LECTIO DIVINA LUNES DE LA 3ª SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTIO DIVINA LUNES DE LA 3ª SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

II Samuel 5, 1-7. 10. Marcos 3, 22-30

El Reino de Dios ya está entre nosotros.

 


LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Tú serás el pastor de Israel, mi pueblo. 

Del segundo libro de Samuel 5, 1-7. 10

 

En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David, de la tribu de Judá, y le dijeron: "Somos de tu misma sangre. Ya desde antes, aunque Saúl reinaba sobre nosotros, tú eras el que conducía a Israel, pues ya el Señor te había dicho: 'Tú serás el pastor de Israel, mi pueblo; tú serás su guía' ".

Así pues, los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver a David, rey de Judá. David hizo con ellos un pacto en presencia del Señor y ellos lo ungieron como rey de todas las tribus de Israel. 

David tenía treinta años, cuando comenzó a reinar. Primero reinó en Hebrón, sobre Judá, siete años y tres meses. Después, en Jerusalén, reinó sobre todo Israel y Judá, treinta y tres años. En total, su reinado duró cuarenta años.

Una vez ungido rey, David y sus hombres marcharon a Jerusalén, contra los yebuseos que habitaban aquella tierra. Estos le dijeron a David: "Tú no entrarás aquí, pues los ciegos y los cojos bastarán para rechazarte. Ellos mismos dicen: 'David jamás entrará aquí' ". Él, sin embargo, tomó la fortaleza de Sión, que en adelante se llamó "la ciudad de David". David se hacía cada vez más poderoso y el Señor estaba con él. 

 

Palabra de Dios.

R./ Te alabamos Señor

 

El pasaje incluye dos episodios distintos: la unción de David como rey de Israel (vv. 1-5) y la conquista de Jerusalén (vv. 6ss), con una conclusión recogida en el v. 10. En los vv. 1ss, las tribus de Israel reconocen por propia iniciativa la soberanía de David, mientras que en los v. 4ss se precisan los datos cronológicos de su reinado. El versículo central, con la alianza y la unción del rey, es la cima a la que tiende toda la historia de la ascensión al poder, desde la primera aparición de David en la corte de Saúl. La narración, de una brevedad que frisa en el laconismo, no tiene una intención celebradora, sino que se propone legitimar la subida al trono de David, alejando de él cualquier sospecha de incorrección en la lucha por el poder. 

La conquista de Jerusalén se imponía por razones políticas: dado que estaba situada entre los territorios de Israel y de Judá, y no pertenecía a ninguno de los dos, sino a los jebuseos, podía ser aceptada como capital por los dos socios del nuevo reino. La ciudad fue tomada por la milicia personal de David. Debemos subrayar que no fue sometida ni a Israel ni a Judá, sino que permaneció -por así decirlo, neutral, como centro autónomo del poder del rey. El v. 10 repite el leitmotivteológico, y podría representar la conclusión originaria de la historia de David, de su tortuoso camino por los pastos de Belén a los dominios de Sión. Lo que sigue, con el tema del reino mesiánico eterno, introducido por la profecía de Natán (2 Sm 7), corresponde a otra mano.

 

EVANGELIO

Satanás ha sido derrotado.

Del santo Evangelio según san Marcos 3, 22-30

 

En aquel tiempo, los escribas que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: "Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera". 

Jesús llamó entonces a los escribas y les dijo en parábolas: "¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un reino está dividido en bandos opuestos no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa. 

Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno". Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo. 

 

Palabra del Señor.

R./ Gloria a Ti, Señor Jesús

 

El pasaje refiere una de las disputas entre Jesús y los que se le oponen. Al no poder negar la evidencia de los prodigios realizados por Jesús, sus adversarios atacan la naturaleza misma de su poder, insinuando que expulsa a los demonios en nombre de Belzebú (v. 22).  

Jesús hace frente de manera abierta a los que le calumnian: conoce su pensamiento (cf. Mt 12,25) y los llama para rebatir directamente sus acusaciones o, bien, hablando por medio de «comparaciones» (v. 23). Su respuesta, extensa y articulada, es una argumentación típica de escuela que pone de relieve la contradicción en la que incurren sus adversarios. Si fuera Satanás el que expulsa a Satanás, eso querría decir que su poder está llegando a su fin. Con una sutil ironía, Jesús pliega el argumento adverso transformándolo en una profecía inconsciente: el reino de Satanás llega, efectivamente, a su fin porque el Reino de los cielos está cerca; es más, está aquí (vv. 24-26). 

Atar al hombre fuerte y saquear su casa -esto es, liberar al endemoniado del poder de Satanás y a los pecadores de la esclavitud del pecado- constituye, precisamente, el signo del reconocimiento de que obra en nombre de Dios. Confundir, de modo artero, las cosas y atribuir al «espíritu inmundo» (v. 30), en vez de al Espíritu de Dios, la acción liberadora de Jesús es la blasfemia contra el Espíritu Santo. Una blasfemia que no puede ser perdonada, porque es la negación consciente y voluntaria del amor de Dios.

 

MEDITATIO

 

La primera lectura subraya la acción unificadora de David, que, asumiendo el poder sobre las tribus del norte y del sur y conquistando Jerusalén, construyó el reino de Israel. En la perícopa del evangelio describe Jesús el «reino dividido» de Satanás, a fin de mostrar el poder del Espíritu. La figura del reino dividido y rebelde, del hombre fuerte atado y desautorizado, se contrapone a la imagen del Reino eterno del perdón, contra el que nadie podrá oponerse con éxito y en el que todos encuentran acogida y salvación: «Les aseguro que todo se les podrá perdonar a los hombres, los pecados y cualquier blasfemia que digan» (Mc 3,28). De esta misericordia sin fin sólo podrá excluirnos el misterio terrible de nuestra libertad: sólo quien «blasfema contra el Espíritu Santo», confundiendo al Hijo del hombre con Satanás, «divide» el Reino de Dios y lo hace en sí mismo insignificante e ineficaz.

 

ORATIO

 

Tu Palabra resulta hoy, Señor, dura. Nos gustaría encontrar siempre en el evangelio dulzura y perdón, nos gustaría sentirnos comprendidos, aceptadosdos, excusados. Sentimos fuertemente la tentación de cubrir las  páginas terribles de la Escritura, de imaginar un dualismo entre un «Dios vengador» que rechazamos y un «Dios misericordioso» que sería el tuyo, Señor Jesús, y que quisiéramos transformar de Padre en «abuelo». 

Sin embargo, están -también en tu Evangelio, Señor- las palabras de condena. Y es que la conversión que nos propones es seria; no basta con un movimiento superficial del sentimiento. Por eso te invoco: tú, Padre, que te llamas Misericordia, tú que no consideras a nadie un «granuja», sino siempre un hijo amado, encuentra caminos para llegar a nosotros en nuestro escondite y hacernos partícipes de tu mirada sobre nosotros. Tu mirada es una mirada de bondad, una mirada de clemencia, una mirada de comprensión: la única capaz de volver a lanzarnos hacia ti y hacia los hermanos.

 

CONTEMPLATIO

 

Los fariseos, considerados como especialistas de la Ley, [...] ofrecían sacrificios a los demonios y no a Dios (cf. Dt 32,17), diciendo que el Señor tenía un demonio y atribuyendo las obras de Dios a los demonios. [...] Era más bien Belzebú el que hablaba en ellos, haciendo que por los aspectos humanos lo llamaran simplemente hombre, y por las obras que eran propias de Dios no lo reconocieran como tal, sino que en su lugar divinizaron al Belzebú que tenían en ellos, mereciendo así ser atormentados eternamente en el fuego con él. [...] 

Si tal es la pena que les está reservada, está claro que los verdaderos creyentes en Cristo, esto es, aquellos que lo adoran, ya sea según la carne, ya sea según el Espíritu (cf. Rom 1,3), [...] reinarán para siempre en los cielos (Atanasio, Lettere a Serapione. Lo Spiritu Santo, Roma 1986, pp. 163-170).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Satanás no puede subsistir, sino que está llegando a su fin» (Mc 3,26).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

La «buena noticia» del Evangelio es el anuncio de un perdón otorgado de manera indistinta a todos, un perdón gratuito, alegre, preveniente, sin condiciones ni «penitencias», salvo la de abrirse a él y dejarle cambiar nuestros corazones. Pero he aquí que Jesús nos habla de pecados irremisibles y eternos. ¿Existe, pues, un pecado que no puede ser perdonado? [...] El Antiguo Testamento era el reino del Padre, que se revelaba a través de la naturaleza y la historia del pueblo judío; ahora bien, esta revelación era provisional y, progresiva y convenció a pocos. [...] El Nuevo Testamento es el reino del Hijo, pero su gloria estuvo velada durante los días de la encarnación e irradio sólo después de la ascensión. Decepcionó, desanimó, produjo descontento entre sus conciudadanos, sus seguidores, su familia, sus discípulos. [...] 

Ahora bien, el tiempo de la Iglesia es el reino del Espíritu Santo. Se trata del esfuerzo supremo, definitivo, de Dios para manifestarse a nosotros. Ya no es preciso esperar otros, porque no hay una cuarta persona de la Trinidad. A quienes no convenza el testimonio del Espíritu Santo no les queda más esperanza de salvación. En efecto, por continuar esperando, a pesar de todo, una nueva revelación de Dios, terminan por caer en las trampas del Anticristo. Éste recogerá a cuantos piensan que Dios no hubiera debido hacerse reconocer través del amor, sino a través de signos más eficaces, como la fuerza, el prestigio, el miedo, el dinero, la disciplina, la eficiencia. [...] Nuestras iglesias, frías e impersonales, son, con frecuencia, lugares en los que circula poco el Espíritu de amor incluso cuando están llenas de cristianos. Éstos se encuentran más yuxtapuestos que reunidos.  

La indiferencia recíproca que reina entre los presentes desanima el intento de un encuentro fraterno. Por eso el Espíritu de amor no se hace visible, y nadie se convierte asistiendo a ciertas misas dominicales. [...] Nuestro mundo dividido, desfigurado por el odio, por el racismo, por la droga, por la violencia, se convertirá ante comunidades cristianas en que valga la pena vivir, creer, comprometerse. Es fácil convertir al mundo: basta con hacer visible al Espíritu Santo (L. Evely, Meditazioni sul Vangelo, Asís 1975, pp. 154-156).

 

 

 

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