LECTIO DIVINA MIERCOLES DE LA 3ª SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTIO DIVINA MIERCOLES DE LA 3ª SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

2 Samuel 7,4-17. Marcos 4,1-20

Te llevo de la mano. Estoy congigo todos los días.

 


 

LECTIO

 

Primera lectura 

2 Samuel 7,4-17

 

En aquellos días, el Señor dirigió esta palabra a Natán: 

Ve a decir a mi siervo David: Esto dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que viva en ella? Yo no he habitado en una casa desde el día en que saqué de Egipto a los israelitas hasta hoy. He estado peregrinando de un sitio a otro en una tienda que me servía de santuario. Durante todo el tiempo que he caminado con ellos, ¿pedí yo acaso a uno solo de los jueces de Israel, a quienes mandé pastorear a mi pueblo Israel, que me edificaran una casa de cedro? Por tanto, di a mi siervo David: Así dice el Señor todopoderoso: Yo te tomé de la majada, de detrás de las ovejas, para que fueras caudillo de mi pueblo, Israel. 'He estado contigo en todas tus empresas, he exterminado delante de ti a todos tus enemigos, y yo haré que tu nombre sea como el de los grandes de la tierra. Asignaré un lugar a mi pueblo Israel y en él lo plantaré, para que lo habite y no vuelva a ser perturbado, ni los malvados lo opriman como antes," como en el tiempo en que yo establecí jueces sobre mi pueblo Israel; te daré paz con todos tus enemigos. Además, el Señor te anuncia que te dará una casa. Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas y consolidaré su reino. Él edificará una casa en mi honor y yo mantendré para siempre su trono real.

Seré para él un padre y él será para mí un hijo. Si hace el mal, yo le castigaré con varas y con golpes, como hacen los hombre. Pero no le retiraré mi favor; como se lo retiré a Saúl, a quien rechacé de mi presencia. Tu casa y tu reino subsitirán para siempre ante mí y tu trono se afirmará para siempre.

Natán comunicó a David estas palabras y esta visión.

 

Palabra de Dios

R./Te alabamos Señor

 

La profecía de Natán, uno de los textos fundamentales del mesianismo real, derriba por completo el proyecto de David. Pretendía éste construir un templo que fuera digno del arca de Dios en la ciudad santa (2 Sm 7,1-3). El oráculo se abre con una pregunta retórica, « ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que viva en ella?» (v. 5), que forma inclusión con la afirmación antitética del v. 11: «Además, el Señor te anuncia que te dará una casa». Viene, a continuación, la referencia al éxodo, como ocurre cada vez que se hace mención de la alianza, insistiendo en la tienda y en las peregrinaciones del desierto: la presencia del Señor no puede quedar aprisionada en un lugar y en un edificio. 

A la mención del éxodo va unido el recuerdo de las acciones en favor del rey. El poder de David depende únicamente de la intervención de Dios: él lo tomó de los pastos, le dio la victoria (la «paz con todos tus enemigos», se repite en esta perícopa tres veces), dará estabilidad al pueblo en la Tierra y engrandecerá el nombre del rey. No será David quien construya el templo, sino, al contrario, es el Señor quien le dará una casa: la contraposición queda subrayada con la repetición del mismo vocablo, «casa», para designar tanto al templo como a la dinastía davídica. 

Sólo después de la muerte de David, suscitará el Señor su linaje (cf. v. 12). Como sucede a menudo en los oráculos proféticos, hay dos posibles niveles de lectura: la referencia inmediata iría dirigida a Salomón, que será quien construya el templo; en segunda instancia, la profecía se refiere al Mesías futuro. El Mesías construirá «una casa» al Nombre de Dios, su reino durará para siempre, y es a él a quien se aplica la fórmula de adopción: «Seré para él un padre y él será para mí un hijo» (v. 14).

 

EVANGELIO 

Marcos 4,1-20

 

En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar de nuevo junto al lago. Acudió a él tanta gente que tuvo que subir a una barca que había en el lago y se sentó en ella, mientras toda la gente permanecía en tierra, a la orilla del lago. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas.

Les decía: 

- ¡Escuchen! Salió el sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino. Vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida, porque la tierra era poco profunda, pero, en cuanto salió el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre cardos, pero los cardos crecieron, la sofocaron y no dio fruto. Otra parte cayó en tierra buena y creció, se desarrolló y dio fruto: el treinta, el sesenta y hasta el ciento por uno. 

Y añadió: 

- ¡Quien tenga oídos para oír que oiga! 

Cuando quedó a solas, los que le seguían y los Doce le preguntaron sobre las parábolas. 

Jesús les dijo: 

- A vosotros se les ha dado a conocer el misterio del Reino de Dios, pero a los de fuera todo les resulta enigmático, de modo que:  

por más que miran, no ven,

y, por más que oyen, no entienden;

a no ser que se conviertan

y Dios los perdone.

Y añadió:

- ¿No entienden esta parábola? ¿Cómo van a comprender entonces todas las demás? El sembrador siembra el mensaje. La semilla sembrada al borde del camino se parece a aquellos en quienes se siembra el mensaje, pero en cuanto lo oyen viene Satanás y les quita el mensaje sembrado en ellos. Lo sembrado en terreno pedregoso se parece a aquellos que, al oír el mensaje, lo reciben en seguida con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos: son inconstantes y, en cuanto sobreviene una tribulación o persecución por causa del mensaje, sucumben. Otros se parecen a lo sembrado entre cardos. Son esos que oyen el mensaje, pero a quienes las preocupaciones del mundo, la seducción del dinero y la codicia de todo lo demás les invaden, ahogan el mensaje y éste queda sin fruto. Lo sembrado en la tierra buena se parece a aquellos que oyen el mensaje, lo acogen y dan fruto: uno treinta, otro sesenta y otro ciento.

 

Palabra del Señor

R./ Gloria a Ti, Señor Jesús.

 

Este fragmento inaugura la sección de las «parábolas del Reino». El auditorio es muy amplio, hasta tal punto que Jesús debe subir a una barca para que lo vean todos. Los judíos estaban acostumbrados a las parábolas, pues también las empleaban los rabinos. Eran relatos de apariencia sencilla, aunque con un elemento de sorpresa o una conclusión inesperada que inducen a buscar un significado ulterior por debajo del inmediato. 

La parábola se orienta sin demora a la figura del sembrador (v. 3), pero la atención se traslada de inmediato a la semilla (v. 4). Del sembrador queda sólo el gesto generoso y amplio con que la esparce sin llevar cuidado у de manera abundante. Aquí encontramos ya una cosa extraña. Sigue, a continuación, la tipología de los terrenos en los que cae la semilla, hasta la exageración evidente de la cosecha en el terreno bueno (v. 8): tenemos aquí el punto culminante, el punto en el que la prodigalidad fuera de lo común del sembrador es recompensada por un rendimiento desproporcionado. La imagen de la cosecha remite al fin de los tiempos: el significado originario de la parábola, reconducible al mismo Jesús y comprensible a sus oyentes, dice que la venida del Mesías está cerca y describe la abundancia de gracia del Reino mesiánico. 

Viene, después, un breve diálogo en torno a la comprensión de las parábolas. Es probable que esta parte sea más tardía; aparece, en efecto, de repente, una antitesis entre los miembros de la comunidad y los demás: «ustedes» y «los de fuera» (v. 11), con una cita de Isaías. Es probable que Marcos quiera subrayar aquí un tema que le resulta entrañable: el «secreto mesiánico». La explicación (vv. 14-20), en clave alegórica, se resiente de la experiencia de la comunidad primitiva en la predicación del Evangelio. La semilla se identifica claramente con la Palabra, y los terrenos corresponden a las diferentes reacciones suscitadas por la predicación de los discípulos. La antítesis que aparece aquí no es tanto entre los discípulos y los otros como entre los distintos oyentes, según su actitud hacia la Palabra.

 

MEDITATIO

 

Estamos acostumbrados a razonar según nuestros esquemas, a calcular por anticipado los resultados de nuestro trabajo, a proyectar nuestra actividad. Los criterios de juicio del Evangelio son, sin embargo, muy distintos y, con frecuencia, el Señor subvierte nuestros planes de manera inesperada, a veces difícil de comprender y aceptar. Como David, pensamos hacer bien proyectando atrevidas construcciones, y cuando salimos a los campos para «sembrar» –una metáfora que se aplica muy bien al compromiso eclesial, no estamos, a buen seguro, tan despistados que echemos la semilla en el camino y entre las piedras. El mismo profeta, en un primer momento, aprueba la intención de David (2 Sm 7,3), e incluso los apóstoles tienen dificultades para comprender la lógica de una siembra tan extraña (Mc 4,13). 

Debemos acostumbrarnos a darle la vuelta a nuestra mentalidad, a cambiar radicalmente de dirección: ése es el primer significado de la palabra conversión. No nos hagamos la ilusión de que cumplimos nuestro deber sólo porque «construimos» algo visible, incluso grandioso a los ojos de los hombres. No pretendamos que el fruto de nuestra «siembra» dependa exclusivamente de la prudencia de nuestros programas. Todo lo que hagamos está en manos del Señor: Él será quien dé estabili dad a nuestra «casa» y haga fértil nuestro «terreno». 

Confiémonos con humildad y con sencillez a su guía, sin desvivirnos detrás de tantas preocupaciones tal vez secundarias: como David, «descansaremos con nuestros antepasados» (2 Sm 7,12) y el Señor guiará a su pueblo en la paz. 

 

ORATIO

 

Perdona, Señor, nuestra superficialidad: somos, con frecuencia, el terreno pedregoso en el que tu Palabra no puede echar raíces. Perdona, Señor, nuestra inconstancia, que seca enseguida en nuestro corazón el entusiasmo suscitado por tu Palabra. Perdona, Señor, nuestra fragilidad: las preocupaciones cotidianas nos distraen y corremos detrás de muchas cosas superfluas. Perdona, Señor, nuestra presunción: creemos poder predisponerlo todo y hacerlo todo con nuestras fuerzas. 

Ayúdanos a confiarnos con la seguridad del niño a tu guía: sólo tú puedes hacer estable nuestra fe para siempre. Convierte nuestro corazón y manténnos cerca de ti hasta el momento en el que, como a David, nos lleves de la mano a «descansar con nuestros antepasados».

 

CONTEMPLATIO 

 

Cuando las pavas reales incuban en lugares muy blancos, también los polluelos son completamente blancos; así, cuando nuestras acciones se encuentran en el amor de Dios, si proyectamos alguna obra buena o tomamos alguna iniciativa, todas las acciones que de ahí siguen toman el valor y llevan la nobleza del amor de donde han tomado su origen: en efecto, ¿quién no ve las acciones propias de su vocación o necesarias para la realización de su proyecto dependen de la primera opción y de la primera decisión que tomó? 

Ahora bien, Teótimo, no hemos de detenernos en este punto; más aún, para realizar un excelente progreso en la devoción, es preciso orientar toda nuestra vida y todas nuestras acciones a Dios no sólo al comienzo de nuestra conversión y, después, de año en año, sino que hemos de ofrecerlas también todos los días; [...] en efecto, en la renovación diaria de nuestra ofrenda, pongamos en nuestras acciones la energía y la virtud de la dilección, mediante una renovada aplicación del corazón a la gloria divina, por cuyo medio se ve santificado cada vez más (Francisco de Sales, Trattato dell'amor di Dio, Milán 1989, pp. 885ss [edición española: Tratado del amor de Dios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1995]).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Los que oyen el mensaje, lo acogen y dan fruto» (Mc 4,20).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Entremos en las sencillas y cotidianas realidades del vivir de cada persona. Hay un proyecto, una expectativa, un compromiso: está el deseo de alcanzar cierta posición social, de realizar algunos sueños cultivados largamente en la adolescencia y en la primera juventud; hay un conjunto de ideales que forman casi la plataforma de las opciones más inmediatas, Mirando por todas partes, escuchando todas las voces, dejando que desde dentro de sí irrumpa el grito espontáneo, puede decirse que todo va repitiendo: «la vida es tuyal», La vida es la bella invención que cada día brota de la mente y de los sentimientos del hombre, es la hermosa aventura que cada hombre realiza de manera personal, es la incógnita que cada dia es descifrada explotada para nuestra propia felicidad. La vida es tuya. Ahora bien, si miras alrededor, te darás cuenta de que la vida no está para nada en tus manos: no puedes hacer con ella lo que quieras. 

La vida te ha sido dada: no la has pedido tú, no la has programado, no la has dieñado como un proyecto que debes seguir. La vida me ha sido dada para que pueda gozarla de una manera tan plena que agote el proyecto de Dios, de suerte que pueda convertirla en un momento, en un paso, en un elemento palpitante de todo el universo, en un punto importante en el camino de la civilización humana. Desde esta perspectiva, todo hombre tiene ante si campos ilimitados de acción, modos inagotables de elección, posibilidades continuas para «inventar su propia vida», para administrar esta inmensa riqueza y hacer de él mismo y de toda la humanidad una aventura nunca acabada у cada vez más fascinante. 

La primera regla para inventar la vida, para dar consistencia y garantía de crecimiento y de solidez a nuestra personalidad, es la de echar raíces. Echar raíces significa adherirse a una realidad concreta, pertenecer a un territorio, a una experiencia, a un contexto: todo eso equivale a reconocer una realidad que nos precede y a declarar de manera positiva nuestro carácter concreto. Equivale a aceptar el ambiente en el que estamos, sentir que pertenecemos a ese pedazo de tierra, a ese segmento de la sociedad, al círculo de personas con las cuales, queramos o no, vivimos: equivale a aceptar como propia la realidad cotidiana. Echar raíces supone siempre una actitud libre y responsable que compromete a una presencia inteligente e invita a la fantasía a encontrar nuevas posibilidades y nuevas soluciones destinadas a cambiar y mejorar todo lo que encontramos (G. Basadonna, Inventare la vita, Milán ’1990, pp. 28-42, passim). 

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