LECTIO DIVINA 2º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C

 LECTIO DIVINA 2º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C

Isaías 62, 1-5. I corintios 12, 4-11. Juan 2, 1-11

Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero

 


 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Como el esposo se alegra con la esposa. 

Del libro del profeta Isaías 62, 1-5

 

Por amor a Sión no me callaré y por amor a Jerusalén no me daré reposo, hasta que surja en ella esplendoroso el justo y brille su salvación como una antorcha. 

Entonces las naciones verán tu justicia, y tu gloria todos los reyes. Te llamarán con un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona de gloria en la mano del Señor y diadema real en la palma de su mano. 

Ya no te llamarán “Abandonada”, ni a tu tierra, “Desolada”; a ti te llamarán “Mi complacencia” y a tu tierra, “Desposada”, porque el Señor se ha complacido en ti y se ha desposado con tu tierra. 

Como un joven se desposa con una doncella, se desposará contigo tu hacedor; como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo. 

 

Palabra de Dios.

R./Te alabamos Señor

 

Estamos en tiempos del edicto de Ciro. En él se concede a los exiliados judíos la vuelta a su patria y la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén (538 a. de C.). El texto recoge la visión del profeta sobre la ciudad santa, envuelta por el amor de Dios. Está descrita con una terminología tomada de una fiesta de bodas. Se trata de un anuncio salvífico de consolación y de esperanza: Dios es fiel, perdona y vuelve a acoger a su pueblo, aun cuando sea pecador y se haya alejado del pacto de la alianza. 

El encuentro del Señor con Jerusalén es «liberación», esto es, signo de la acción salvífica de Dios; es «gloria», signo de su presencia amorosa en medio de su pueblo; es «salvación», puesto que Dios se ha acordado del «resto de Israel» y ha manifestado la fidelidad de su amor (cf. Os 2,15-25). 

El pasaje de Isaías tiene cierta sintonía con el evangelio (Jn 2,1-12). Primero viene el motivo de la alianza, descrita con la imagen de unos esponsales: «Serás corona espléndida en manos del Señor, corona real en la palma de tu Dios» (v. 3); a continuación está el motivo de la gloria: «Los pueblos verán tu liberación y los reyes tu gloria» (v. 2). Estos dos motivos, presentes asimismo en el texto de Juan, los aplica la liturgia a Cristo.

 

SEGUNDA LECTURA

Uno solo y el mismo Espíritu distribuye sus dones según su voluntad.

De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios 12, 4-11

 

Hermanos: Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo. 

En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Uno recibe el don de la sabiduría; otro, el don de la ciencia. A uno se le concede el don de la fe; a otro, la gracia de hacer curaciones, y a otro más, poderes milagrosos. Uno recibe el don de profecía, y otro, el de discernir los espíritus. A uno se le concede el don de lenguas, y a otro, el de interpretarlas. Pero es uno solo y el mismo Espíritu el que hace todo eso, distribuyendo a cada uno sus dones, según su voluntad. 

 

Palabra de Dios.

R./ Te alabamos Señor.

 

La Iglesia de Corinto era una comunidad vivaz y carismática, pero la acechaban dos peligros: el de hacerse la ilusión de que la presencia del Espíritu era suficiente para garantizar la fidelidad a la tradición, la corrección moral, la unión comunitaria; y el de sobrevalorar, de una manera indebida, algunos carismas -como el de las lenguas- a costa de otros -como los carismas del servicio- Pablo, al intervenir en esta situación, comunica a la comunidad de Corinto una afirmación fundamental, válida para todas las comunidades cristianas: la variedad de los dones procede del Espíritu. Éste es rico y no puede manifestarse de un solo modo. 

A renglón seguido realiza una segunda afirmación fundamental. La variedad de los dones, para que sea signo del Espíritu, debe cumplir una condición: la edificación común. Detrás de la variedad del don de cada uno está la caridad, el carisma mejor y común. Sólo con esta condición se puede hablar de la presencia del Espíritu en la comunidad. La caridad es capacidad de colaboración entre creyentes, es amor a Cristo, antes que entre nosotros, y conduce a acuerdos dinámicos, de conversión, y no simplemente estáticos, de sistematización.

 

EVANGELIO

La primera señal milagrosa de Jesús, en Cana de Galilea. 

Del santo Evangelio según san Juan 2, 1-11

 

En aquel tiempo, hubo una boda en Cana de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Este y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían: “Hagan lo que él les diga”. 

Había allí seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo”. 

Así lo hicieron, y en cuanto el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora”. 

Esto que Jesús hizo en Cana de Galilea fue la primera de sus señales milagrosas. Así mostró su gloria y sus discípulos creyeron en él. 

 

Palabra del Señor.

R./Gloria a ti, Señor Jesús

El gesto realizado por Jesús en Caná es una manifestación mesiánica, una epifanía en la que el mismo Jesús se manifiesta, a diferencia del bautismo en el Jordán, donde es el Padre quien revela el significado profundo de Cristo. El episodio tiene una gran importancia en Juan, porque es el primero y el modelo de todos los «signos», el que encierra el sentido de los distintos gestos de Jesús. El doble significado del «signo» está indicado al final del relato: revela la gloria de Cristo y conduce a la fe (v. 11).

Algunos detalles de la manifestación de Jesús en Caná, como la abundancia del vino, su óptima calidad y el hecho de que sustituye al agua preparada para las abluciones rituales, son rasgos mesiánicos que sacan a la luz a Jesús como Mesías, que inaugura la nueva alianza y la nueva ley. También el marco de la fiesta nupcial, en el que tiene lugar el milagro, pone de manifiesto a Jesús como esposo mesiánico, que celebra las bodas mesiánicas con la Iglesia, su esposa, simbolizada por María, la mujer de la verdadera fe.

Estas bodas mesiánicas, por otra parte, tienden absolutamente hacia la «hora» de la cruz y la resurrección. Desde esta perspectiva es como se comprende la naturaleza de la «gloria» que se manifiesta en Caná. Para Juan, es en la cruz donde se manifiesta la gloria. Esta última no es otra cosa que el esplendor y el poder del amor de Dios, que se entrega. En consecuencia, para el discípulo, abandonarse a Jesús significa abandonarse a la lógica del amor hasta sus consecuencias más radicales, como la fe de María, que acepta la aparente negativa y se deja llevar hacia una expectativa superior.

 

MEDITATIO

 

Todos los textos de hoy nos hablan de la extraordinaria novedad que nos ha traído Jesús con su presencia y su acción mesiánica. En el «signo» de Caná nos entrega el mejor vino e inaugura, de manera simbólica, los tiempos nuevos queridos por Dios y anunciados por los profetas (cf. Is 62,1-5). La gran novedad que ha traído Jesús al mundo, tal como atestiguan los evangelios, es la entrega de su Espíritu, del que cada uno tiene una manifestación en la comunidad para el servicio del bien común, como nos recuerda Pablo. El Espíritu de Jesús es la fuente viva del amor filial a Dios y del amor fraterno a los otros. Y este amor es la antítesis del egoísmo que nos encierra en nosotros mismos y nos lleva a considerarnos el centro del universo. Ésta es la convicción evangélica confirmada por la experiencia: sin el Espíritu que nos comunica Jesús somos incapaces de salir de nosotros mismos y de abrirnos a Dios y a los otros. En consecuencia, somos viejos, en el sentido evangélico del término, y permanecemos anclados en el pecado y en la muerte. Como nos recuerda la Gaudium et spes, el que nos hace «nuevos» -es decir, capaces de amar de una manera desinteresada a los otros, es el Espíritu que Dios infunde, por medio de Cristo resucitado, en el corazón de cada hombre de buena voluntad (GS 22 y 38). Él nos hace nuevos en el corazón, el centro más profundo de nuestro ser, cumpliendo así las antiguas profecías

(cf. Ez 11,19; 36,26). 

Jesús decía a los fariseos que el vino nuevo debe ponerse «en odres nuevos» (cf. Mt 9,17; Mc 2,22; Lc 3,37ss), porque sólo éstos pueden contenerlo. Debemos preguntarnos hasta qué punto somos nosotros, efectivamente, «odres nuevos», capaces de ofrecer espacio al «vino nuevo» del Espíritu que él nos ofrece. Es probable que volvamos a recaer más de una vez en el viejo régimen del egoísmo y que nuestros corazones alberguen actitudes y modos de sentir que no pertenecen al Reino de la novedad querida por Dios. A nosotros nos corresponde pedir insistentemente al Padre el Espíritu que nos renueva (Lc 11,13).

ORATIO

 

Oh Padre, que has querido hacer de tu Hijo el hombre nuevo, colmado de tu Espíritu, y por medio de él lo derramas en los corazones de los hombres, renovándolos de una manera radical, te pedimos con confianza e insistencia, tal como él mismo nos ha enseñado a hacerlo, que te dignes llenar nuestros corazones de su presencia y de su fuerza. Si tú nos lo otorgas, podremos salir de la condición de hombres viejos, movidos por el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos, y podremos llegar a ser de verdad hombres nuevos. Seremos capaces de amarte a ti como hijos y a los otros hombres y mujeres como hermanos y hermanas. Y la alegría profunda que nos proporcionará nuestra nueva condición llenará cada momento de nuestra jornada. 

No dejes que entren en nuestros corazones otros espíritus: el espíritu del orgullo, de la vanidad, de la envidia, de la avidez... Estos espíritus pertenecen al mundo viejo y llevan a la muerte, pero nosotros queremos vivir. Tú, que «amas la vida», arranca de nosotros esos espíritus, para que el Espíritu vivificante, que viene de ti a través de tu Hijo amado, pueda ocupar todo nuestro espacio interior.

 

 

CONTEMPLATIO

 

El corazón de María es un tesoro inmenso; su boca es su canal; sin embargo, no se abre con frecuencia: por eso es menester dilatar nuestro propio ánimo, a fin de recibir con avidez algunas palabras y considerarlas bien. 

En este momento María ruega a su Hijo en cuanto madre. Es preciso que prestemos atención a esto: desde que María dijo: «He aquí la esclava del Señor», ya no ora como esclava, sino como madre. Tenemos que contemplar los ojos de María cuando mira con humilde modestia a su amado Hijo para hacerle esta petición. Es preciso que consideremos su corazón y sus sentimientos. En esta circunstancia quiere dos cosas: la manifestación de la gloria del Hijo, y el bien y el consuelo de los convidados; dos deseos y dos voluntades dignos del amor perfecto del corazón de María. La caridad perfecta intenta procurar también los bienes temporales no por lo que son en sí, sino para el consuelo espiritual de las almas. María es omnipotencia suplicante: «No tienen vino», dice. 

La segunda cosa que debemos observar es ésta, la vida de Maria es una vida de silencio. Cuando tenía ne cesidad de hablar, lo hacía con el menor número de palabras posible, también con su Hijo hablaba sólo en el silencio, La conversación de Jesús con María era absolutamente interior, sus palabras exteriores se pueden contar con los dedos de las manos, Aquí María está obligada a hablar, y lo hace empleando sólo tres palabras. 

En tercer lugar, Maria demuestra que conoce el gran mandamiento de nuestro Señor sobre la oración; a saber: que ésta no consiste en hablar mucho, Indicando lo que era necesario, nos enseña un modo extraordinario de orar, y Jesús ha visto su deseo en su corazón y en sus ojos, He aquí una manera más que perfecta de orar, abrir los pliegues del corazón ante nuestro dulcísimo Maestro y reposar, después, nuestro animo en él, abandonándonos a su gran amor y a su infinita misericordia y esperando, en una contemplación de amor, el efecto de su ternura con nosotros (F.-M. Libermann, Commentaire de Saint Jean, Brujas 1958, pp. 1188s),

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero» (Ap 19,9),

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

No conseguiremos nunca agotar la riqueza de significados de los signos del evangelista Juan, En el primero de ellos se nos reveld Jesus como alguien que da vino a los esposos de Cana, las bodas necesitan alegria, «¿Acaso pueden ayunar los invitados a la boda cuando el esposo está con ellos?», dice Jesús. El vino está en su sitio en una fiesta de bodas, porque el vino simboliza todo lo que la vida puede tener de agradable: la amistad, el amor humano y, en general, toda la alegría que puede ofrecer la tierra, aunque con su ambigüedad. Quisiéramos que este vino, que es la alegría de vivir, «el vino que alegra el corazón del hombre», no faltara nunca. Se lo deseamos a todos los esposos. Pero falta en algunas ocasiones. Les faltó a los esposos de Caná: «No tienen vino». Jesús hubiera podido responder: si no tienen, que lo compren. El hecho es que el vino es la alegría de vivir, algo que no se puede comprar ni fabricar, y es difícil estar sin ella. Y este vino, del que los esposos tienen necesidad, pero que nunca podrían darse a sí mismos, este vino -decíamos- lo «crea» Jesús del agua, porque se trata de un vino nuevo.

Juan quiere decirnos que el vino nuevo es bueno, nunca probado hasta entonces: es Jesús mismo. El vino se muestra significativo como don de Jesús: está al final, es bueno, es abundante. Es signo del tiempo de la salvación. El vino es así «la sangre derramada» de Cristo por nosotros, es el signo de la caridad, de la entrega de sí, algo tan importante para poder vivir como cristianos. El vino de las bodas de Caná, ese esperado vino bueno, es el don de la caridad de Cristo, el signo de la alegría que trae la venida del Mesías. Las fiestas de los hombres acaban de esa forma que tan bien describe el maestresala: la tristeza del lunes. Jesús, en cambio, es «el sábado sin noche», como decía san Agustín: cuando pensamos que la fiesta se acaba –«No tienen vino», aparece el vino bueno, conservado hasta ese momento, el vino nuevo jamás probado antes (A. S. Bessone, Prediche della domenica. Anno C, Biella 1992, pp. 185-190, passim).

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