del consuelo y de la esperanza. Hoy sale a tu encuentro en esa situación que estás viviendo para llamarte nuevamente a la conversión, a que cambies de vida, para hacerte caminar por sus caminos. Levanta la cabeza y eleva tu mirada, no temas, levanta tu esperanza frustrada y decaída y contempla a Aquel que revela su gloria  y te da la salvación.
Esta es buena noticia porque “La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres” (Tito 2,11).Todos, absolutamente todos tenemos la misma oportunidad de ser salvados, basta dejarnos salvar. La rectitud de vida, va engendrando en cada uno de nosotros la posibilidad cada vez mayor de ir viviendo verdaderamente una vida santa, una vida digna de hijos de Dios. Una vida de entrega y fidelidad a Aquel que se no ha entregado primero. El Reino de Dios no es cúmulo de buenos deseos, no es un tratado de moral, no es un código de leyes. Sino la vivencia profunda de descubrirnos hijos de Dios y vivir una vida santa, justa, gozando y disfrutando de la bondad de Dios. ¿Qué hijo hay que no se sienta seguro en brazos de su Padre? Y ¿qué Padre hay que no se sienta orgulloso del Hijo que ha sido capaz de tomar las riendas de su vida de manera responsable y generosa? Todos los padres quieren esto para sus hijos, ¡con cuánta mayor razón nuestro Padre Dios! Hermanos ¡estamos llamados a ser felices! A generar en nuestro interior el anhelo perene del Reino y a manifestarlo en nuestra forma de vivir, renunciando a los placeres mundanos, siendo capaces de ir contra corriente. ¡No! No caigas en la trampa de pensar que estás solo, que no puedes, no te des por vencido antes de empezar a caminar. El camino es largo, la travesía es desafiante, los obstáculos del tamaño del mundo, pero no mayores que tus aptitudes ¡No estás solo para luchar por un mundo de justicia y de paz! ¡Dios está contigo! ¡Dios te acompaña porque es tu Padre! ¡Porque te Ama!
Celebrar el Bautismo de Jesús, es reconocer y celebrar que en Él también te estabas bautizando Tú, que Tú también recibiste al Espíritu Santo. El mismo espíritu que recibió Jesús en el momento mismo de ser bautizado. La unción santificadora se ha derramado a raudales en Ti por Jesús, el Hijo obediente.
Jesús en su Bautismo ha recibido al Espíritu Santo. De esta manera se nos ha manifestado también a nosotros. A partir de ahora ya lo conocemos, y sabemos que por medio de Él, recibimos el impulso para llevar adelante nuestra vida cristiana. ¿Qué sería la vida cristiana sin el Espíritu Santo? Más aún ¿Qué sería nuestra propia vida, mi propia vida sin el Espíritu Santo? Nada. Sería como un matrimonio sin amor, un río sin agua, una flor sin aroma, o un celular sin internet. En una palabra un cuerpo sin vida. ¡Eso es! ¡Un cuerpo sin vida! Cuando nosotros estamos ante una persona que ha muerto, estamos ante su cuerpo, ante la materia, pero es un cuerpo inanimado.
Necesitamos del Espíritu Santo para tener vida. Dios entra en contacto nuevamente con nosotros aquí en la tierra por medio de su Espíritu Santo que nos da vida, ¡vida nueva! ¡Vida Suya! ¡Vida de Dios en nosotros! ¡Qué importante es nuestro bautismo! En ese día nacimos verdaderamente a la vida.
No olvidemos cómo rezamos cada vez que profesamos nuestra fe. Decimos: “Creo en el Espíritu Santo, señor y dador de vida”.Aquí encontramos de manera esencial lo que creemos de la tercera persona de la Trinidad ¡Ah! Porque déjenme decirles que el Espíritu santo no es un paloma, es la tercera persona de la Trinidad. Es verdad que hoy se nos ha revelado así, pero fue siemplemente para que los que se estaban en la fila para bautizarse, fueran testigos de la unción del Espíritu en Jesús, solamente para eso. Cuando nosotros decimos “Señor” estamos asintiendo y proclamando que el Espíritu es Dios de la misma naturaleza del Padre y del Hijo; cuando decimos que es “dador de vida”, estamos aceptando y proclamando lo que el Espíritu Santo hace. Pero, ¿Cómo es que el Espíritu “da la vida”? ¿No nos dan la vida nuestros padres? Sí, la vida natural o la del cuerpo y la sangre sí nos la dan nuestros padres; pero la vida en el Espíritu, la vida sobrenatural, la vida del alma, la vida eterna, no nos la pueden dar nuestros padres biológicos. Nos la ha dado Jesucristo con su muerte en la cruz. Recordemos aquel diálogo que Jesús tiene con Nicodemo: En verdad, en verdad te digo: el que no nace del agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es espíritu (Juan 3,4-6).
Por lo tanto, la primera condición para poseer al Espíritu Santo es renacer del agua y del Espíritu, es decir, bautizarnos. De esta manera del bautismo de Jesús pasamos a nuestro propio bautismo.
Cuando se da la efusión plena del Espíritu Santo y quita la cobardía a los Apóstoles y los convierte en ardientes mensajeros y anunciadores de la Buena Nueva del Reino, el día de Pentecostés, Pedro exclamó con fuerte voz: Que cada uno de ustedes se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de sus pecados; y recibirán el don del Espíritu Santo (Hechos 2,37 s.). El bautismo es la puerta de ingreso a la salvación. Jesús mismo lo dice en el Evangelio de Marcos. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará (Marcos 16,16).El Bautismo nos abre a la vida santa, a la vida divina, a la vida de Dios en nosotros. Evidentemente esto no significa que solamente los bautizados se salvan. Esto aplica para los que conocemos a Jesucristo y hemos recibido la Buena Noticia del Reino, no para aquellos que no les ha sido proclamado el Evangelio, como tampoco para los bebés que mueren sin ser bautizados, estos, evidentemente se confían al amor y a la misericordia de Dios que como veíamos anteriormente son infinitos. Así pues hoy que celebramos el bautismo de Jesús, reconocemos también el don de Dios en nosotros y la grandeza de celebrar nuestro propio bautismo. Que el Señor que conoce nuestros corazones y es siempre fiel nos acompañe, nos consuele en nuestras luchas y nos conduzca por caminos de justicia y de paz.

12 de enero de 2019.
Fray Pablo Jaramillo, OFMCap.

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