LECTIO DIVINA LUNES 2ª SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTIO DIVINA LUNES 2ª SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

I Samuel 15, 16-23. Marcos 2, 18-22

La obediencia vale más que el sacrificio


 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

La obediencia vale más que el sacrificio. El Señor te ha rechazado como rey.

Del primer libro de Samuel 15, 16-23

 

En aquellos días, Samuel le dijo a Saúl: “Te voy a manifestar lo que el Señor me dijo hoy en la noche”. Él le contestó: “¿Qué te dijo?” Samuel prosiguió: “Aunque a tus propios ojos no valías nada, ¿no llegaste acaso a ser el jefe de Israel? El Señor te ungió como rey de Israel. Él te ordenó llevar a cabo una expedición contra los amalecitas, diciéndote: ‘Ve y destruye a esos pecadores. Hazles la guerra hasta acabar con todos ellos’. ¿Por qué no has obedecido la voz del Señor y te has quedado con el botín, haciendo lo que desagradaba al Señor?”.            

Saúl le respondió a Samuel: “No. Yo obedecí al Señor. Llevé a cabo la expedición que él me ordenó. Traje cautivo a Agag, rey de Amalec, y acabé con los amalecitas. Fue el pueblo el que tomó del botín lo mejor de las ovejas y los bueyes para sacrificarlos al Señor, nuestro Dios, en Guilgal”. 

Pero Samuel le replicó: “¿Crees tú que al Señor le agradan más los holocaustos y los sacrificios que la obediencia a sus palabras? La obediencia vale más que el sacrificio, y la docilidad, más que la grasa de los carneros. La rebelión contra Dios es tan grave como el pecado de hechicería, y la obstinación, como el crimen de idolatría. Por haber rechazado la orden del Señor, él te rechaza a ti como rey”.

 

Palabra de Dios.

R./ Te alabamos Señor

 

El episodio aquí narrado revela la orientación última del corazón de Saúl: busca conservar el reino siguiendo la lógica de las conveniencias políticas, antes que obedecer al Señor y hacer depender su vida de su elección. Saúl, reprendido por el profeta, disimula la culpa cometida levantando una polvareda de pretextos; justo lo contrario de lo que hará David. Éste, por el contrario, confesará abiertamente su pecado. El elemento más digno de destacar en el relato figura en la declaración de Samuel: la obediencia tiene más valor que el sacrificio. Se trata de una conquista relevante del pensamiento religioso: se pasa a valorar más la experiencia vivida que los actos de culto -que pueden estar disociados de la práctica de la fe-; se da más relieve a la actitud interior de la persona que a los actos externos. La obediencia vivida con amor será el elemento que caracterice la ofrenda sacerdotal y existencial de Jesús.

 

EVANGELIO

Mientras el novio está con ellos, no pueden ayunar.

Del santo Evangelio según san Marcos 2, 18-22

 

En una ocasión en que los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos ayunaban, algunos de ellos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, y los tuyos no?” 

Jesús les contestó: “¿Cómo van a ayunar los invitados a una boda, mientras el novio está con ellos? Mientras está con ellos el novio, no pueden ayunar. Pero llegará el día en que el novio les será quitado y entonces sí ayunarán. 

Nadie le pone un parche de tela nueva a un vestido viejo, porque el remiendo encoge y rompe la tela vieja y se hace peor la rotura. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino rompe los odres, se perdería el vino y se echarían a perder los odres. A vino nuevo, odres nuevos”. 

 

Palabra del Señor.

R./ Gloria a Ti, Señor Jesús.

 

El ayuno no está valorado como una práctica en sí misma, sino en relación con el significado que puede adquirir dentro del contexto de referencia en que se practica. Los discípulos de Juan el Bautista ayunaban para prepararse para la llegada inminente del juicio divino; el pueblo se abstenía de tomar alimento en el «Día de la Expiación» (Kippur) o en el día en que se recordaba la destrucción del templo. Esa práctica devota subraya una actitud interior y ayuda a conservarla. El espíritu religioso que inducía a practicar el ayuno, en ocasiones con cierta frecuencia, como es el caso de los fariseos, impulsa a Jesús a suspenderlo, realizando así un signo profético voluntariamente provocador. Dado que él mismo introduce en el mundo el tiempo glorioso de las nupcias entre Dios, el esposo, y su pueblo, la esposa, no tiene sentido reiterar un signo que recuerda el luto. El signo que conviene aquí, por el contrario, es el del banquete alegre. 

El ayuno, estrictamente ligado a poner de relieve la fortuna de la presencia de Jesús, ha sido restablecido en el tiempo de la Iglesia. La razón de ello es que la expectativa del Reino exige durante su curso la confrontación dolorosa con las fuerzas del mal, una confrontación que estalló ya, además, en el momento en el que el Esposo fue arrebatado. Las afirmaciones posteriores sobre el vestido y sobre el vino nos invitan a comprender la novedad introducida por el Evangelio y confirman el signo de la suspensión del ayuno.

 

MEDITATIO

 

La Palabra del Señor nos pone hoy en guardia: ¡cuidado con administrar la relación «religiosa» según nuestra necesidad particular de seguridad! Podríamos darnos cuenta de que interpretamos la Escritura con el criterio de la racionalidad para protegernos de su propuesta de radicalismo, que nos descoloca. O bien podríamos descubrir que «usamos» el culto como mampara para poner a cubierto una presunta santidad construida a nuestra propia medida. 

El Señor nos recuerda hoy, de manera inequívoca, que la relación con él sólo es auténtica cuando se modula sobre la obediencia. Ésa es la única seguridad. Obedecer a Dios significa estar con el corazón y la mente abiertos, dispuestos a vibrar con todo soplo del Espíritu, prefiriéndolo a nuestro «sentido común»; disponibles para comprobar la consistencia de nuestras formas exteriores habituales de expresar la fe y para convertirnos a una mayor autenticidad, comprometiendo en ella nuestra vida. 

Dios se entrega del todo, de modo imprevisible, sorprendente. ¿Somos capaces de mostrarnos acogedores y dispuestos a adherirnos a su Novedad?

 

ORATIO 

 

Señor Jesús, tú que fuiste obediente en todo al Padre, enséñame a no buscar mi voluntad, sino la suya. Hazme comprender que eso no significa abdicar de mi capacidad de elección, sino vivir con libertad y gratuidad el don que soy. Me resulta fácil, Señor, encontrarme a mis anchas en la lógica, incluso religiosa, que me he construido y considerar como «hereje» a quien no la sigue... 

Que yo madure, Señor, al calor de tu Espíritu, la inteligencia de mi corazón, para no encerrarme en mis razonables certezas y permanecer abierto a las exigencias de tu Palabra, novedad inagotable.

 

CONTEMPLATIO

 

Los hombres sabios y de gran ánimo ponen su cabeza, con humildad, bajo el yugo de la obediencia, pero los tontos se lo sacuden y no se adaptan a obedecer. Considero más importante obedecer por amor de Dios a quien está por encima de mí que obedecer al Creador mismo, aunque anunciara directamente a alguien su voluntad. Los que han puesto la cabeza bajo el yugo de la obediencia y, a continuación, diciendo que pretenden seguir la vía de la perfección, se lo sacuden, dan signos de que en el fondo de su alma se esconde una gran soberbia (Egidio di Assisi, I detti, Milán 1964, pp. 128ss).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«La obediencia vale más que el sacrificio» (1 Sm 15,22).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

El Señor no viene a limitarnos, a despojarnos; es más, hace que, adhiriéndonos a él, podamos crecer. Revelándose como el Dios-amor, invita a nuestra libre voluntad para que dé una respuesta que sea obediencia de fe y de amor. [...] 

El espíritu filial que anida en nosotros nos hace verdadergmente capaces de llamar al Padre y obedecerle. Si en algunas ocasiones nos mostramos como niños caprichosos, no ha de asaltarnos ningún temor: el Padre sabe mostrarse paciente corregir con amor. Acepta como una gran cosa de buena voluntad y de santo deseo que vea en el fondo de nuestro corazón, bajo la áspera corteza de nuestra naturaleza indisciplinada y esquiva. A través de los acontecimientos de nuestra vida cotidiana, se entreteje la voluntad de Dios como una tela. Es preciso que esta tela no tenga desgarros. Si los hay -ningún hombre es justo ante Dios-, éste es el remedio: la penitencia, el sacramento de la reconciliación. [...] 

Ahora bien, ¿cómo distinguir de manera adecuada la voluntad de Dios de la nuestra? No siempre resulta fácil. La experiencia de los que nos han precedido en el camino de la fe y de la obediencia nos enseña que, a menudo, la voluntad de Dios requiere un sí impregnado de renuncia y sufrimiento, la superación de nuestras propias inclinaciones y un confiado abandono que, para la lógica humana, puede parecer deserción del uso de nuestra propia razón y de nuestras propias capacidades. El paso se da en la oscuridad e incluso en la aridez o la repulsa, aunque podemos estar seguros, por la fe, de que en ese caso cumplimos de manera más libre la voluntad de Dios antes que la nuestra (A. M. Cànopi, Si, Padre, Milán 1999, pp. 69 y 77ss).

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