Lectio Divina Sábado después de La Epifanía. Dios nos escucha en todo lo que le pedimos conforme a su voluntad.
El pueblo que yacía en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció.
I Juan: 5, 14-21. Juan: 3, 22-30
PRIMERA LECTURA
De la primera carta del apóstol san Juan: 5, 14-21
Queridos hijos: La confianza que tenemos en Dios consiste en que, si le pedimos algo conforme a su voluntad, él nos escucha. Si estamos seguros de que escucha nuestras peticiones, también lo estamos de poseer ya lo que le pedimos.
Si alguno ve que su hermano comete un pecado de los que no llevan a la muerte, que pida por él y le obtendrá la vida. Esto vale para los que cometen pecados que no llevan a la muerte, porque hay un pecado que sí lleva a la muerte (por ése no digo que se pida). Toda mala acción es pecado, pero hay pecados que no llevan a la muerte.
Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Hijo de Dios lo protege, y no lo toca el demonio. Sabemos que somos de Dios, mientras que el mundo entero yace en poder del demonio. También sabemos que el Hijo de Dios ha venido ya y que nos ha dado inteligencia para conocer al Dios verdadero. Nosotros permanecemos fieles al único verdadero, porque permanecemos en su Hijo Jesucristo. Él es el verdadero Dios y la vida eterna. Hijos míos, no adoren a los ídolos.
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor.
Estos versículos con que termina la carta velven sobre los temas de fondo -la firmeza de la fe y la coherencia en la vida del cristiano-, pero añaden el tema de la oración confiada. La invitación a la oración, que el creyente dirige al Padre, tiene un solo objetivo: obtener
la vida para los que cometen pecados «que no acarrean la muerte» (vv. 16-17). En efecto, hay pecados que conducen a la muerte y son aquellos que rompen definitivamente la comunión con Dios; y hay pecados que no rompen tal comunión de modo definitivo y no conducen a la muerte. Juan dice que es bueno orar por estos últimos para que estos pecadores sean readmitidos a la comunión con Dios. Lo que importa es que la oración se haga conforme a la voluntad de Dios y no buscando las propias satisfacciones o los propios proyectos.
Después, la carta dirige al creyente tres diligentes afirmaciones precedidas por un «sabemos», que subrayan la seguridad del Apóstol en la doctrina que ha enseñado. Primero, la certeza de que el que ha nacido de Dios no peca y escapa al dominio de Satán (v. 18); segundo, la certeza de que el creyente pertenece a Dios y no al mundo, porque éstas son dos realidades opuestas e inconciliables (v. 19); tercero, la certeza de que la venida de Jesús a nosotros nos ofrece la posibilidad de huir del mal y de entrar definitivamente en la comunión
con Dios y con su Hijo, convencidos de que el conocimiento experiencial de Dios se obtiene a través de Cristo, que es «verdadero Dios y la vida eterna» (v. 20).
Con la exhortación final de rechazar el culto a los ídolos para obtener la posesión de la verdad que es Jesús, el apóstol Juan termina su carta.
EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Juan: 3, 22-30
En aquel tiempo, fue Jesús con sus discípulos a Judea y permaneció allí con ellos, bautizando. También Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salim, porque ahí había agua abundante. La gente acudía y se bautizaba, pues Juan no había sido encarcelado todavía.
Surgió entonces una disputa entre algunos de los discípulos de Juan y unos judíos, acerca de la purificación. Los discípulos fueron a decirle a Juan: "Mira, maestro, aquel que estaba contigo en la otra orilla del Jordán y del que tú diste testimonio, está ahora bautizando y todos acuden a él".
Contestó Juan: "Nadie puede apropiarse nada, si no le ha sido dado del cielo. Ustedes mismos son testigos de que yo dije: 'Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido enviado delante de él'. En una boda, el que tiene a la novia es el novio; en cambio, el amigo del novio, que lo acompaña y lo oye hablar, se alegra mucho de oír su voz. Así también yo me lleno ahora de alegría. Es necesario que él crezca y que yo venga a menos".
Palabra del Señor.
R/. Gloria a ti, Señor Jesús.
El fragmento, lleno de referencias históricas y geográficas, muestra cómo el evangelista está al tanto de una tradición histórica y la utiliza para conectar el ministerio profético del Bautista con el de Jesús.
Mientras la actividad misionera, tanto la de Jesús como la del Bautista, era floreciente, un incidente viene a turbar el ánimo de los discípulos de Juan. La ocasión viene dada por una discusión de estos últimos con un hombre que quizás había recibido el bautismo de los discípulos de Jesús. Objeto de la disputa es el valor de purificación del bautismo dado por los dos "rabi" y la relación existente entre los dos ritos. La respuesta del Bautista precisa, ante todo, un principio general válido para todo hombre que desempeña una misión: en la historia de la salvación nadie puede apropiarse una determinada función si no le es conferida por Dios (v. 27); Juan afirma, además, la superioridad de Jesús (v. 28). Y para precisar mejor la relación que él tiene con Jesús, explica la superioridad del papel propio de Jesús con un ejemplo sacado del ambiente judaico que se refiere a la relación entre el amigo del esposo y el esposo mismo durante una fiesta nupcial (cf. Is 62,4-5; Mt 22,1-14; Lc 14,16-24).
En esta imagen el Bautista no tiene dificultad en reconocer a Jesús en el papel de Mesías-esposo, venido para celebrar las bodas mesiánicas con la humanidad, y, por tanto, se presenta a sí mismo como el discípuloamigo del esposo. Él ha podido conocer al Mesías que comienza su misión, que recoge los primeros frutos de su trabajo y por ello se alegra constatando el cumplimiento definitivo del proyecto salvífico de Dios. Para el Bautista ha llegado el momento de sentirse plenamente feliz viendo a Jesús «crecer» mientras él mismo «disminuye» (v. 30).
MEDITATIO
Juan nos invita a la oración confiada. También Jesús educó a sus discípulos en la confianza en la oración con las curiosas parábolas del amigo importuno (cf. Lc 11,513) y del juez inicuo y la viuda (cf. Lc 18,2-5). Las parábolas enseñan no tanto que hay que pedir a Dios, sino más bien como pedirlo, porque el amor paterno de Dios colma todo deseo humano y la oración filial se mide por la confianza que la sostiene. No se trata de multiplicar las palabras en la oración, sino de tener la certeza de que Dios conoce aquello que necesitamos antes de que se lo pidamos. Dios, sin embargo, desea que le abramos nuestro corazón con confianza filial, seguros de ser escuchados.
Jesús, además, pide que nuestras súplicas estén animadas por la fe: «Todo lo que pidáis con fe en la oración, lo obtendréis» (Mt 21,22). La enseñanza es clara: la respuesta de Dios es segura cuando oramos con fe. La fe es el elemento esencial de la oración. Esto significa crear un clima de intimidad con Dios, emprender una reflexión seria, tener convicciones profundas sobre la realidad de Dios y sobre nuestra debilidad y pobreza. Y la fe es necesaria también cuando algunas de nuestras oraciones no son atendidas. Esto significa que nuestras súplicas no son para nuestro bien: mientras Dios desea escuchar otros "sectores” de nuestras necesidades que corresponden a la curación de los males del espíritu, negligencias, malos hábitos u otros. Este campo de nuestra vida es inmenso; en él sabemos con seguridad que,
si pedimos con fe, Dios nos escucha.
ORATIO
Señor Dios nuestro, tú sabes bien que cuando estamos en tu presencia no nos es fácil tutearte, aunque nos hayas hecho tus hijos y seas nuestro Padre. ¡Cómo querríamos que nuestra oración fuese filial y confiada, como la de Jesús cuando estaba entre nosotros! Necesitamos que el Espíritu nos enseñe a orar porque él es la fuente de unidad y de paz que nos introduce en tu misterio trinitario. Sabemos que la oración en esta perspectiva es escuela de diálogo y de comunión.
El Espíritu es novedad, apertura y esperanza: y quien ora en el Espíritu es ciertamente fiel, innovador y creador de profecía. En el Espíritu uno se hace profeta sin saberlo. La profecía es obra del Espíritu, aunque a duras penas nos damos cuenta de ello. San Pablo nos recuerda que el Espíritu Santo suscita la oración en nuestro corazón de dos maneras: gritando en nosotros «¡Abba, Padre!» (Gal 4,6) y provocando en nosotros «gemidos inefables» (Rom 8,26).
Estas dos modalidades están arraigadas en el orante, al que, consecuentemente, abren dos caminos: el de la “palabra" que aferra el misterio y el del "silencio" que se expresa en estupor contemplativo. Esta segunda vía abre el corazón del hombre a la experiencia de Dios. El silencio es el seno en que florecen la palabra y la oración. Señor, ayúdanos a leer los grandes acontecimientos de la historia que estamos viviendo y los de este nuevo milenio, del que somos protagonistas. Para el cristiano está apareciendo una nueva época de la historia, que será la época del Espíritu. El Espíritu que representa la frescura y la novedad de la Iglesia y de la historia. Señor, haznos familiares al Espíritu y dóciles intérpretes de sus iniciativas.
CONTEMPLATIO
El Padre ha amado al mundo hasta el extremo de entregarnos su Hijo unigénito. Pero también el Hijo ha querido esto y se encarnó y vivió con nosotros en la tierra. Y el alma, cuando ve al Señor, se alegra humildemente de la misericordia de Dios y no puede sino amar
como ama su Creador. Y si viese todo y amase todo, por encima de todo amará al Señor. El alma encuentra imprevistamente al Señor y lo reconoce. ¿Quién podrá describir este gozo y esta felicidad? En el Espíritu Santo se conoce al Señor, y el Espíritu Santo llena todo el hombre: alma, mente y cuerpo. Así Dios es conocido tanto en el cielo como en la tierra.
Hombres, criaturas de Dios, conoced a vuestro Creador. Él nos ama. Conoced el amor de Cristo y vivid en paz, y de este modo alegraréis al Señor. Él espera, con clemencia, que todos los hombres vayan a Él. Acercaos a Dios, pueblos de la tierra, dirigid hacia Él vuestra oración. Entonces la oración de toda la tierra se alzará hacia el cielo como una maravillosa nube iluminada por el sol. Habrá alegría en el cielo y entonará un himno que exalte al Señor (Archimandrita Sofronio, Silvano del Monte Athos. Vita, dottrina, scritti, Turín 1978, 319-320.323-324).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra:
«En todo lo que pedimos al Padre según su voluntad, él nos atiende» (1 Jn 5,14).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿Cómo se puede confiar en la existencia de un incondicional amor divino, cuando la mayor parte de lo que uno experimenta, sino todo, es contrario al amor: miedo, odio, violencia y abusos?
¡No se está condenado a ser víctima! Queda en éstos, aunque puede parecer escondida, la posibilidad de elegir el amor. Muchas personas que han sufrido los rechazos más terribles y han sido sometidas a las más crueles torturas, han sido capaces de escoger el
amor. Eligiendo el amor se han hecho testimonios no sólo de la enorme capacidad de recuperación del ser humano, sino también del amor divino que trasciende todos los amores humanos.
Quienes eligen el amor, aunque a pequeña escala, en medio del odio y del miedo, son los que ofrecen al mundo una esperanza auténtica (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997. 181).
Comentarios
Publicar un comentario