LECTIO DIVINA 4º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C

 LECTIO DIVINA 4º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C

Jeremías 1, 4-5. 17-19. I corintios 12,31–13,13. Lucas 4, 21-30

TESTIGO DEL AMOR DE CRISTO POR TODOS

 


LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Te consagré profeta para las naciones.

Del libro del profeta Jeremías 1, 4-5. 17-19

 

En tiempo de Josías, el Señor me dirigió estas palabras: “Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones. Cíñete y prepárate; ponte en pie y diles lo que yo te mando. No temas, no titubees delante de ellos, para que yo no te quebrante. Mira: hoy te hago ciudad fortificada, columna de hierro y muralla de bronce, frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá, como de sus jefes, de sus sacerdotes o de la gente del campo. Te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte”. 

 

Palabra de Dios.

R./ Te alabamos Señor

 

La vocación de Jeremías para ser profeta de Israel tuvo lugar en el momento trágico en que comenzaba la caída del reino de Judá. Tuvo la ingrata tarea de acusar al pueblo, que vivía sumido en la decadencia moral у religiosa, y de ahí que la vida del profeta fuera una continua lucha contra los poderosos de Israel. Los v. 4ss nos presentan al hombre Jeremías, elegido y destinado para una tarea bien precisa: ser «profeta de las naciones». Ahora bien, si para esta misión Dios le pide al profeta valor (v. 17), también le garantiza a su elegido el apoyo y la certeza necesarios para resistir las mentiras y las pruebas dolorosas con la fuerza de su proximidad (v. 19). El Señor le exige a Jeremías que tenga una obediencia plena, así como disponibilidad y confianza en él; de lo contrario, el profeta se expondrá a la humillación y al miedo delante de sus enemigos. 

La vocación del profeta Jeremías, a diferencia de la de Isaías y Ezequiel, tiene un elemento inconfundible y típico. Este elemento es el destino de la persona a una tarea grande desde el mismo momento de su concepción, aunque después no aflore en todas las circunstancias de su vida. Este destino comporta para el elegido una constante y progresiva intimidad con Dios, que implica en sí misma momentos trágicos de abandono y persecución por parte de los hombres. La fuerza de la vocación del profeta, a pesar del ambiente de hostilidad religiosa y de abandono social, residirá sólo en la promesa de Dios: «Yo estoy contigo para librarte» (v. 19).

 

SEGUNDA LECTURA

Entre estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor, el amor es la mayor de las tres.

De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios 12,31–13,13

 

Hermanos: Aspiren a los dones de Dios más excelentes. Voy a mostrarles el camino mejor de todos. Aunque yo hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que una campana que resuena o unos platillos que aturden. Aunque yo tuviera el don de profecía y penetrara todos los misterios, aunque yo poseyera en grado sublime el don de ciencia y mi fe fuera tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque yo repartiera en limosna todos mis bienes y aunque me dejara quemar vivo, si no tengo amor, de nada me sirve. 

El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es grosero ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. 

El amor dura por siempre; en cambio, el don de profecía se acabará; el don de lenguas desaparecerá y el don de ciencia dejará de existir, porque nuestros dones de ciencia y de profecía son imperfectos. Pero cuando llegue la consumación, todo lo imperfecto desaparecerá.  

Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño y pensaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, hice a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo y oscuramente, pero después será cara a cara. Ahora sólo conozco de una manera imperfecta, pero entonces conoceré a Dios como él me conoce a mí. Ahora tenemos estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor; pero el amor es la mayor de las tres. 

 

Palabra de Dios.

R./ Te alabamos Señor.

 

La Iglesia de Corinto supuso para Pablo motivo de muchas preocupaciones. Sin embargo, el pensamiento con el que el apóstol educó a los miembros de la comunidad cristiana ante los muchos problemas de la vida anlos que tuvo que hacer frente se puede resumir en pocas palabras: fue testigo del amor de Cristo por todos. Y a los corintios, que aspiran a los carismas más llamativos y visibles, Pablo les responde enseñándoles el camino mejor, el del gran carisma del agapé

El elemento más vigoroso de este himno paulino al amor consiste, efectivamente, en el hecho de relativizar todo tipo estructural de ascetismo o de método espiritual, aunque sean válidos. Así, con este texto, nos conduce al corazón del mensaje cristiano, que es el mandamiento del amor a Dios y a los hermanos. Este camino es el único que puede conducir a la humanidad a la civilización del amor sin fronteras. El cristiano, que se siente llamado a esta misión y vive este amor, posee el carisma más elevado, el que conduce a la vida verdadera y a la experiencia del Dios-amor. Este amor es un don que supera a todos los otros dones o carismas. Y Pablo califica bien en el fragmento que hemos leído lo que entiende por amor: no es el eros, es decir, el amor posesivo, sino la caridad, esto es, el amor que se entrega y no se pertenece.

 

EVANGELIO

Jesús, como Elías y Elíseo, no fue enviado tan sólo a los judíos. 

Del santo Evangelio según san Lucas 4, 21-30

 

En aquel tiempo, después de que Jesús leyó en la sinagoga un pasaje del libro de Isaías, dijo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que ustedes acaban de oír”. Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: “¿No es éste el hijo de José?”  

Jesús les dijo: “Seguramente me dirán aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’ y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Y añadió: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, que era de Siria”. 

Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un barranco del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de ahí. 

 

Palabra del Señor. 

R./ Gloria a Ti, Señor Jesús.

 

Nos encontramos frente al discurso programático que pronuncia Jesús sobre la salvación siguiendo la estela de los grandes profetas de Israel: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v. 21). Sin embargo, cuando Jesús proclama que hoy se cumple la Escritura, lo que anuncia en realidad es que ha llegado el espíritu de la liberación definitiva, en el que él se revela como aquel en quien se cumplen todas las profecías siguiendo el plan de Dios. La Palabra de liberación revelada por Jesús no suscita entusiasmo, sino escepticismo y oposición por parte de sus conciudadanos. Éstos hubieran preferido no el anuncio de una liberación y la invitación a la conversión para una vida nueva, sino ver pruebas concretas de su poder a través de milagros y signos estrepitosos. 

Jesús responde a los suyos, que lo reconocen como «el hijo de José», con el ejemplo de los antiguos profetas: del mismo modo que a Elías y Eliseo no se les concedió que sus paisanos vieran por medio de ellos grandes gestas, tampoco Jesús concede a los suyos ver grandes milagros y signos. La verdad que anuncia Jesús es otra: llevar la liberación a los prisioneros, a los pobres y a los oprimidos de este mundo, y llevar la «alegre noticia» que culmina con el don de su vida, entregada por amor a toda la humanidad. Jesús no busca su propio interés humano, como hacen a menudo los hombres, sino que lleva a cada hombre, con su misión, la verdadera libertad y el Espíritu de vida que tiene su fuente en Dios.

 

 

MEDITATIO

 

La primera lectura y el evangelio de hoy nos llevan a meditar sobre la función profética de Jesucristo y sobre la nuestra. Jesús, como atestiguan más de una vez los evangelios, fue considerado como un profeta por la muchedumbre (Mt 21,11-45; Lc 7,16; 24,19; In 4,19; 6,14; 7,40; 9,17). Y lo fue verdaderamente en el sentido más cabal del término. Como los profetas del Antiguo Testamento, pero mucho más que ellos, llevó al mundo la Palabra de Dios. Más aún, él mismo era la Palabra de Dios en persona presente en el mundo (Jn 1,1-14). Por medio de él, a través de sus palabras y sus acciones, el Dios vivo y santo se dio a conocer a sí mismo y dio a conocer su magno designio de salvación en favor de la humanidad. Sobre todo, se dio a conocer como Amor (1 Jn 4,8.16), un amor sin límites, que poseía de una manera inimaginable todas las características descritas por Pablo en su himno de la primera Carta a los Corintios, que hemos leído. 

El Concilio Vaticano II, que ha renovado de manera profunda la conciencia eclesial, ha querido poner de relieve insistentemente la participación de todos los miembros de la Iglesia, sin excepción, en la función profética de Jesús (Lumen gentium, 12 y 33). Por consiguiente, todos estamos llamados a comunicar la Palabra de Dios al mundo. Una Palabra que haga presente su Amor en medio de los hombres y de las mujeres de nuestro mundo, ya sea animándoles en su compromiso en favor del bien de los otros, ya sea haciéndoles tomar conciencia de sus desviaciones y de sus repliegues egoístas. 

Sin embargo, no resulta fácil ser profeta. La experiencia de Jesús, transmitida también por el evangelio de hoy, nos lo hace tocar con la mano. La Palabra de Dios es «más cortante que una espada de doble filo» (Heb 4,12). 

En consecuencia, puede molestar a quien no esté dispuesto a acogerla. Las reacciones contrarias pueden hacerse notar e incluso hacerlo de modo violento. El profeta Jesús terminó, efectivamente, en la cruz. Sólo el amor, que debe llenar el corazón de todo verdadero profeta, puede superarlas, como Jesús las superó.

 

ORATIO

 

Nos has enviado, Padre, como profetas en medio del mundo, como enviaste a Jeremías y como enviaste a tu Hijo Jesús. A través de nosotros quieres hacer escuchar tu Palabra de amor a los hombres y a las mujeres, nuestros hermanos. Quieres que nosotros te demos a conocer a ellos, para que puedan saber que tú les amas con un amor sin límites, con un amor que «es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta» (1 Cor 13,4-7). Y quieres que demos a conocer también tu gran proyecto de amor en favor de todos y cada uno sin excepción. 

La Palabra que pones en nuestro corazón y en nuestros labios es fuego que quema, pero también fuerza que edifica. Ayúdanos a acogerla con liberalidad y a darla con generosidad y coraje. Concédenos la gracia de no tenerla «guardada en un pañuelo» (cf. Lc 19,20), sino de entregarla con prodigalidad a nuestros hermanos. Y si en algún momento nos parece pesada, ayúdanos tú mismo, como ayudaste a Jeremías y a Jesús, a no deshacernos de ella, porque va en ello el bien de nuestros hermanos y nuestro propio bien.

 

CONTEMPLATIO

 

Había un pan que alimentaba a los ángeles, pero que no nos alimentaba a nosotros, haciéndonos, por tanto, miserables, porque toda criatura dotada de razón se siente hundida en la miseria si no es alimentada por este pan. Nosotros, por nuestra parte, estábamos tan débiles que no podíamos gustar en modo alguno este pan en toda su pureza. Había en nosotros una doble levadura: la mortalidad y la iniquidad. El Verbo, bueno y misericordioso, vio que nosotros no podíamos subir a él y,  entonces, vino él a nosotros. Tomó una parte de nuestra levadura, se adaptó a nuestra debilidad [...]. 

Quiso darnos ejemplo. Pensemos en él, antes de su pasión. Entonces era como un pan fermentado: tuvo hambre y sed, lloró, durmió, estuvo cansado; a través de todo esto mostró la compasión y la caridad que tuvo con nosotros. Todas estas cosas son como medicinas que eran necesarias para nuestra debilidad. Y tal como nos convenía a nosotros, él, que no las tenía en sí, las tomó de nosotros. Observemos, ahora, cómo nuestro Señor asumió una realidad que le era extraña para poder realizar su obra; a saber, la obra de su misericordia: el Pan tiene hambre, la Fuente tiene sed, la Fuerza se cansa, la Vida muere. Su hambre nos sacia, su sed nos embriaga, su cansancio nos reanima, su muerte nos da la vida. Esta saciedad espiritual nos pertenece, esta embriaguez espiritual nos pertenece, esta renovación espiritual nos pertenece, esta vivificación espiritual nos pertenece. Todo ello es obra de su misericordia (Elredo de Rievaulx, Sermone XII per la Pascua, 12.19ss).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Jesús sostiene todo con el poder de su Palabra» (cf. Heb 1,3a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Me parece urgente volver a tomar conciencia de la naturaleza profética de la Iglesia. Fue en Pentecostés cuando nació como pueblo profético. Pero esta vocación significa prestar una atención constante a la venida del Reino de Dios en la historia, Testimonio, palabra y sabiduría son las tres manifestaciones de la cualidad profética de la Iglesia. Ahora bien, en la raiz del testimonio de vida y de la palabra explicita está el «sentido de la fe». Hablar de sentido de la fe» significa reconocer que cada cristiano, al esforzarse por ser fiel a Cristo y a la inspiración de su Espiritu, recibe una iluminación que le permite discernir lo que debe o no debe hacer. Puede encontrar en una situación concreta, lo que requiere la fe. Con todo, debe verificar, evidentemente, con los otros eso que intuye. 

El profetismo no es una predicción del futuro, sino una lectura honda del presente. A partir de esta lectura, podemos detectar qué palabra y qué acción son urgentes. En una Iglesia que ya no se encuentra en una posición de fuerza en la sociedad, el cristiano vuelve a disponer de la posibilidad de lanzar una propuesta más libre y un testimonio más convincente: dice lo que tiene que decir, expresa lo que considera que está obligado a expresar. Ser profeta hoy podría significar disponer de la libertad de ser una instancia crítica, considerando con despren dimiento las seducciones actuales: individualismo, comodidad, seguridad... La conciencia escatológica que habita en la vocación cristiana debe infundir el valor necesario para ir contracorriente en algunas cuestiones, como la familia y la esfera conyugal. 

La respuesta cristiana echa sus raíces en una elevada concepción del ser humano y en la convicción de que no estamos atados a la repetición de lo que siempre es igual de que es posible la novedad. El cristianismo debe manifestar hoy su capacidad de humanización del hombre, que es la vía de la verdadera divinización (B. Chenu, «La chiesa popolo di profeti», en Parola spirito e vita 41 (2000), 238-239.246, passim).

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